Capítulo Dieciocho.

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Narrador omnisciente

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Narrador omnisciente

         
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“Supongo que es duro aceptar un error para un fanático. ¿No es ese todo el sentido de ser un fanático?”

—Lord Varys

                         NÁPOLES
                            Parte I

En Nápoles, la noche comienza con un leve descenso de las estrellas. La luna está alta, reflejándose en las aguas negras del Mediterráneo. Las luces de los barcos en la distancia titilan, pequeñas manchas amarillas que se pierden en el horizonte. El viento trae consigo el olor del mar mezclado con algo más, tal vez las promesas que no se cumplen o el peligro que siempre está al acecho en esta ciudad.

Las calles cerca del puerto están más tranquilas de lo habitual, pero el silencio no es sinónimo de paz aquí. Moisés Rossi lo sabe, por ello, comienza a notar la impaciencia en su arteria carótida, mientras exhala leves brechas de humo. Sus hombres esperan con cautela la llegada de esa tan esperada mercancía.

El reloj marcó la hora pactada hace diez minutos y el barco rumano sigue sin aparecer. El italiano sabe que, en la mafia, el retraso no existe. La impaciencia comienza a invadirlo, deslizándose por cada nervio. Nunca ha sido un hombre paciente, aunque intente convencerse de lo contrario. Pero el movimiento constante de sus piernas lo traiciona. Su paciencia, si es que alguna vez la tuvo, se escribe con “S”: simplemente, no existe.

—Debemos irnos, esto apesta a traición —advierte Leandro, acercándose con cautela. Cada palabra es medida con precisión.

El Rossi ni siquiera se ha detenido a escuchar las palabras de su consejero. Sus sentidos como tantas veces ha pasado, se han cerrado.

No puede evitar preguntarse si ha descuidado su negocio. Durante años, ha sido un hombre intocable, capaz de silenciar con una sola mirada y de hacer que otros le obedezcan. Tal vez se ha dejado llevar por el deseo de proteger a la periodista; ha estado tan centrado en mantenerla cerca que no ha visto que esa obsesión es la raíz de sus desgracias.

De pronto, en el medio de las aguas que surcan el puerto, aparece la silueta de un barco. Leandro se sorprende, estaba convencido de que no llegarían.

—Alisten sus armas —ordena Moisés, poniéndose en posición.

En la mafia italiana, hay una frase que los capos veneran: “Fidarsi è bene, non fidarsi è meglio” «confiar está bien, no confiar está mejor». El Rossi la repasa en su mente una y otra vez. Sabe que algo no va bien, que el aire está cargado de traición. Está preparado, cada músculo tenso, listo para derramar la sangre que sea necesaria.

Las luces del puerto iluminan el barco mientras se acerca al muelle, cada vez más despacio, como si dudara en llegar. El crujido de la madera al estacionarse rompe el silencio, pero no el nudo que aprieta el estómago de Moisés. Se queda quieto, observando, esperando el próximo movimiento con una tensión eléctrica en el aire.

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