33. Un mundo cruel y hermoso

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Estaba sobre la tierra firme y bajo el cielo infinito. Estaba vivo. Adolorido, mojado y vivo.

—¡Dios mío! Nunca vuelvas a hacer algo así, Nahuel — oí la voz de mi hermana, impregnada de terror y alivio mientras sollozaba sobre mi pecho desnudo...

No solo estaba vivo. Sino que había vuelto a ser humano. Había vuelto a ser un adolescente escuálido y débil... Y estaba vestido. Tenía puesto un pantalón de vestir negro y ligero, idéntico al que siempre llevaba puesto en mis sueños.

—Bren... —murmuré casi sin voz.

—Sí, decime. Ay Dios, Nahuel. ¿Estás bien? ¿Estás herido?

—Estoy hecho mierda, boluda, y vos me estás aplastando —contesté encontrando mi voz y una ligera sonrisa.

En vez de replicarme como lo haría siempre, ella me devolvió una enorme y llorosa sonrisa. Y sí, me apretó aún más en sus brazos.

Pero nuestro momento fraternal se vio interrumpido por una mano que voló a mi mejilla, dándome una buena cachetada. Y un momento después, los labios de Sofi estaban sobre los míos. Furiosos y agradecidos.

Sorprendido, me quedé mirando al hermoso rostro de Sofi, surcado por las lágrimas y emociones que no podía controlar.

—Jamás te atrevas a dejarme otra vez —sentenció con voz trémula pero decidida.

—Jamás de los jamases —respondí, enterrando una mano a su cabello y acaricié su mejilla con el pulgar, sin poder evitar sonreír.

Por un instante, me permití recorrer el lugar con la vista.

Sofi y Brenda estaban cada una a mi lado. Lucas estaba un poco más alejado; su mano derecha estaba fuertemente cerrada un puño, como si extrañase el tacto de su daga bendita. Su otra mano estaba en la cintura de Alfonsina, quién todavía estaba lo suficientemente débil como para tener que sostenerse por mi amigo. Maitei y Yemelian estaban ayudando a un empapado Rodrigo a levantarse. Él debió de haber saltado en mi auxilio.

Estaba a punto de darles las gracias cuando una explosión tronó en el silencio de la noche. Y Rodrigo cayó al suelo. Muerto.

—Gracias. —La voz de Walter resonó en el claro, fría e incorpórea como la muerte misma. —Habría sido molesto perder a uno de los ingredientes principales para mi... proyecto —agregó, su siniestra sonrisa apareciendo antes que el resto de su cuerpo, como el gato de Alicia.

Pero nadie estaba prestando atención al nocturno, o al arma en su mano. Todos los ojos estaban sobre el cuerpo de Rodrigo. Sobre el agujero en su cabeza. Y sobre la sangre que se esparcía a su alrededor, llegando a mis pies descalzos.

Todos menos Yemelian que se había convertido en una centella asesina negra, roja y plateada en dirección al único nocturno en pie.

Walter era rápido y fuerte, pero quizás no tanto como Yemelian. El pelirrojo llegó hasta él y, con un mandoble de su espada, liberó a Walter de una de sus extremidades. Me quedé boquiabierto, viendo como la sangre salía a borbotones de la muñeca del vampiro salpicando de rojo la mano que yacía en la tierra. Sin embargo Walter fue lo suficientemente rápido para, con la otra mano, lanzar a Yemelian al suelo. Y no conforme, puso su pie en el cuello del centinela, asfixiándolo con furia. Aunque no había expresión alguna en su rostro. Ni enojo, ni dolor. Nada.

Todo ocurrió tan rápido que no nos dio tiempo de actuar, aún paralizados por la muerte de Rodrigo. Excepto Maitei, quien estaba exprimiendo todas las fuerzas que le quedaban para invocar a la naturaleza. El duende estaba de rodillas junto al cuerpo de su amigo, sosteniendo temblorosamente su báculo sin dejar de recitar una extraña plegaria. Su cuerpo parecía disolverse y perder forma con cada palabra, hasta convertirse en humo. No. Humo, no. Maitei se alejó de nosotros transformado en una nube de pequeñas aves pardas.

El chico ojos de fuego | Arcanos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora