Capítulo 4: El primer día nunca es fácil

150 6 4
                                    

Una mano amiga

- Pero está bien, no volví a pensar en ello durante mucho tiempo -Respiré profundo- Luego me enteré que aprobé el examen que había hecho días después, para el último año del colegio. Eso me mantendría ocupada durante mucho tiempo.

- ¿Y qué tal?

- Eh...

... 

En algún lugar, hace ya algún tiempo...

Mamá me había repetido varias veces que todo saldría bien, que solo era cuestión de acostumbrarme. Al final, solo le sonreí y le di un abrazo rápido antes de entrar, intentando mostrar una seguridad que, en realidad, apenas sentía.

- Espera -Mamá me agarró el brazo antes de entrar- Quiero darte algo.

Me giré, un poco confundida por la espontaneidad, mientras ella buscaba algo en su bolso.

- ¿Hmm?

- La última vez que hice esto, creo que me terminaste odiando por un tiempo... -La vi sacar algo, como un pequeño frasco- Pensaba dártelo en tu cumpleaños, pero creo que puedes necesitarlo hoy.

- ¿Un perfume? - Fruncí el ceño, extrañada por el gesto.

- No te voy a obligar a usarlo si no quieres, tampoco te lo pondré yo misma. No lo haré, no de nuevo - Sentí su sonrisa un poco forzada

- Mmm... pues, ¡gracias! - Respondí, dándole otro abrazo a mamá

La situación me desconcertaba un poco, pero al mismo tiempo, me daba cuenta de que esto significaba mucho más para ella que para mí. Tal vez, había sido un intento por recordarme que aún había partes de mí que ella entendía mejor que yo.

Me rocié un poco de esa fragancia, y el aroma fresco me envolvió de inmediato. Ah, que bien huele. ¿Y en serio me enojé con mamá por algo similar que hizo en el pasado? Dios, en serio no me conozco. ¿Y cuándo es mi cumpleaños? No había pensado en ello.

Otra cosa que preguntar.

Al entrar al colegio, sentí ese nudo en el estómago que parecía no querer deshacerse. Había estado muy nerviosa en el camino, pero al mismo tiempo, algo en mí me hacía sentir segura, como si todo fuera a salir bien. Quizás era porque mamá, antes de que saliera de casa, había revisado hasta el último detalle de mi uniforme y me dio un beso en la frente, algo que no solía hacer.

Fue un gesto pequeño, casi insignificante, pero sentí que escondía una preocupación más profunda. Aun así, no quise pensar demasiado en ello. Me concentré en mantener la espalda recta y caminar con la seguridad que mamá esperaba de mí.

A pesar de que mis nervios me hacían parecer torpe, había algo en el uniforme que me hacía sentir cómoda conmigo misma, como si, al menos en apariencia, encajara. Había algo casi reconfortante en esa formalidad, como si vestir así me diera una armadura invisible. Al menos, solo los lunes como hoy, podría sentir esa seguridad.

La falda tableada, que caía justo por encima de las rodillas, me hacía sentir un poco más segura de mí misma. Me gustaba cómo me quedaba, era un pequeño consuelo en medio de tanto nerviosismo, y aunque los tacones no son lo mío, puedo decir que me acostumbro más rápido de lo que pensaba. Y aunque no eran los únicos que sonaban a mi alrededor, eran los únicos que mi mente escuchaba.

Pero bueno. Por último estaban las medias nylon y el chaleco ajustado: y no me quejo.

Entre más me adentraba en el bullicio de los demás estudiantes, más pequeña me sentía. Esa seguridad que intenté mostrar al inicio, se había desvanecido más rápido de lo que apareció. Y lo peor era escuchar los susurros de los demás y sentir sus miradas encima de mí, tal vez juzgándome por, no sé, simplemente ser nueva y ya.

Erika, no élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora