UNO

741 69 6
                                        

No fue algo que sucediera de un día para otro. No hubo un momento exacto en el que dijera "tengo cáncer", pero sí hubo señales. Pequeñas, casi insignificantes al principio. El cansancio. Dios, el cansancio era brutal. Al principio pensé que era por el ritmo de vida que llevaba, todos me decían que era normal sentirse agotado, que solo necesitaba descansar. Y yo lo creí. Quise creerlo.

Luego vinieron los mareos y la pérdida de apetito. Bajé de peso sin darme cuenta y cuando lo hice ya era demasiado evidente como para ignorarlo. Me veía en el espejo y no reconocía al tipo que me devolvía la mirada.

Recuerdo una noche en particular. Estaba solo en casa, me dolía todo el cuerpo y al subir las escaleras me faltó el aire de una forma que me asustó de verdad. Me senté en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, respirando como si hubiera corrido un maratón. Fue ahí cuando supe que algo andaba mal.

Fui al médico por insistencia de mi madre. Me hizo prometerle que me haría un chequeo completo. "Solo para estar seguros" me dijo. A veces creo que las madres tienen una intuición que va más allá de lo que podemos entender. En el fondo, ella ya lo sabía. Yo también. Pero aún así, el día que me dieron los resultados, sentí que me arrancaban el suelo bajo los pies.

Cáncer.

Esa palabra cayó sobre mí como una losa. El doctor la dijo con ese tono clínico que tienen los médicos cuando tratan de no asustarte, pero no hay forma amable de recibir una noticia así. Sentí que todo se detenía. Como si el tiempo se quedara congelado y el mundo siguiera girando sin mí.

Los días que siguieron fueron un torbellino. Pruebas, quimioterapias y más análisis. Entré en una rutina tan meticulosamente programada que ya no necesitaba que me dijeran qué venía después. Lo sabía. Todo se convirtió en ciclos: sangre, agujas, quimioterapia, vómitos, insomnio. Un infierno metódico y silencioso.

Y luego estaba el hospital. Con su olor a desinfectante, sus paredes que parecían repetir eternamente los mismos tonos apagados de blanco y gris. Con su silencio tan pesado que a veces dolía más que cualquier agujazo en la piel. Era como estar atrapado en un limbo donde el tiempo no pasaba, donde todo lo que conocías quedaba afuera. 

Lo más duro no fue el dolor físico. Fue perderme. Perder las ganas, la risa, las conversaciones cotidianas. Los amigos se alejaron. Algunos no sabían qué decirme, otros simplemente no podían con la idea de verme así. No los culpo. Yo tampoco podía conmigo.

Mis padres venían seguido, claro. Siempre con esa mirada que trataba de esconder el miedo, como si no supieran si me volverían a ver. Eso era lo peor.

Aquella mañana no era diferente. Los rayos del sol apenas lograban filtrarse por las ventanas de la habitación. Estaba sentado junto a la ventana, observando sin interés el jardín del hospital, donde algunas flores luchaban por mantenerse vivas a pesar del aire frío del otoño. La quimioterapia me había dejado cansado, sin energía para moverme, pero también sin ganas de dormir. Era como estar en una especie de limbo constante.

Mientras me hundía en mis pensamientos, algo rompió la quietud del lugar. Al principio fue un sonido lejano, casi imperceptible. Luego, las risas. Altas, estridentes, completamente fuera de lugar en un sitio tan marcado por el dolor y la tristeza. Fruncí el ceño, desconcertado. No era común escuchar algo así en esos corredores. Las enfermeras hablaban en susurros, los pacientes raramente intercambiaban palabras y los médicos solían entrar y salir de las habitaciones sin decir tanto. Pero estas risas que ahora se acercaban rápidamente eran diferentes.

—¿Qué demonios...? —murmuré para mí, girando la cabeza lentamente hacia la puerta.

Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Y ahí, en el umbral, apareció la figura más absurda que había visto en meses: un joven alto vestido de payaso, con una peluca colorida que parecía sacada de un carnaval de Brasil y una nariz roja brillante. El intruso, sin ningún tipo de aviso, hizo una voltereta hacia adentro de la habitación y aterrizó con los brazos abiertos en una pose triunfal.

—¡Tachán! ¡Aquí llega la alegría ambulante!

