CAPITULO 2

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Los brazos de su madre siempre los consideró uno de sus lugares preferidos. Encontraba la calma cuando la guerra terminaba.

El aroma a un campo de lavanda le invadía los sentidos provocando bajar la guardia y permitirse sentirse vulnerable. Solo ella lograba aquel efecto.

Le había extrañado. Sus cabellos dorados con ciertos mechones blancos indicando su vejez acompañada con sus leves arrugas en la comisura de sus ojos brillantes, la hacían lucir hermosa.

Una reina digna para un rey tan indiferente.

— Sabes cómo es, él es el rey. — su madre trataba de apaciguar las inquietudes de su pobre hijo.

Conocía el disgusto y el amargor de la guerra. El velar por su reino, pero sobre todo su familia era lo único que podía aportar en la cruel masacre.

No le miraba, pero sabía a la perfección la expresión amarga que portaba su pequeño.

— Pronto lo serás tú también. — trató de hacerlo entender. Ante esto el príncipe torció los labios, disgusto por el hecho.

— Mi reina, la cena está servida. Mi príncipe.

Margaret, la sirvienta especial de la reina, le mandó a llamar para la cena haciendo una reverencia antes de irse.

— No tengo hambre, madre. — levantó su cabeza del regazo de su madre donde reposaba a gusto.

— Al menos, toma el té de jazmín que cultive esta tarde. — trató de convencerle.

Sonrió ante el comentario, asintiendo. No podía negarse ante esa petición. Su madre siempre la consideró una mujer delicada, dulce y delicada, como un bello jazmín. Se cuestionaba como un hombre tan frío como su padre podía estar con un ser tan puro como su madre.

Sus cabellos dorados descansaban en sus hombros provocando un baile mientras caminaba, su vestido largo color crema hacía lucir su tez pálida.

— Mi príncipe. — la voz de Magnus le distrajo. Su barba frondosa de canas le impactó en el rostro, retrocediendo de la sorpresa. — El rey le manda a llamar. El comité esta por empezar.

Claro. Lo había olvidado. Una vez llegado al castillo su padre citó a sus consejeros reales por un asusto urgente. Aunque no entendía qué urgente era una simple carta con un mensaje metafórico a su parecer.

— Por supuesto, voy enseguida. —  respondió tranquilo soltando un suspiro pesado una vez que se marchó Magnus.

Dio media vuelta para disculparse con su madre, pero sólo le recibió una sonrisa amable, dando el mensaje que todo estaría bien, que en otro momento podrán de disgustar momentos a solas.

Una vez que su madre se distanció hasta perderla de vista fue cuando dispuso su marcha al gran salón donde se toparía con ancianos malhumorados. O esa era su visión. Escuchó los gritos de su padre detrás de la gran puerta del castillo. Se escuchaba molesto, alterado, y de fondo se escuchaban las voces de los ancianos discutiendo entre ellos.

— ¡Cómo es posible, debía de estar muerta! — espetó su padre, su ceño fruncido era testigo de la colera que cargaba sus palabras. Escuchó un golpe en la mesa.

— Mi señor, no estábamos enterados de esto. — escuchó un canoso decir tratando de alivianar.

— ¿No estaban enterados, dices? — dijo irónico. — ¡Se supone que son los concejales del rey! ¿O sólo los tengo para alimentar sus estómagos obesos mientras se soban los huevos? 

Carraspeó tratando de contener la risa. Su padre le miró fijo una vez que ingresó al salón hasta que tomó asiento un puesto cercano al suyo. Los murmullos eran eco en esas grandes murallas.

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⏰ Last updated: Oct 17 ⏰

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ESPINAS Y ROSASWhere stories live. Discover now