Divorcio

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El ambiente en la sala era acogedor, con las luces tenues y el sonido de la película llenando el espacio. Estaba allí con mi madre, disfrutando de un momento que sabía que podría ser efímero. Papá aún no llegaba del trabajo, y pesaba sobre mí una carga que me resultaba difícil de soportar. Había sido testigo de algo en su oficina que, de revelarse, destrozaría el mundo que había conocido. El conflicto interno me desgastaba; no quería herir a mi madre, pero tampoco podía soportar la fachada de felicidad que intentaban mantener.

Cuando los créditos comenzaron a rodar, ya no pude contenerme. La necesidad de ser honesto superó mi miedo. Le conté lo que había visto, lo que sabía, y el dolor en su mirada lo decía todo. La decisión de separarse ya había tomado forma en su corazón; la falta de respeto de mi padre era una herida demasiado profunda. Mientras ella procesaba la traición, yo lloraba en silencio, lamentando la ruptura de nuestra familia.

Los días que siguieron fueron de duelo. La carga de la culpa por no haberle dicho la verdad antes me acompañaba, y el vacío que dejó la partida de mi padre era palpable. Con el tiempo, sin embargo, comenzamos a reconstruir nuestras vidas. La nueva relación de mi madre trajo consigo una luz renovada, y aunque sabía que el cambio era inevitable, me costaba despedirme.

Finalmente llegó el día en que me mudaría temporalmente con mi tía. La mezcla de emociones me abrumaba. Sería un adiós, aunque temporal, y la idea de no ver a mi madre durante dos años y medio era dura. Pero también era una oportunidad para despejar mi mente y encontrar un nuevo camino en medio de la tormenta familiar. Mientras la despedida se acercaba, agradecí cada instante, sabiendo que, aunque todo había cambiado, el amor que nos unía seguiría intacto.


Tenías que ser tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora