Álex.

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No, no podía haberme hecho sufrir tanto y de repente aparecer en mi vida sin previo aviso.
Realmente, yo no estaba preparada para verle, y quizás tampoco lo estaría en mucho tiempo.
Que ironía de la vida que alguien que te hubiera gustado tanto ahora estuviera delante, tratando de hablar contigo y que tu huyas, corras, trates de perderle de vista tan solo porque te hirió una vez. Pero así es el corazón, así somos la raza humana, es fácil cometer errores, fallar, pero el problema llega a la hora de rectificar, pedir perdón y más problemático es aún el momento de olvidar, de perdonar.
¡Qué difícil es llegar a perdonar! Del todo, sin rencores, yo admiro a quienes consiguen hacerlo.

Corrí, corrí como de pequeña solía hacerlo, como si la vida dependiera de ello, pero no, no sabía hacia donde ni con qué fin lo hacía, simplemente corría, huía de Álex, de la situación, y ciertamente, también de mí.

Y yo que siempre pienso ¿Por qué no naceremos con una profesión y una pareja ya elegida? Me reafirmaba en mis propias palabras. Por qué tiene que ser todo tan difícil? Por qué Álex era tan egoísta? Mi única explicación a todo esto era una sola; él no podía admitir la idea de que la única persona que lo amaba realmente estuviera dispuesta a olvidarlo, por eso, egoístamente volvió, y es que eso es lo que tendemos a hacer muchas veces, no contentos con haber hecho daño una vez, nos hacemos aparecer una y otra vez ante la otra persona con el absurdo pensamiento de que así no se olvidará de nosotros y nos sentiremos más queridos, porque al fin y al cabo eso es lo que todos queremos, alguien que nos quiera.

Entre pensamiento y pensamiento miraba al mar. Minutos atrás había llegado al mirador de aquella ciudad marítima. Me gustaba ir allí de pequeña cuando me enfadaba con mis padres por cualquier razón, fuera la que fuera ahora mismo me parecería absurda, nada que ver con el cacao mental que yo llevaba encima.

Se había quedado una buena tarde, las gaviotas sobre volaban el celeste cielo, las olas acariciaban el acantilado y el radiante sol calentaba como cualquier día de verano.

El pasado que nunca olvidéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora