El parque era un refugio. Un lugar donde Ryo podía escapar de las miradas y los susurros de los pasillos de la escuela, y donde nadie lo juzgaba por querer estar solo. Desde pequeño, había encontrado en los libros una compañía más reconfortante que la de la mayoría de las personas. No es que odiara a la gente, pero había aprendido que mantener una cierta distancia lo protegía de las decepciones.
Las sombras de los árboles bailaban suavemente sobre el suelo, mientras el viento frío del atardecer arrastraba las primeras hojas caídas del otoño. Ryo dejó que el aire frío le acariciara la piel, mientras sus dedos recorrían las páginas de su libro. La historia que estaba leyendo, un relato de aventura y fantasía, lo transportaba a otro mundo. Era su manera de desconectarse de las presiones de la vida diaria.
Pero hoy, su mente no lograba concentrarse. Cada vez que intentaba leer, un pensamiento lo desviaba: Sakuya.
Había algo en ese chico que lo desconcertaba. Desde que lo había visto por primera vez, algo en él se activaba. No era solo que Sakuya fuera uno de los chicos más populares de la escuela, o que su apariencia llamara la atención de todos a su alrededor. Era algo más profundo, algo que Ryo no lograba descifrar. A menudo se preguntaba por qué sus miradas parecían encontrarse de forma inesperada, como si estuvieran en sintonía en un nivel que ni siquiera él entendía del todo.
Sakuya, alto y delgado, tenía una actitud despreocupada que envidiaba. Siempre parecía moverse con una facilidad innata, como si el mundo simplemente fluyera a su alrededor sin perturbar su calma. Pero detrás de esa fachada, Ryo sentía que había algo más, algo que a veces lograba entrever en esos momentos fugaces en los que Sakuya lo observaba desde la distancia.
Y ahora, sentado en su banco habitual, Ryo podía ver a Sakuya nuevamente. Estaba allí, al otro lado del parque, rodeado de algunos de sus amigos, riendo, como siempre lo hacía. Ryo no era alguien que se fijara en los demás de forma obsesiva, pero Sakuya tenía esa habilidad de robarle la atención sin siquiera intentarlo.
Intentó volver a concentrarse en su libro, pero una voz profunda lo sacó de sus pensamientos.
—¿No te cansas de estar siempre solo?
El corazón de Ryo dio un salto en su pecho. Esa voz. Levantó la vista y se encontró con los ojos oscuros de Sakuya, que lo miraban con una expresión de ligera curiosidad. Ryo parpadeó, tratando de procesar la situación. ¿Sakuya le estaba hablando a él?
Sakuya estaba de pie, casual, con las manos en los bolsillos de su chaqueta. La luz dorada del sol que se escondía tras el horizonte dibujaba sombras suaves en su rostro, acentuando su expresión. Ryo se tensó ligeramente, sin saber qué decir. No era común que alguien como Sakuya se acercara a él.
—¿Qué? —murmuró Ryo, sintiendo cómo su voz temblaba ligeramente. No estaba preparado para esto.
—Te veo aquí a menudo —dijo Sakuya, avanzando un poco más y sentándose en el banco junto a él, como si fuera lo más natural del mundo—. Siempre estás solo. ¿Por qué?
Ryo se quedó en silencio, apretando el libro entre sus manos como si fuera su única defensa. No sabía cómo responder a eso. Estar solo no era algo que le molestara particularmente. De hecho, lo prefería. Pero ahora, con Sakuya tan cerca, esa soledad que normalmente lo reconfortaba comenzaba a sentirse como un peso incómodo.
—No me molesta estar solo —respondió finalmente, su voz más firme de lo que esperaba.
Sakuya ladeó la cabeza, mirándolo con una expresión que Ryo no lograba descifrar del todo. Había algo en sus ojos, una mezcla de diversión y curiosidad, como si estuviera esperando que Ryo dijera más. Pero Ryo no estaba dispuesto a ceder.