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Cuando todo acaba, Amanda, Luigi y yos nos dirigimos hacia la limusina que nos

espera y sin darle tiempo a Luigi para que vuelva a humillarme, me siento

directamente junto al chófer.

Para chula, ¡yo!

Los oigo hablar. Incluso oigo cómo Amanda cuchichea y ríe como una gallina.

Oigo lo que hablan y me enfurezco. No quiero hacerlo. Sólo hay que mirar a

Amanda para saber qué es lo que busca. ¡Perra!

Espero que dividan los ambientes en la limusina, pero esta vez Luigi no lo hace.

Desea que me entere de todo lo que dice. Habla en alemán y oírlo me agita. Me

provoca.

Al llegar al hotel, la limusina se detiene. Abro mi puerta y desciendo.

Deseo con todas mis fuerzas perder de vista a Luigi y a esa imbécil, pero espero

educadamente a que mi jefe y su acompañante bajen del coche. Después me

despido y me marcho.

Casi corro hasta el ascensor y cuando se cierran las puertas, suspiro aliviada.

¡Sola!

El día ha sido horroroso y quiero desaparecer. Cuando llego a la suite tiro el

maletín sobre el bonito sofá. Enciendo el hilo musical. Me suelto el pelo, me quito

la chaqueta del traje y me saco la camisa de la falda. Necesito una ducha.

Entonces suenan unos golpes en la puerta. Mi mente intuye que es él. Miro a mi

alrededor. No tengo escapatoria a no ser que me lance desde el ático del hotel y

muera aplastada en pleno paseo. ¡Qué disgustazo para mi pobre padre! ¡Ni hablar!

Decido ignorar las llamadas. No quiero abrir, pero insiste.

Cansada, abro finalmente la puerta y mi cara de sorpresa es mayúscula cuando

veo que es Amanda quien está ante mi puerta. Me mira de arriba abajo.

—¿Puedo pasar?—me pregunta en alemán.

—Por supuesto, señorita Fisher —respondo, también en su idioma.

La mujer entra. Cierro la puerta y me doy la vuelta.

—¿Vas a quedarte el fin de semana, como hiciste en Barcelona? —me pregunta,

antes de que yo pueda decirle nada.

Hago lo que suele hacer Luigi. Tuerzo el gesto. Pienso... pienso y pienso y

finalmente respondo:

—Sí.

Mi contestación le molesta. Se pasa la mano por el pelo y pone los brazos en jarras.

—Si tu intención es estar con él, olvídalo. Él estará conmigo.

Arrugo el entrecejo, como si me hablara en chino y no comprendiera nada.

—¿De qué está hablando, señorita Fisher?

—Tú y yo sabemos nuy bien de lo que hablamos. No te hagas la tonta. No eres la

pobretona española que ve en Luigi un filón, ¿verdad?

Me quedo boquiabierta por lo que acaba de decirme. Pestañeo, y dejo salir a la

macarra que llevo dentro.

Pídeme lo que QuierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora