PRÓLOGO

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Era una tarde de verano, yo la estaba esperando, pero no aparecía. Me empecé a preocupar, sobre todo porque, ella era muy puntual. De hecho, siempre se enfadaba conmigo porque llegaba tarde. Todos los días, nos encontrábamos en el descampado del pueblo a jugar, bueno, jugábamos cuando éramos más pequeños, con 15 años simplemente nos entreteníamos hablando sobre cualquier cosa. Ni siquiera me acuerdo como la conocí, era muy pequeño como para acordarme. Simplemente sabía que era mi mejor amiga, que me había apoyado siempre y que le tenía mucho cariño. Aunque últimamente estaba un poco confuso, había oído hablar del tema de "quererse" o "gustarse" y no sabía si ese cariño empezaba a ser algo más. Normalmente, algo así lo consultaría con ella sabiendo que me daría un buen consejo. Pero como eso, era lo último que podía hacer, solamente me quedaba intentar averiguarlo por mí mismo. No quería cagarla, con ella no, porque era muy importante en mi vida y no quería perderla. Así que, mejor me quedaba calladito con mis dudas. Me quedé pensativo un rato, hasta que pasó una vecina del pueblo y me preguntó que hacía allí.

-Estoy esperando a Elisabeth – le dije con amabilidad

- Se ha ido – se me paró el corazón un segundo.

- ¿A dónde? – pregunté confuso

- Se ha mudado, ya no vive aquí. Se fue hoy temprano, ¿no te lo comentó? – me explico con toda la tranquilidad del mundo.

"imposible" pensé. Ella no me haría eso. Me lo habría dicho, ¿no? Me levanté rápidamente ignorando la pregunta de mi vecina. Fui corriendo a la que era la casa de Elizabeth y toqué el timbre. Me abrieron, pero no era ella, no era Ellie; era su abuela, que me abrió con sorpresa en los ojos y en cuestión de segundos, pasó a una mirada triste.

Dime que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora