El continuo traqueteo en la ventana no cesaría pronto, ni lo haría en la siguiente hora o dos, ni al siguiente día, ni la próxima semana; con algo de suerte, se detendría el siguiente mes y al fin podría dejar de lado el olor a humedad que embriagaba su entorno e impregnaba su ropa. Aquella tarde del viernes se intensificaba esa sensación, pues en su descenso del transporte público, al intentar cubrirse de las gotas que se precipitaban sobre ella desde la bóveda celeste, había pisado sobre la superficie irregular de la esquina de una banqueta, causando un agarre débil que había provocado una leve torcedura en su tobillo que, a su vez, había producido la pérdida de su equilibrio y desencadenado una caída en un gran charco de agua de dudosas propiedades.
La solución para salir de esta situación fue simplemente levantarse y no mirar ni siquiera un segundo a nadie que pudiera estar cerca. Se enfocó en las luces que se percibían a lo lejos, pertenecientes a un pequeño negocio, las cuales se convirtieron en su mejor distracción. Se aproximó a él y, cada paso más cerca, su suerte parecía volver un poco.
La joven de veinticinco años intentaba no hacer un gran drama de estas situaciones; después de todo, estaba, o al menos debería estarlo ya, acostumbrada a la humillación pública gracias a su torpeza. Pero ya lo sospechaba y confirmaba, nunca se terminaría de acostumbrar y siempre tendría que superar cada paso en falso que daba.
Al llegar al lugar, sonrió unos segundos. Ése era el tipo de lujos que una diseñadora con bajo salario se podía permitir. No había mejor manera de animarse que una orden de tacos después de un agotador día de trabajo.
— ¿Señorita? ¿Desea que le demos una mesa o para llevar? —Preguntó la mesera al ver que Isabella solo se mantenía mirando.
— Serían 8 para llevar. — Dijo Isabella. Se los podría terminar, ¿cierto?
Su apariencia de una niña buena hacía que su estado actual no la hiciera ver tan miserable, pero no evitó ser el centro de cuchicheos. Su cabello de naturaleza rizada se había puesto aún más alborotado y su cara estaba todavía ruborizada por la vergüenza que había tenido que soportar ante la mirada burlona de los transeúntes. A diferencia de una película romántica, ningún chico apuesto apresuró su paso para darle la mano y rescatarla o preguntar si se encontraba bien. Para Isabella, esa fantasía comenzaba a morir y, a pesar de saber su destino, no se deprimía; ya lo había aceptado.
El sobrevivir en medio de la inseguridad, un gobierno deplorable y una creciente inflación, ya era todo un reto para ella. Si todo salía bien, pronto encontraría un nuevo trabajo con un mejor sueldo y a la larga conseguiría una economía estable que le permitiera seguir pagando la renta. De lo único de lo que estaba segura es que se quedaría en la soledad, sin nadie en quién apoyarse o siquiera la consolara. A veces sentía nostalgia de saber que nadie sentía ese tipo de alegría desbordante al mirarla, que nadie la tomaba de la mano, que nadie imaginaba una vida a su lado...
— ¡Señorita! ¡Señorita!
La voz firme y apurada la hizo salir de sus reflexiones. Con un brinquito prestó atención a la persona que la llamaba y presionaba para que liquidara su cuenta. Se apresuró a entregar el dinero y miró con tristeza los billetes; ahí se iba su primer y último lujo del mes.
Caminó con cautela, intentando no soñar mucho despierta hacia el pequeño rincón que era su hogar. Se encontraba en una calle cuya farola llevaba descompuesta más de un mes. Una vez dentro, dejó sus cosas de lado y se metió en su cama. Desenvolvió su cena y encendió su laptop para mirar algo que la alejara de la realidad por un momento, pues las pilas con recibos y estados de cuenta ya esperaban sobre la mesa de la cocina.
Intentaba olvidar su día de trabajo lleno de pendientes siempre urgentes, de regaños no merecidos y del mal sueldo. Sinceramente, una dosis más de cortisol terminaría por dejarle los ojos secos. De hecho, había ya tomado una resolución: una vez terminara su cena y un capítulo de esa serie, se pondría a actualizar su currículum y comenzar a enviarlo a toda posición de diseñadora gráfica para la que se creyera apta. Algo debía salir de ello.
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Cómo invocar a tu demonio
FantasyVeinticinco años de mala suerte han acompañado a Isabella. A pesar de ello, la desesperación de un trabajo con un sueldo mal pagado y maltratos constantes, la motivan a tratar de encontrar una mejor oportunidad. En la búsqueda de su añorado sueño...