La música reverberaba en el salón de mármol y vidrio, donde la élite de Seúl se entregaba a la extravagancia. Los trajes oscuros de los asistentes, impregnados de poder, mezclaban susurros y sonrisas cómplices mientras las luces parpadeaban sobre sus cabezas como estrellas falsas.
Min ajustó el dobladillo de su chaqueta, sintiendo la suave presión del peso oculto en el cinturón. Era una noche para máscaras, pero la que él llevaba no era física. Desde hacía seis años, su verdadero rostro había desaparecido, enterrado junto a los cadáveres de su familia.
Min. Akari. No importaba ya.
Los ojos del omega recorrieron el lugar mientras avanzaba hacia la pista de baile. Sabía que él estaría allí. Oh Sehun, uno de los seis líderes de la mafia coreana. Uno de los responsables de que sus sueños de niño fueran reducidos a cenizas, sangre y llanto. Recordaba su nombre con odio, grabado a fuego en su memoria.
La música cambió de ritmo, una sensual melodía que hizo que los cuerpos se deslizaran más cerca entre sí. Min tomó una profunda respiración, cerrando los ojos por un instante antes de dejarse arrastrar al centro de la pista. Comenzó a moverse con una fluidez hipnótica, sus caderas marcando el compás, sus brazos extendiéndose con delicadeza, como un depredador que juega con su presa antes del ataque.
Notó las miradas sobre él. No le importaba. Sólo había una que buscaba, y en cuanto sintió el escalofrío recorriéndole la nuca, supo que había captado la atención de Oh Sehun.
—¿Quién es él? —la voz grave de Sehun se escuchó apenas sobre la música, dirigida a uno de sus hombres. Desde su posición privilegiada, observaba la escena desde una esquina oscura del salón.
—Es nuevo —respondió el guardaespaldas—. Nadie lo conoce.
Sehun lo observó con más atención. Había algo en ese omega, algo en la forma en que se movía, algo en sus ojos. Sehun nunca había visto una mirada tan vacía, tan peligrosa.
Min, consciente de que su plan estaba funcionando, sonrió para sí mismo. La adrenalina corría por sus venas, pero mantenía el control. No podía permitirse fallar.
No esta vez.
El alfa se levantó de su asiento, caminando lentamente hacia la pista de baile. A medida que se acercaba, el resto de los bailarines se apartaban, como si sintieran la gravedad oscura que rodeaba a Sehun.
Min, sintiendo su presencia detrás de él, giró con gracia, enfrentándolo sin detener el movimiento de su cuerpo. Sus miradas se encontraron, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse.
—No te he visto antes —murmuró Sehun, inclinándose lo suficiente para que sus palabras fueran un susurro en el oído de Min.
—No soy de aquí —respondió Min, su voz suave pero firme, su mirada fija en la de Sehun, sin el menor rastro de temor.
Sehun sonrió, un destello de interés brillando en sus ojos oscuros.
—Me pregunto por qué alguien como tú vendría a un lugar como este. No pareces el tipo que se mezcla fácilmente.
Min detuvo sus movimientos, su rostro a apenas unos centímetros del de Sehun.
—Quizás estoy buscando algo —respondió con calma, sus labios curvándose en una sonrisa ligera, pero sus ojos aún vacíos, fríos como el acero.
Sehun inclinó la cabeza, intrigado.
—¿Y qué es lo que buscas? —preguntó, bajando la voz, su aliento cálido rozando la piel de Min.
El corazón de Min latía con fuerza en su pecho. El momento había llegado. Podía sentir la tensión entre ellos, una mezcla de atracción y peligro. Pero bajo la superficie, lo único que lo impulsaba era el odio, el deseo de venganza. Quería ver a Sehun arrodillado, destruido, como lo estuvo él alguna vez.