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Capitulo 1
El olor a humedad era abrumador en aquel lugar, una mezcla penetrante de moho y el inconfundible aroma a tierra mojada. Este último, aunque desagradable, solía ser un familiar compañero en esos oscuros y olvidados rincones del subterráneo. Era un ambiente opresivo, donde ni la luz solar era capaz de asomarse.
El Burdel de Drago se había vuelto muy famoso en los últimos cinco años, popularizado por ser el único refugio de tal naturaleza en el vasto y opresivo subterráneo.
Hombres de la superficie, atraídos por la curiosidad, el deseo y el morbo, descendían en secreto a este lugar de mala muerte. Allá arriba, un sitio como ese era un tabú, un lugar relegado a susurros y miradas de desprecio. Sin embargo, la oscuridad tenía su propio atractivo; muchos hombres se aventuraban en la noche, dejando atrás las convenciones de la superficie.
Dentro de esas paredes desgastadas, las mujeres que habitaban el burdel eran sombras de sí mismas, privadas de su libertad y, lo más doloroso, de su libre albedrío.
Cada una de ellas guardaba un secreto desgarrador, historias que retumbaban en las paredes como ecos de un pasado perdido, dignas de un libro de terror. Mujeres que, en su vida anterior, disfrutaban de sueños y aspiraciones en la superficie, ahora se encontraban atrapadas bajo tierra, en un infierno subterráneo, explotadas por un hombre detestable llamado Drago.
—Llama a Juliet —ordenó Drago con un tono que no admitía objeciones, mientras su mirada se perdía en la penumbra, como si su mente estuviera en otro lugar.
Para Elizabeth, esa voz era un eco que resonaba en su vida, un recordatorio de los ocho años que había pasado bajo el yugo de aquel hombre, un hombre que le había robado su infancia, su pubertad y ahora su adolescencia. Con apenas catorce años, su vida ya estaba marcada por el.
La delgadez extrema de Elizabeth era un reflejo de la vida que había llevado en aquel lugar. Su piel, de un tono pálido y enfermizo, parecía casi transparente bajo la tenue luz del burdel. Su cabello, un rojizo que conservaba el brillo heredado de su madre, caía desordenadamente sobre sus hombros, mientras que sus ojos, antes llenos de vida, ahora estaban opacados por la tristeza y el desasosiego.
A pesar de su apariencia deteriorada, sus rasgos distintivos la hacían destacar entre las sombras. Era una belleza trágica, pero en aquel lugar, todos sabían que dicha belleza pertenecía a Drago.
—Lisa, te estoy hablando —la voz de Drago la sacó bruscamente de su trance, y Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
Asintió, poniéndose de pie rápidamente, casi temerosa de su reacción. Se dirigió hacia las habitaciones donde las mujeres ofrecían sus servicios, sintiendo el peso de su destino a cada paso.
A pocos metros, divisó a Juliet, la mayor entre ellas, una mujer con una presencia imponente. Sus cejas gruesas enmarcaban su rostro, dándole una apariencia casi feroz. Elizabeth la admiraba, deseando poseer una fracción de su fuerza.
