0 - Prólogo.

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No entendía exactamente cuándo su relación comenzó a cambiar

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No entendía exactamente cuándo su relación comenzó a cambiar. Al principio, todo había sido un sueño: los besos, las caricias, las conversaciones a media noche, la manera en que se miraban como si fueran el centro del mundo. Los primeros meses, todo era perfecto. Cada pequeño gesto parecía mágico, cada palabra un bálsamo. Nunca antes había sentido algo tan profundo, tan visceral, tan real.

Recordaba cómo se despertaba cada mañana sintiendo que no podría amar más de lo que ya lo hacía. Era como si el amor hubiera encontrado su hogar en ellos. Las noches eran largas, pero en el mejor de los sentidos: horas y horas de risas, de hacer el amor de manera intensa y apasionada. Estaban tan unidos que creía que nada podría separarlos.

Pero algo cambió, y lo hizo de manera tan sutil que él no pudo ver cómo se desmoronaba todo a su alrededor. Comenzó con pequeños comentarios que parecían inofensivos, tal vez un poco mordaces, pero que llevaban una carga oculta. Esos comentarios al principio lo desconcertaban, pero lo dejaba pasar porque, al fin y al cabo, cada pareja tenía sus roces. Luego, llegaron los malos tratos disfrazados de bromas, y poco a poco, sin darse cuenta, empezó a aceptar pequeñas humillaciones. Las disculpas siempre llegaban después, seguidas de promesas de que todo mejoraría, de que sólo había sido un mal día. Y él, con todo su amor y fe ciega, las aceptaba.

Aún podía recordar la primera vez que discutieron en serio. Las palabras se tornaron ásperas, llenas de resentimiento, y esa chispa de amor que los había unido se transformó en una llama destructiva. Al final de la discusión, las disculpas llegaron de nuevo, cargadas de lágrimas y promesas vacías. Y él las creyó. Quería creer que las cosas mejorarían, que el amor que alguna vez compartieron prevalecería sobre el dolor.

Sin embargo, las pequeñas discusiones se convirtieron en peleas cada vez más frecuentes. Comenzaron a herirse con las palabras, a atacar sus vulnerabilidades. Ya no se miraban con amor, sino con desconfianza y reproche. El amor, ese amor que alguna vez fue tan cálido, se había transformado en algo retorcido y tóxico.

El punto de quiebre llegó el día que le puso una mano encima. Era algo que él siempre había pensado que jamás toleraría. Sabía que ese era el límite, que ninguna relación valía tanto como para soportar el abuso físico. En ese momento, tomó una decisión: no aguantaría más, se alejaría para siempre. Se lo dijo a sí mismo con la mayor convicción.

Pero, como una cruel broma del destino, bastó con que regresara a él con lágrimas en los ojos, disculpándose, rogándole por una segunda oportunidad. Su voz temblaba mientras le prometía que cambiaría, que nunca volvería a lastimarlo. Y entonces, todos sus principios se derrumbaron. Lo perdonó. Lo perdonó porque, en el fondo, aún quería aferrarse a la idea de que ese amor perfecto que habían tenido en el pasado podía regresar.

Era irónico cómo había caído en esa trampa, en esa relación tóxica que siempre había despreciado desde la distancia. Solía burlarse de quienes se quedaban en relaciones destructivas, incapaz de entender por qué lo hacían. Pero ahora lo entendía, porque él mismo estaba atrapado. Estaba atrapado en la esperanza, en los recuerdos de lo que alguna vez fueron. Y, aunque sabía que debía irse, algo dentro de él siempre lo hacía regresar.

Cada día que pasaba, se sentía más vacío, más perdido. El amor que una vez lo llenó, ahora solo le pesaba, como una cadena que no podía romper. Se preguntaba si algún día encontraría la fuerza para liberarse o si seguiría atado a esa relación que lo estaba destruyendo lentamente, a ese amor que había pasado de ser su refugio a convertirse en su tormento.

 Se preguntaba si algún día encontraría la fuerza para liberarse o si seguiría atado a esa relación que lo estaba destruyendo lentamente, a ese amor que había pasado de ser su refugio a convertirse en su tormento

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Al final el tiempo es pasajero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora