Sopa de pescado

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Los músculos se tensan al cruzar la aguda mirada que me escanea desde el otro lado de la mesa, me aferro a la madera como si mi vida dependiera de ello.

Nos miramos fijamente a los ojos, pasan los minutos y ninguno se atreve a desviarse. Esto se trata de orgullo.

Para entender esta batalla es necesario retroceder el tiempo.

Esa mañana salimos de casa arrastrando el carro de la feria por las calurosas calles en un verano inminente. Urano, cansada de vivir arrastra los pies con el peso de los años en sus hombros, pero nada la detiene.

Llegamos a la feria y comenzamos a pasar puesto por puesto, el ritual de Urano es probar todo lo que pueda antes de comprar e iniciar una discusión si la oportunidad se presenta.

—La semana pasa me vendiste manzanas y estaban malas— Dirá ella.

A estas alturas no sé si es real.

—Vaya a lavarse la boca señora.

Urano abre sus diminutos y arrugados ojos antes de tomar el carro y marcharse indignada.

Cuando por fin se decida a comprar algo me dirá que abra la boca (la de la bolsa), me dirá que lo haga bien.

Me dirá que no sirvo para nada.

Llegamos al carro de los pescados y luego de quejarse de los precios con el dueño, Urano comprará alguna clase de cadáver de pescado que no conozco.

Mi yo de 4 años se ilusiona pensando que comeremos pescado frito.

Nada hacía presagiar.

Volvemos a casa arrastrando el carro lleno cuesta arriba, después de algunas pausas llegamos a casa y Urano comienza su ritual de cocina. Nadie puede entrar.

De pronto se asoma un olor indescriptible y me pregunto qué pasó con mi pescado frito, pero mantengo mis esperanzas por las nubes.

—A sentarse—grita Urano aún en la cocina.

Una vez sentado ella pone un plato frente a mí y mi mirada cae hasta el suelo luego de apreciar la sopa con un trozo de pescado con su piel gris hundido en el fondo del caldo. Desilusionado, asqueado, no entiendo qué pasó.

Ella me mira con su pose altanera esperando que comience a comer, pero me niego a hacerlo es demasiado asqueroso ante mis ojos. Revuelvo la sopa con la cuchara en la mano izquierda, si tengo suerte mi torpeza la hará salir disparada en la mesa evitándome tener que beberla.

Urano come de su plato groseramente lleno de sopa y guarniciones, se lame los bigotes feliz por lo que acaba de tocar su paladar, absorbe el aroma y su rostro se ilumina, su rutina matutina ha tenido su recompensa.

Desde el otro lado, yo no dejo de mirar la escena sobre la mesa lleno de asco, no entiendo como puede comer esa parte gris, no entiendo cómo puede beber la sopa, cómo puede soportar ese olor marino que inunda la casa.

Miro el reloj arrastrase por los segundos con un peso que nunca había reconocido antes, el calor no es fuerte, pero mi situación vuelve el ambiente pesado. Se que no tengo cómo salir de aquí si no como ese caldo recalcitrante.

Urano se detiene y me observa mientras saborea los restos en su boca.

Me dice que coma, que si no lo hago no me puedo mover de aquí.

Vuelvo a revolver la comida en el plato y con un nudo en la garganta cedo por primera y única vez en el día: El olor impregna mi paladar y todo lo que puedo sentir es ese sabor salado y aceitoso, ese rastro del mar recorriéndome la garganta hasta llegar a mi estómago. Desde lo más profundo de mi ser escapa una arcada, mi lengua se traba en mi garganta y siento los líquidos luchando por volver a mi boca, miro a Urano quien solo sacude su cabeza en desaprobación.

Sopa de pescadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora