Capítulo 01

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Laura

Intenté tomar una bocanada de aire pero mis pulmones no pudieron tomarla a gusto. Tosí con fuerza y sentí un nudo en el centro del pecho. No podía respirar bien, por más que lo intentara.

«Tranquila» «Todo va a estar bien» «Estás a salvo» «Estás segura» Me repetía a mí misma una y otra vez.

Las lágrimas se deslizaban por mis pálidas mejillas y los sollozos que querían salir de mi boca intentaban ahogarme. Me sujeté el pecho con fuerza y mis manos temblaron, el móvil casi se me escapa de ellas. Lo dejo encima de la mesa y me pongo de pie. No pude comer bien, mi hermana menor me miró con preocupación en la esquina de la mesa. Mis padres ni siquiera fueron capaces de ver qué me sucedía, se hicieron los de la vista gorda, como siempre.

Entré al baño y cerré la puerta a mis espaldas. Quería desaparecer, os juro. No era la primera vez que pasaba por esto, hacía alrededor de un año que los ataques de ansiedad me consumían de tal forma que me dificultaba controlarlos. Aunque la mayoría de las veces podía contra ellos. Otras veces, simplemente dejaba que pasasen.

Todo había empezado en la playa, cuando llegué a un punto de estrés y la llegada de una señora que me recordó cosas que mantenía enterradas hizo que tuviera mi primer ataque de ansiedad. Fue difícil, y agradecí que mi prima estuviese ahí para mí, pero pude controlarlo lo mejor que pude, había leído sobre esto y había buscado las soluciones o la manera de salir de ellos.

Me miré en el espejo. Tenía los ojos rojos y húmedos, había estado aguantando las ganas de llorar pero la ansiedad hacía que lo sacara a la luz. Todavía sentía el cosquilleo en todo mi cuerpo y mis manos temblaban, como pude, me eché agua en la cara. Solté un suspiro pero me salió un sollozo entrecortado.

Joder, esto no podía seguir así. Llevaba una semana con la ansiedad carcomiendome las entrañas.

Cuando no pude más, salí del baño. Casi no me sentía las piernas y sentía como si mi cuerpo no fuera mío. Necesitaba salir de aquí y tomar aire. Cogí el móvil y sin ver los mensajes que aparecían en la barra de notificaciones, le envié un mensaje a mi mejor amigo.

Los minutos pasaban muy lentos para mí. Intenté tranquilizarme pero de nada sirvió. Mi pecho vibraba con cada sollozo que intentaba acallar, y el cosquilleo en las puntas de mis dedos no cesaba. Me senté en mi cama, esperando. Quería ver los mensajes que él me había enviado, pero no quería ponerme peor de lo que ya estaba. Así que, para no preocuparlo, le envié un mensaje diciéndole que necesitaba un momento a solas para pensar las cosas.

Lo peor de todo era darse cuenta que las cosas no eran como antes. Que todo había cambiado. Que la persona que pensabas que jamás te haría daño, terminaba haciéndotelo.

Escuché la voz de mi mejor amigo, rápidamente me puse de pie y salí corriendo a su encuentro. Me topé a mis padres en el camino y les dije que iría a dar un paseo. No dejé que preguntaran, ya no me interesaba. Tuvieron tiempo para interesarse por mi bienestar, y como no lo hicieron, esto jamás lo olvidaría y jamás se los perdonaría.

Nunca olvidaré aquella noche de abril, donde me di cuenta del único que me tendió la mano para sacarme del abismo. De la única persona que estuvo para calmar mi ansiedad y secar mis lágrimas. Y estaré agradecida y en deuda eternamente con él.

Había llegado el último examen. A continuación de ese día, el primer semestre habría terminado y con ello estaríamos de vacaciones. Mi cumpleaños se acercaba y estaba muy ansiosa por ese día.

Fue muy incómodo estar en el mismo sitio que mi novio después de haber tenido una desagradable conversación. Él vivía muy lejos de aquí y por ende, debíamos estar separados estas vacaciones, y me había pedido un tiempo. Que estúpida fui al creerle que cuando regresasemos a las clases, volveríamos a ser los de antes. Solo esperaba llegar a casa y refugiarme bajo las sábanas.

Me la pasé muy mal la siguiente semana. No podía explicar lo horrible que me sentía por dentro. Andrew, mi mejor amigo, me había invitado al cumpleaños de un amigo de él y le cancelé, no estaba de ánimos para nada. Una semana después, me arrepentí de no haber ido.

