Los golpes en la puerta resonaron una vez más, rompiendo el silencio entre Kotone y Kiyotaka. La voz de su madre, preocupada pero calmada, llegó a través de la madera.
"¿Kotone? ¿Estás bien?" preguntó la madre, sin mencionar a Kiyotaka. Parecía que, por suerte, no se había dado cuenta de que él también estaba en el baño.
Kotone, aún con el corazón acelerado por lo que acababa de ocurrir, respiró hondo, tratando de calmarse antes de responder. "Sí, mamá. Todo está bien," dijo, intentando que su voz no temblara.
Hubo un breve silencio del otro lado de la puerta, y luego la madre respondió con alivio en su tono. "Bueno, date prisa, cariño. Ya es tarde," dijo, antes de alejarse.
Cuando los pasos de su madre se desvanecieron por el pasillo, Kotone dejó escapar un largo suspiro. Se giró hacia Kiyotaka, quien seguía tan calmado como siempre, como si lo que acababa de pasar fuera un simple incidente más. Pero algo había cambiado en la atmósfera entre ellos.
Durante los días siguientes, algo invisible los mantenía unidos de una manera diferente. Kiyotaka, aunque fiel a su naturaleza distante, comenzaba a mostrar más interés en Kotone, buscando interacciones que antes habrían sido impensables para él. Tal vez era la curiosidad de experimentar emociones que antes consideraba innecesarias, o tal vez había algo más profundo que lo impulsaba.
Una tarde, mientras Kotone estaba sola en la cocina preparando algo de comer, Kiyotaka apareció a su lado, silencioso como siempre. Sin previo aviso, la sorprendió tomando un cuchillo y ayudándola a cortar los vegetales. Kotone, que aún sentía el calor de la tensión entre ellos, no pudo evitar ruborizarse ante la repentina cercanía.
"Kiyotaka..." susurró, su voz apenas audible por el peso de lo que no se atrevía a decir. Él, sin mirarla directamente, siguió con lo suyo, como si nada fuera diferente. Pero Kotone sabía que algo había cambiado. No eran solo los movimientos mecánicos de Kiyotaka, sino la intención detrás de ellos.
"¿Te sientes bien con lo que ocurrió?" preguntó Kiyotaka, su tono tan frío como siempre, pero con una chispa de curiosidad que Kotone nunca había escuchado antes.
Ella se quedó en silencio un momento, sorprendiéndose por la pregunta directa. La verdad era que no podía dejar de pensar en ello, en lo que había pasado entre ellos en el baño. No sabía cómo debía sentirse, pero lo que sí sabía era que lo deseaba más que cualquier cosa. Sin embargo, las palabras parecían quedarse atoradas en su garganta.
"Yo... No sé," respondió finalmente, sin atreverse a mirarlo. "Pero sé que no puedo dejar de pensar en ti."
Kiyotaka, aunque parecía inmutable por fuera, también estaba lidiando con sus propios pensamientos. Las interacciones con Kotone lo estaban llevando a lugares que nunca había explorado. Sentía una atracción hacia ella que no solo era física, y aunque no lo admitiera en voz alta, estaba comenzando a cuestionarse cosas que antes consideraba triviales.
Esa noche, las circunstancias los llevaron a compartir una habitación. El aire acondicionado se había estropeado en los otros cuartos, y la única solución que encontraron fue dormir los tres en el mismo cuarto. La madre, sin sospechar nada, había preparado los futones de manera que Kiyotaka, Kotone, y Ayane durmieran juntos.
La tensión en el ambiente era palpable, pero ninguno de ellos lo mencionaba. Ayane, que siempre tenía una energía despreocupada, no parecía notar lo que sucedía entre Kiyotaka y Kotone, y pronto cayó profundamente dormida en su futón al lado de ellos. La habitación quedó en silencio, solo interrumpido por la respiración tranquila de Ayane.
Kiyotaka y Kotone, por otro lado, estaban despiertos, aunque en silencio. Kotone se encontraba a solo unos centímetros de Kiyotaka, y aunque intentaba no moverse, su mente no dejaba de reproducir lo que había pasado en el baño. La tensión entre ambos era tan densa que podía cortarse con un cuchillo.