Lo miré en completo silencio, con el ceño fruncido. No podía creer lo que estaba viendo. Era como si la realidad se hubiera torcido de alguna manera. En ese preciso momento, lo último que necesitaba era un payaso invadiendo mi espacio con un espectáculo ridículo.

El payaso avanzó hacia mí con paso ligero, como si fuera el héroe de alguna película cómica. Sonreía de oreja a oreja.

—¡Hola, hola! —dijo con entusiasmo, dándome una palmada amistosa en el hombro—. Me llamo Jungkook y soy el encargado de repartir risas por aquí. ¡Tú debes ser mi siguiente cliente!

—¿Cliente? —repetí, incrédulo.

—¡Exacto! Mi misión si decides aceptarla —hizo una pausa dramática— es hacerte reír. Y no me iré de aquí hasta que lo consiga.

Suspiré, apoyando la cabeza en la palma de mi mano. Mi paciencia, ya desgastada por la enfermedad y los tratamientos, estaba a punto de romperse.

—No estoy de humor para esto —murmuré, mirando hacia la ventana de nuevo, esperando que captara la indirecta y se fuera.

—¡Ah! Ese es el reto. No sería divertido si fuera fácil, ¿verdad?

Comenzó a rebuscar en los enormes bolsillos de su disfraz. De uno de ellos sacó un par de pelotas de colores y con un rápido movimiento, empezó a hacer malabares frente a mí. Lo hacía con una destreza sorprendente, lanzando las pelotas al aire en sincronía perfecta.

—Mira esto ¡Mira cómo vuelan!

Lo miré de reojo, pero mantuve mi expresión seria, negándome a ceder. 

—No me impresiona

—¿En serio? —fingió sorpresa—. Bueno, parece que tengo que subir de nivel. ¿Qué te parece... esto?

De otro bolsillo, sacó una flor que al apretarla lanzó un chorro de agua hacia mi cara. Con un reflejo casi automático esquivé el agua.

—¿Estás bromeando? —pregunté, cruzándome de brazos.

—¡Por supuesto que no! —lanzó una carcajada—. Esto es cien por ciento serio.

Cerré los ojos, intentando bloquear lo absurdo de la situación. Pero cuando los abrí de nuevo Jungkook había sacado una marioneta de conejo, moviéndola torpemente en su mano.

—¡Hola, señor aburrido! —dijo la marioneta con una voz aguda e irritante—. ¿Por qué tienes esa cara tan seria? Todos los conejitos felices quieren verte sonreír.

—¿Conejitos felices? —repetí, ahora más confundido que molesto.

—Así es. Y si no sonríes, tendré que hacerte cosquillas con mis orejas mágicas.

El "conejo" agitó sus orejas de felpa ridículamente cerca de mi cara y simplemente lo aparté con un gesto impaciente.

Estaba a punto de pedirle que se fuera cuando de repente Jungkook tropezó torpemente con el cable de uno de los monitores, cayendo de espaldas de manera desastrosa.

Las pelotas rodaron por el suelo, la flor comenzó a disparar agua al aire y la marioneta quedó atrapada bajo una silla. Todo el espectáculo que había comenzado como una molestia ahora parecía una serie de eventos tan absurdos que era imposible no encontrarlo cómico. Y entonces un sonido que se me había vuelto ajeno resonó por toda la habitación.

—¡Lo sabía! —gritó Jungkook desde el suelo, levantando las manos en señal de victoria—. Sabía que lo lograría.

Intenté recomponerme rápidamente, a pesar de que no quería admitirlo, aquel payaso había conseguido hacer algo que ni los médicos ni mi familia habían podido en meses: hacerme reír.

—Pues sí —admití con una sonrisa tímida—. Pero no te emociones demasiado.

Jungkook se levantó de un salto, sacudiéndose el disfraz como si nada hubiera pasado.

—Ahora que te he hecho reír, mi trabajo aquí está hecho... por hoy.

—No te preocupes, no hace falta que vuelvas.

Jungkook se acercó a la puerta con pasos exageradamente dramáticos.

—Oh, pero volveré. Tú me necesitarás —Se giró para lanzarme un último guiño—. Después de todo, ¿quién podría resistirse a esto?

Solté una pequeña risa más mientras lo veía desaparecer por el pasillo. Por primera vez en mucho tiempo, el silencio que llenaba la habitación no me resultó tan pesado.

Cáncer | KTH + JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora