CAPITULO CINCO

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Pasaron días sin que volviera a saber nada de él. León parecía haberse desvanecido.

Aitana, por su parte, parecía estar en una nube de felicidad con Samuel. A pesar de que en mi opinión iban demasiado rápido, no podía negar que me alegraba verla tan contenta. Samuel la trataba bien, y eso era lo único que importaba. Sin embargo, su relación me recordaba lo distante que estaba yo de querer algo similar.No estaba lista.

La semana transcurrió sin demasiadas novedades. Entre las clases y el trabajo, mi rutina era monótona. Lo único que realmente me emocionaba era la llegada de Elías, mi hermano mayor. Hacía tiempo que no lo veía, y saber que vendría a Málaga a visitarme me llenaba de ilusión. Elías y yo siempre habíamos tenido una relación especial, una conexión profunda que no compartía con nadie más. Él me entendía como nadie, y pasar tiempo juntos siempre era un respiro para mí.

El viernes, cuando terminé mi turno en la cafetería, recibí un mensaje suyo:

Elías: "Llego mañana por la mañana. ¿Listos para una maratón de pelis y chisme?"

Sonreí al leerlo. Hablar con él siempre me hacía sentir que podía ser yo misma, sin máscaras ni reservas. Contesté rápidamente:

—"¡Más que lista! Te he hecho una lista de pelis imperdibles y ya tengo el helado en la nevera."

Sabía que su llegada me ayudaría a desconectar de todo lo que me estaba rondando la cabeza. Necesitaba esa pausa, ese tiempo en familia que siempre me hacía recordar que no estaba sola. Además, Elías tenía una habilidad especial para hacerme ver las cosas de otra manera, más relajada.

A la mañana siguiente, me desperté temprano, ansiosa por ir a recoger a Elías. El tren llegaba a las diez, y aunque no era una gran distancia, decidí salir con tiempo. Al llegar a la estación, lo vi desde lejos. Elías siempre había sido fácil de reconocer, con su altura y esa sonrisa despreocupada que lo caracterizaba. Cuando me vio, levantó la mano y vino hacia mí con paso decidido.

—¡Hermana! —dijo mientras me daba un abrazo fuerte—. ¡Qué ganas tenía de verte peque!

—¡Lo mismo digo! —le respondí, apretándolo con fuerza. Sentí cómo todo el peso de la semana comenzaba a desvanecerse en ese abrazo.

Caminamos juntos hacia el coche mientras hablábamos de todo un poco: su trabajo, nuestras películas pendientes, y claro, nuestras anécdotas familiares. Había algo en la compañía de Elías que siempre lograba que me sintiera más ligera.

La primera parada fue la cafetería, yo necesitaba un café y más específico el café de David y eso hicimos. Pedimos los cafés y nos sentamos a charlar.

El timbre de la puerta del café sonó, interrumpiendo el murmullo suave de conversaciones y el olor a café recién hecho que impregnaba el aire. Miré hacia la entrada, justo cuando vi a León entrar.¿Qué hacía él aquí?—me pregunté.

—¿Que miras ?—preguntó mi hermano curioso.

—Nada... —mentí, sin poder apartar la mirada de León, que ya estaba en la barra pidiendo su café. Me esforcé por sonreír y desviar la conversación—. Solo... alguien que conozco.

Elías levantó una ceja, claramente no convencido. Siempre había sido bueno leyendo mis emociones, y yo no era particularmente buena ocultándolas. Trató de seguir mi mirada, y en cuanto lo hizo, sus ojos se detuvieron en León.

—Ah, ya veo... ¿Es ese "alguien"? —dijo, con una sonrisa traviesa que me hizo rodar los ojos.

—Por favor, no empieces —le susurré.

León, mientras tanto, tomó su café y, para mi sorpresa, caminó directamente hacia nuestra mesa. Mi corazón comenzó a latir más rápido, y me maldije a mí misma por no haber salido corriendo en cuanto lo vi entrar.

El secreto del boxeadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora