Quizás me ví al espejo lo suficiente hoy, lo suficiente como para seguirme despreciando.
Hoy me senté en el suelo,
Miré atentamente mi reflejo en el espejo,
Y terminé odiando todo, todo de mí.
Tal vez solo es una crisis adolescente,
De esas que te rasguñan hasta hacerte sangrar.
Hoy me miré al espejo,
Odie mis párpados,
Mis cejas y mis ojos.
Me miré fijamente por mucho tiempo, tanto que mi cara se desfiguró.
Tengo la nariz doblada,
Mis labios son comunes,
Mis cejas no están perfiladas,
Mis pestañas no son nada largas,
Y me brota como hierba mala tantos granos como un campo de arroz.
Estoy pálida,
O amarilla.
Soy alta,
Mi cuerpo se ve socialmente aceptable.
Al carajo la sociedad.
Mis piernas son tan grandes y mis tobillos tan delgados, mis rodillas son tan raras, de tanto que me caía cuando jugaba.
Porque además de todo también soy torpe, tonta y floja. Y me odio tanto.
Mientras miro mi cabello, ya lo suficientemente rechazado por ser malo. Este cabello afro rizado, que ya ha sido juzgado desde el momento que nací. Siento tanta lástima por mí.
Mis manos tan pequeñas, mis palmas blancas casi transparentes que parecen ventanas a mis venas y arterias, el esmalte gastado en mis uñas.
No soy nadie especial, ni siquiera soy común, no me siento nada bonita. Más cerca de sentirme acomplejada, que de sentirme bien.
Mis pies, los mismos que esculpian en las esculturas de dioses mitológicos, poco proporcionales, poco prácticos.
Mis dientes, con trozos de metal en ellos, tratando de corregir todo lo chueco y discriminado.
Tanta gente que se describe su tipo de belleza, porque es muy subjetiva, algunos son lindos como la luna o como el mar. Yo me odio tanto, que no encuentro belleza, ni lindura.
Tengo la belleza sabor ciruela, tan ácida que cualquiera puede hacer caras y muecas, una belleza extraña que a veces amo y que justo hoy siento que odio como a nada.
Me odio tanto, yo quería ser bonita.
