Nuestros cuerpos se amaban aunque nosotros nos odiáramos.
Nos encontrábamos todas las semanas, pero casi nunca intercambiábamos palabra. Ambos sabíamos para lo que estábamos allí, y como si fuera una especie de ritual, pasábamos en silencio a la habitación, nos desnudábamos a nosotros mismos para evitar más contacto del estrictamente necesario y follábamos hasta que ambos quedábamos saciados. No había caricias. No había besos. Solo sexo. Nos necesitábamos mutuamente, y eso era algo que ambos habíamos asumido desde hacía tiempo.
Kacchan y yo habíamos ido juntos al jardín de infancia, al colegio y al instituto. Al principio, manteníamos una relación que, por ese entonces, yo llamaba amistad. Para ser más precisos, yo era su amigo, pero Kacchan no era amigo mío. Lo seguía a todas partes y era partícipe de sus juegos. Su grupo de amigos me había aceptado a cambio de aceptar críticas y burlas que poco a poco iban minando mi autoestima.
Durante mucho tiempo, me engañé a mí mismo pensando que eso era la amistad. Entonces conocí a Ochako —mi mejor amiga— en el colegio y mi percepción cambió por completo. Ochako me ayudaba a levantarme cuando me caía, no se reía de mí; me animaba y me dedicaba palabras amables, no me insultaba o me amenazaba; tenía interés por aquello que me gustaba y escuchaba lo que tenía que decir.
Quizás fue ella la que hizo que Kacchan se alejara por completo de mí.
Al principio, él y su grupo de amigos empezó a acosarme con más fuerza que antes. Creo que no le gustó que descubriera lo que significaba la verdadera amistad; no le gustó que me diera cuenta de que, en realidad, no lo necesitaba para tener amigos. Pero con el tiempo, perdieron interés en mí y se fueron alejando poco a poco hasta terminar ignorándome casi por completo.
—No los necesitas. Tú eres mucho mejor que esos matones —me decía Ochako.
Debo reconocer que, al principio, me costó acostumbrarme a la ausencia de Kacchan. Él era como una droga para mí. Sabes que es mala, pero una vez que estas enganchado, la necesitas. Lo que nunca imaginé era que volvería a sufrir ese síndrome de abstinencia años más tarde.
Nuestros subgéneros vieron la luz cuando estábamos en los últimos años de instituto. Kacchan, como no podía ser de otra manera, se reveló como un orgulloso alfa e iba alardeando de ello por todo el instituto. Yo me resistí a hacerme la prueba inventando todo tipo de excusas. No quería confirmar lo que en el fondo ya sabía. Lo sentía en todo mi ser, en cada pequeña parte de mi cuerpo y de mi piel. Lo sabía por la forma en que los recién declarados alfas me miraban y me olían cuando pasaba por su lado. Lo sabía por mis pequeños colmillos, tan diferentes a los del subgénero dominante; lo sabía por mi propia forma de ser o de actuar. No había posibilidad de que fuera otra.
El día que supe que era un omega me lo pasé llorando en los brazos de Ochako.
—Vamos, no es para tanto.
Pero sí lo era. Una vez más, volvía a ser el más débil, el último mono del que todo el mundo se burlaría. Y efectivamente, así fue: las risas y los comentarios no se hicieron esperar por parte de Kacchan y sus amigos.
Todo comenzó con un silbido sugerente cuando entré en el aula; después, empezaron las palabras.
—Ya está aquí el bomboncito de la clase —se burló un alfa.
—Qué bien hueles, Midoriya —dijo otro, acercando descaradamente su nariz a mi cuello.
—Después de todo, vas a ser popular, empollón.
Estaba deseando llegar hasta mi pupitre cuando lo oí:
—Tch, solo un imbécil que solo piense con la polla pensaría en follarse a ese inútil.
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Mi odiado alfa
FanfictionNuestros cuerpos se amaban, aunque nosotros nos odiáramos. Nos encontrábamos todas las semanas, pero casi nunca intercambiábamos palabra. Ambos sabíamos para lo que estábamos allí, y como si fuera una especie de ritual, pasábamos en silencio a la h...