Prólogo

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Su voz flotaba en el aire, dulce y envolvente, mientras cantaba en medio del bosque. Sus labios dibujaban una canción que parecía no tener fin, y en su mano sostenía una flor. El viento jugueteaba con su cabello, y su belleza resplandecía como nunca antes en aquel escenario sereno.

-Olimpia...

El susurro escapó de sus labios con un nudo en la garganta. Adrián la miraba con ojos llenos de lágrimas, y, sin pensarlo, comenzó a correr hacia ella. Pero, por más que avanzaba, Olimpia se alejaba, como si el bosque la estuviera devorando. Sus piernas comenzaron a fallarle, el suelo se volvía cada vez más pesado bajo sus pies, y cuando ya no pudo más, cayó al piso.

Su corazón se detuvo. De un sobresalto, Adrián despertó en su sofá, la respiración agitada y el sudor perlándole la frente. La oscuridad de la sala lo envolvía, confundiéndolo, como si aquella pesadilla aún no hubiera terminado.

Todo había acabado... al menos para él. Fue aquel 9 de noviembre de 2019 cuando su amada esposa desapareció a las 3 de la tarde en aquel bosque, mientras acampaban juntos.

Alaska había sido su refugio. Decidieron mudarse a este rincón remoto del mundo, y las caminatas por los bosques se habían vuelto parte de su rutina. Lo que nunca imaginó fue que todo cambiaría en cuestión de horas, y mucho menos que no tendría la oportunidad de despedirse.

El mundo ofrecía explicaciones de todo tipo. Algunos decían que Olimpia había huido, que había querido empezar de nuevo con alguien más. Otros susurraban que ya había muerto pero jamás encontraron un cuerpo. Lo único que podría haberla identificado era su sortija de matrimonio y los pendientes en forma de flor azul que siempre llevaba.

Encerrado en su casa, Adrián vivía entre el trabajo y el sueño. Cada rincón seguía impregnado de ella, como si el tiempo se hubiera detenido desde aquel día. Extrañaba sus besos por la mañana, su risa, y esos chistes malos que sólo a ella le hacían gracia. El olor de Olimpia aún persistía en la almohada, aunque con el paso de los días se había ido desvaneciendo, y ni siquiera su perfume lograba llenar el vacío.

Con el tiempo, todo en su vida se fue desmoronando. La música que ella solía poner nunca volvió a sonar, su habitación permanecía cerrada como una tumba, y el sofá se convirtió en su único refugio. Lo único que lo conectaba a su antigua vida era una habitación repleta de los cuadros que Olimpia pintaba, donde su última obra quedó inacabada, un trazo interrumpido por la tragedia.

Al lado de Adrián, siempre estaba aquel libro de frases que ella llenaba con pensamientos sobre la vida, emociones que tocaban su alma. Una de esas frases se había clavado en la memoria de él, como un recordatorio doloroso:

_"De vez en cuando es bueno ser consciente de que la vida nos da menos de lo que esperamos pero más de lo que merecemos"_

Mario Benedetti

Foto de nuestra Olimpia

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