Cap 1

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Elizabeth

El sol estaba en lo alto cuando Emiliana y yo terminamos de alimentar a los pollitos. Me encanta hablarles como si entendieran cada palabra que digo.

—¿Verdad que están bien bonitos? —les dije mientras lanzaba otro puñado de granos al suelo. Los pequeños se acercaron corriendo, picoteando con entusiasmo, y yo me reí. —Van a crecer fuertes, lo sé.

Mi hermana, Emiliana, estaba en el otro lado, luchando con las vacas. Me daba tanta risa cómo les hablaba, haciendo voces graciosas. Se acercó a una de las más grandes, pero la vaca no se movió.

—Liz, creo que esta vaca no me soporta. —Emiliana frunció el ceño, pero yo sabía que lo decía en broma. Siempre había sido la payasa de la familia.

—Tal vez sepa que eres la menor —le dije, devolviéndole la broma—. Pero tienes que ser más paciente, ellas lo sienten.

Me acerqué y acaricié a una de las vacas, dándole un pequeño empujón suave. Emiliana trató de hacer lo mismo, y esta vez, para su sorpresa, la vaca no se movió. Las dos nos echamos a reír.

—¡Ya ves! ¡Eres una experta! —le dije, y ella me sacó la lengua antes de echarse a correr hacia las gallinas.

Mientras caminábamos de vuelta hacia la casa, vi el viejo buzón al final del camino. Mi corazón dio un vuelco. Hoy llegaba la carta. Llevaba semanas esperando esto. Sabía que no tenía muchas posibilidades, pero... una parte de mí no dejaba de soñar.

—Voy a revisar el buzón —le dije a Emiliana, aunque ni siquiera me escuchó. Estaba demasiado ocupada inventando canciones mientras caminaba detrás de las gallinas.

Llegué al buzón y, con manos temblorosas, lo abrí. Allí estaba. Un sobre blanco con mi nombre escrito con letras elegantes. Lo miré por unos segundos, incapaz de moverme. Lo logré.

—¡Emi! —grité, sintiendo que la emoción me explotaba en el pecho. Mi hermana corrió hacia mí.

—¿Qué pasa? ¿Te aceptaron? —preguntó, con los ojos brillantes.

—Sí —susurré, como si decirlo en voz alta fuera a romper el hechizo—. ¡Me aceptaron!

Corrimos juntas hacia la casa, la carta en mi mano temblando mientras la sostenía con fuerza. Al entrar, vi a mis padres en la cocina. Mamá estaba amasando pan y papá arreglaba algo en la mesa.

—¡Papá, mamá! —grité, y ambos levantaron la vista al mismo tiempo.

—¿Qué sucede, hija? —preguntó papá, con el ceño ligeramente fruncido, pero antes de que pudiera responder, levanté el sobre.

—¡Me aceptaron en la preparatoria!

El orgullo en sus rostros fue inmediato, pero luego vi cómo la preocupación se colaba poco a poco. Sabía exactamente en qué pensaban: el viaje, el dinero. Esta preparatoria no era cualquier escuela, estaba en otro país, y solo los más ricos podían permitirse enviar a sus hijos allí.

—Estamos muy orgullosos de ti, Elizabeth —dijo mamá, dejándome un beso en la frente—, pero... ¿cómo vamos a costearlo?

—Lo sé, pero... —tomé aire—. Es una oportunidad increíble, mamá. Prometo que encontraré una manera de hacer que todo funcione.

Papá nos miró a ambas. Sabía que no era fácil para él, pero después de unos segundos asintió.

—Haremos lo posible para que vayas, Liz. Te lo has ganado.

Mi corazón dio un vuelco de nuevo, esta vez lleno de gratitud. Emiliana me dio un abrazo fuerte y supe, en ese momento, que nada iba a detenerme. Estaba lista para lo que viniera

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