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Draco despertó al día siguiente con una extraña sensación en el pecho. No era la primera vez que dormía mal, pero aquella mañana sentía que algo lo incomodaba más allá del simple insomnio. Recordaba vagamente los sueños de la noche anterior: un rostro familiar, unos ojos verdes, y una sensación de estar cayendo desde una gran altura. Se sacudió esa imagen de la mente mientras se ponía en pie, estirando los músculos adormecidos.

Mientras se miraba en el espejo del baño, sus pensamientos regresaron a lo que había sucedido el día anterior. Harry Potter, en su guardería. ¿Cómo era posible que después de todo este tiempo sus caminos se cruzaran de nuevo? Peor aún, ¿por qué le seguía afectando?

Sacudió la cabeza, intentando despejarse. Era ridículo dejar que Harry ocupara tanto espacio en su mente. "Solo otro padre más," se dijo a sí mismo mientras se lavaba la cara con agua fría. "Solo alguien más con quien tratar."

Pero aunque lo repitiera, no podía ignorar el hecho de que había algo diferente. Harry no era "solo alguien más", no para él. No después de todo lo que habían vivido, y definitivamente no después de la manera en que había aparecido, trayendo consigo un pedazo del pasado que Draco preferiría olvidar.

Al llegar a la guardería, el bullicio de los niños llenó el ambiente, un sonido que usualmente le traía paz. Sin embargo, cuando entró a su salón y vio a Albus sentado en su pequeño asiento, riendo con Tommy y Tobias, una extraña sensación lo envolvió. El niño tenía los ojos exactos de su padre. Esos ojos que, hasta hacía poco, Draco creía haber dejado atrás.

"Buenos días, profesor," dijo Albus con una sonrisa tímida, como si ya se hubiera acostumbrado al lugar.

"Buenos días, Albus," respondió Draco con una sonrisa forzada, sintiendo cómo una pequeña punzada de ansiedad lo atravesaba.

No había manera de evitarlo. Por mucho que intentara seguir adelante, el pasado estaba justo frente a él, en la forma de un niño de cuatro años con ojos esmeralda.

Miro el reloj, notando que faltaban 6 minutos para empezar clases, de forma rápida fue a la pequeña cocina y sirvió un vaso con agua, lo tomó de forma rápida y suspiro algo más relajado.

"Jamás había visto a alguien tomar agua tan rápido."  Escuchó a alguien decir a sus espaldas, al reconocerlo, estaba a punto de tirar 4 hechizos a cualquier cosa mientras maldecía.

"Potter... Bueno, siempre se supo que amo cuidarme, y eso implica el beber agua, así que, ya van a comenzar las clases, me voy." Su forma de hablar fue rápida y nerviosa, aunque claramente no lo demostraba, sería una burla para su padre, que en paz descanse, el dejar notar como estaba entrando en pánico al mínimo contacto con Potter.

Mientras avanzaba hacia su aula, el eco de sus pasos retumbaba en el pasillo vacío. La presencia de Potter, tan inesperada, había revivido ecos que Draco pensaba silenciados. Los recuerdos lo golpearon: sus años de rivalidad, sus decisiones pasadas, y la constante sensación de ser juzgado. Draco inspiró profundamente, como si ese simple acto pudiera sofocar la inquietud en su pecho.

Entró al aula con una sonrisa cuidadosamente ensayada. Observó a sus pequeños estudiantes, sus rostros inocentes y ojos expectantes, y sintió cómo la calma empezaba a regresar. Aquí, entre niños que nada sabían de su pasado, él no era el "antiguo Draco Malfoy" ni "el hijo de un mortífago". Solo era el profesor Draco, el encargado de enseñarles sobre el mundo y guiarlos con paciencia y afecto.

Sacudiéndose las últimas dudas, comenzó la clase con su voz firme y serena, centrado en la lección del día. Y, al ver la atención de los niños, logró acallar los recuerdos, al menos por ahora.

Draco se sentó frente a sus alumnos, sacando del cajón algunos materiales para la actividad del día. "Hoy hablaremos sobre… ¡animales!" anunció, con una sonrisa que, aunque pequeña, logró iluminar su rostro.

Uno de los pequeños, Tobias, levantó la mano de inmediato. "¿Va a contarnos sobre dragones, profesor Draco?" preguntó, con los ojos brillantes de emoción.

Draco rio suavemente. "No exactamente, Tobias. Hoy aprenderemos sobre animales que puedes ver cerca de casa. Quizá en el bosque o en el parque. Aunque…", añadió con un guiño, "si terminamos temprano, les contaré algo especial sobre dragones."

Los niños rieron y asintieron emocionados. Mientras Draco explicaba, notó cómo Albus, sentado al fondo, lo observaba con una expresión de mezcla entre curiosidad y cautela, como si intentara desentrañar algo oculto en él. Los ojos verdes del pequeño lo miraban con una intensidad desconcertante, recordándole a su padre y reviviendo una inquietud que intentaba enterrar. Sin embargo, la clase continuó, y poco a poco, fue recuperando su equilibrio.

Al final de la lección, cuando los niños estaban ocupados con una actividad de coloreado, Albus se acercó a él, sosteniendo un dibujo de un dragón. "Profesor Draco, ¿los dragones son malos o buenos?", preguntó, con esa inocencia que solo los niños podían tener.

Draco se tomó un momento para responder, considerando sus palabras. "Bueno, Albus, creo que los dragones, como las personas, pueden ser buenos o malos dependiendo de cómo elijan actuar. Pero también, todos merecemos una oportunidad para cambiar, incluso los dragones."

Albus pareció reflexionar, asintiendo despacio, como si comprendiera más de lo que Draco esperaba. Justo entonces, se escuchó la campana del recreo, y los niños corrieron hacia la puerta. Draco se quedó observando a Albus mientras salía, sintiendo una mezcla extraña de nostalgia y anhelo. Tal vez, pensó, esta nueva etapa en su vida le traería algo que ni siquiera había imaginado.

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Albus había escuchado a su padre hablar sobre cosas que no entendía del todo. Palabras como "guerra" y "cambios" que solo parecían comprensibles para los adultos. Alguna vez, en una conversación que él no debía escuchar, oyó a su abuela decir el nombre de Draco Malfoy. "No es malo, pero...," había dicho ella, su voz llena de un tono que Albus no supo interpretar.

Así que, cuando conoció a su nuevo profesor, algo dentro de él sintió curiosidad. No porque supiera lo que ese nombre significaba para su familia, sino porque había algo en el profesor Draco que le parecía triste. Los niños no siempre entendían el lenguaje de los adultos, pero sí podían ver las sonrisas que no eran del todo felices, o cómo los ojos de alguien parecían decir cosas que sus labios no decían.

Cuando Albus se atrevió a preguntarle sobre los dragones, en realidad estaba preguntando si alguien podía ser bueno, incluso si otros decían lo contrario. Su papá le había hablado de las segundas oportunidades, de ser una persona justa y de no juzgar a nadie sin conocerlo. Pero ahora, aquí estaba su propio padre actuando de una forma que él no había visto antes, como si llevara una especie de miedo o duda cada vez que hablaba con el profesor Draco.

Así que Albus miró a Draco y preguntó. "¿Los dragones son malos o buenos?", tratando de entender si lo que había oído sobre su nuevo profesor era solo un cuento viejo o algo más. La respuesta que recibió fue sincera y profunda, lo que hizo que en su corazón, muy dentro de él, decidiera que quería conocer a este profesor mucho más de lo que cualquiera imaginaría.

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