A la mañana siguiente, abrió sus ojos café a las seis en punto. Trabajando en una compañía donde la puntualidad y el formalismo formaban parte de la rutina diaria y con un presupuesto mayor al de cualquier otra revista de moda de la que hubiera oído hablar, Julián, aun en su puesto de becario, debía seguir a rajatabla todas aquellas normas que tan amablemente le habían repetido hasta el cansancio.
Desayunando deprisa y vistiéndose con algo de ropa que rayaba lo formal, salió apresurado de su casa para tomar de nuevo el Bondi. Los altos edificios de Londres pasaban por la ventana del autobús a gran velocidad, pero la gente, habituada ya al impresionante paisaje, donde aquellas monstruosidades de metal, acero y ladrillo tapaban cualquier resquicio de horizonte, no prestaba atención más que a sus cascos de música, sus libros de bolsillo y algún que otro poco madrugador, a sus suaves ronquidos.En menos de media hora ya había llegado al alto edificio de azuladas cristaleras y de aspecto elegante. Saludando con un tímido "buenos días" al fornido guardia de seguridad que custodiaba las puertas, Julián se apresuro a llegar a los ascensores. Aun no sabia si su jefe lo había descubierto el día anterior, pero a su tutora no le iba a hacer nada de gracia el que le despidieran en su periodo de becario. Aquello no iba a ser nada bueno para sus, hasta ahora, notables notas.
-Buenos días, Julián -se escucho la voz de Delfina. Una treintañera atractiva y soltera que, además, se sentaba en una mesa junto a la de Julián -. Como llevas tus nuevos diseños?
-Bueno -susurro mirando con desazón los dibujos que se había dejado olvidados el día anterior. No había podido adelantar nada su proyecto-, ayer no pude terminar ninguno.
-Tranquilo, sabes que nuestro simpático jefe se tomara su tiempo antes de mirar alguno de los bocetos.
El sarcasmo de Delfina le hizo sonreír. Aquella era una de las pocas personas con lasque se sentía realmente cómodo. Su carácter abierto y su chachara incesante hacían de sus monólogos la oportunidad perfecta para que pudiese enterarse de lo que pasa a su alrededor. Con su pelo negro y largo recogido en una coleta apretada y sus finas fracciones, Delfina era tanto agradable a la vista como al oído.
-Por cierto, cariño, Fernández pidió verte esta mañana. Ve a su despacho en cuanto puedas. Ya sabes lo poco que le gusta esperar.
Y con aquellas palabras, el alma de Julián se fue directa a sus pies.
-Te... ¿te dijo para que quería verme?
-No, simplemente dijo que en cuanto llegaras, te pasaras por su despacho.
Tragando saliva, dejo uno de los tantos lapiceros naranjas que adornaban su escritorio para ponerse en pie y empezar a caminar hacia el despacho de Fernández. Sus manos temblando cual finas hojas al viento.