—Venga, Laura, no seas así.

—Andrew va a escucharme.

Ronald, su amigo, soltó una risa y después suspiró.

—Vale, acompañaré.

Eran alrededor de las nueve y media de la noche y no había visto a Andrew desde hace como una semana, andaba para la casa de su nuevo amigo. ¡Agh! Que rabia.

Su nuevo amigo no era nada más ni nada menos que un chiquillo que me caía mal. Sinceramente, él no me había hecho nada, pero una vez me respondió mal a un mensaje en un grupo de Whatsapp y eso fue más que suficiente para que lo mirase mal, y aún más si pensaba robarme a mi mejor amigo.

No sabía que vivía a unas pocas calles de mi casa, y teníamos miedo porque debíamos pasar por un puente a oscuras y hace menos de una semana habían asaltado ahí. Así que lo cruzamos con rapidez.

La casa era de dos plantas, con rejas, grande y de un amarillo pastel. Según me contó Ronald, la abuela del chiquillo se había ido del país y había dejado la casa en el cuidado de él y de otra pareja. No sabía que él vivía aquí, he pasado un montón de veces por esta calle cada vez que regresaba de la preparatoria y me había quedado mirando esta casa en varias ocasiones y jamás imaginé que algún día entraría. Que chiquito es el mundo.

Otro amigo de Andrew que había visto en más de una ocasión nos abrió la puerta y la reja. Detrás de él, dentro de la casa, pude visualizar a un pelinegro, blanco y delgado. Me le quedé mirando por unos cortos segundos hasta que subió las escaleras. Saludé a la pareja y el que nos abrió nos guió a subir al segundo piso.

Ahí arriba estaba Andrew y me saludó con un abrazo. El ambiente estaba tenso y frío. Nos movimos a uno de los cuartos y nos sentamos en la gran cama. Me sentía un tanto incómoda, habían dos personas a las que no le tenía la suficiente confianza como para soltarme. Andrew pareció notar esto.

—Chicos, ella es la chica de la que les hablé. Mi mejor amiga y hermana, Laura.

Ambos asintieron y Andrew me miró.

—Él es Exequiel, estoy seguro que lo conoces y a Kenji también, aunque no te has relacionado mucho con él.

Pasamos la siguiente hora charlando. Pude sentirme un poco mejor cuando me incluyeron en varios temas. El corazón me latía nervioso dentro del pecho cada vez que Kenji, el pelinegro que me quedé mirando en la entrada; cruzaba mirada conmigo.

En una que otra ocasión, sin que se diera cuenta, me le quedé mirando. Tiene el cabello y los ojos negros, de tez pálida y delgado, ligeramente ejercitado. Andrew me contó que él había venido a vivir para acá hace cuatro años, y que había nacido en Japón. Su madre era española y su padre japonés, y el resto de su familia era china-coreana-japonesa, una extraña combinación. Tenía algunos rasgos femeninos que lo hacían lucir más sexi de lo que ya era. Me era imposible no mirarlo.

Y una parte de mí comenzaba a sentirse atraída a su presencia, y me llegué a preguntar que se sentiría besarlo y acariciar su cabello largo y aparentemente sedoso. Sacudí la cabeza intentando borrar esas ideas, no podía desearlo, no debía, él era menor de edad y yo a penas estaba en la universidad.

Regresé a casa esa misma noche con imágenes a futuro y una sonrisa bobalicona. El estómago se me retorció de los nervios y quise enfocarme en el problema que me atormentaba las noches: la extraña relación que tenía con el chico de la universidad.

A tres días de mi cumpleaños, sentí que me derrumbaba. Y por la madrugada, me desahogué contra la almohada, esta vez no molesté a Andrew. El chico de la univerisdad me había bloqueado sin darme explicaciones de nada, dándome a entender que ya no éramos pareja y que solo me había utilizado, aunque eso ya lo había sospechado. Lloré esa noche a lágrima viva, y al día siguiente salí de fiesta y terminé en la cama de mi supuesto amigo de la universidad, de aquel que se llevaba genial con mi ahora ex-novio. Esa misma noche, en vez de regresar a casa, me quedé con Kenji, Exequiel y Andrew.

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⏰ Última actualización: Oct 04 ⏰

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