1. El amor es la peor maldición.

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Fushiguro Megumi, estudiante de 1er año de la escuela de hechicería de Tokio, usuario del ritual de las Diez Sombras, 17 años casi cumplidos.

Nunca supo exactamente cómo pasó, pero esa mañana al despertar, había caído en cuenta de lo que realmente sentía.

Absoluta y total decepción.

Hace un par de días atrás había llegado de una misión, no tan peligrosa para haberlo mandado a él solo, pero lo suficiente para que le haya tomado una semana entera.

Itadori irrumpió en su habitación apenas se enteró de que estaba de regreso, escupiendo un montón de preguntas que solo hizo que le doliera más la cabeza.

—Una pregunta a la vez, Itadori.— le había dicho, girando en la cama para darle la espalda.

—Lo siento. — El de cabellos rosados pareció avergonzado por un par de segundos, y se sentó a su lado con una suavidad que no era propia de él —¿Estás muy herido? ¿Seguro de que no quieres ver a Shoko?— preguntó con genuina preocupación.

—Solo tengo heridas menores, sanarán pronto. — Estando recostado de espaldas a su compañero no podía verle el rostro, pero sintió que sonreía, así de fuerte era su energía.

—¡Recupérate pronto! no quisiera dejarte atrás en alguna misión.

Megumi hizo una mueca de dolor al sentir la palmada amistosa de Yuuji sobre su hombro, a veces no entendía cómo es que siempre estaba tan lleno de energía.

—Eso no pasará. —refunfuño antes de que su amigo saliera dedicándole una última y brillante sonrisa.

Megumi se quedó solo, en la oscuridad de su habitación, con apenas el sonido del canto de los grillos haciéndole compañía, realmente no le molestaba, siempre había disfrutado esos momentos de completo silencio y tranquilidad, pero desde que Itadori se volvió su vecino de habitación casi no tenía tiempo para él solo, ya que, a comparación suya, a Itadori no le gustaba el silencio ni la soledad, por lo que ahora ya casi se había acostumbrado a que Itadori irrumpa en su habitación en momentos aleatorios durante el día. Era molesto.

Aunque, si lo pensaba bien, prefería mil veces que fuese Itadori en lugar de su encimoso maestro.

¿Era así?

Megumi se giró sobre la cama y se cubrió con la manta, cerrando los ojos con fuerza, tratando de deshacerse de la imagen mental que acababa de inundar su cabeza.

Cabello blanco y desordenado cayendo como copos de nieve sobre un par de ojos tan brillantes como el cielo en una mañana despejada.

Se sentó, se frotó la cara con ambas manos, miró la puerta cerrada de su habitación pero nada pasó, nadie entró.

Él no entró.

¿Estaría fuera de Tokio? ¿En alguna misión? ¿Ocupado con algo más importante?

Después de todo Gojo era alguien muy ocupado, tenía muchas responsabilidades y raras veces algún día libre; aun así siempre, SIEMPRE, iba a visitarlo para cerciorarse de que estuviese bien al regresar de una misión.

Gojo siempre iba a verlo.

Y a Megumi le fastidiaba mucho, era tan molesto.

Tan ruidoso.

Era un alivio que esta vez no haya ido a perturbar su paz.

Realmente era un alivio, ¿verdad?

Megumi se volvió a recostar y se enredó por completo con la manta, de pronto se sintió de mal humor, y el mal humor le duró dos días más.

Give It Back | GofushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora