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Los platos y palillos se escuchaban chocar en la cocina mientras SeokJin y HoSeol recogían la mesa despues de la cena mientras MinJi y el pequeño JinSo estaban junto al calor de la chimenea junto al árbol de navidad esperando abrir los regalos. YoonGi miraba por la ventana la nieve caer y las luces de las casas vecinas del suburbio donde su mejor amigo vivía, el cual lo había invitado a pasar noche buena en familia.
—¡Niños, es hora de dormir!—SeokJin cargo a JinSo quien se frotaba los ojos, a duras penas tenía dos años o quizás menos, era casi un bebé y no decia palabras. MinJi la mayor de cuatro años se acercó a YoonGi para abrazarlo.
—Buenas noches, YoonGi—YoonGi vió hacia la niña y le acarició el cabello para luego verla subir las escaleras junto a papá.
HoSeol caminó hasta la sala donde YoonGi había tomado asiento en el sillón y le entregó una taza de café y unas galletas.
—Saliste premiado, son el café y las galletas que los chicos prepararon para Santa—sonrió la mujer de mejillas rosadas y dentadura perfecta, su melena era oscura y tenía unos ojos color miel que le daban un aspecto dulce.
—Gracias—recibió la comida y la dejó en la mesa se centro y miró el fuego.
—Estas seguro de que no quieres quedarte, Jin me dijo que te irías a casa
—Estoy bien, mañana debo salir a trabajar así que es mejor que me vaya—bebió café y volvió a mirar las llamas de la chimenea.
—¿Te comentó sobre la oferta de ese restaurant?—HoSeol sabía que su esposo tenía muchos deseos de levantar su propio negocio y que YoonGi sería participe de aquello.
—Sí, pero debo pensarlo. No tengo el dinero suficiente para eso—miró las galletas con chispas de chocolate y se las guardó en el bolsillo —¿Me despides de Jin?
—¿No quieres llevar un poco de carne o algo caliente?— Ella se levantó para empacarle comida pero YoonGi se negó y reverenció para marcharse cerrando la puerta tras de él luego de colocarse el abrigo, gorro y botas de nieve.
Su nariz al salir al frío se resintió colocándose roja y dejando salir un moquillo molesto que le empapaba sobre el arco de cupido que formaban sus labios. Tomó el primer taxi de la noche para ir al metro y desde ahí estuvo en la misma estación hasta que llegó a su apartamento en un lúgubre suburbio de Daegu.
Subió las incansables escaleras ya que el ascensor seguía averiado y entro a casa sacudiéndose la nieve dejando las llaves colgadas en la entrada. Sacó su abrigo y lo colgó en la percha y mientras lo hacía logró divisar por el rabillo del ojo una figura al final del pasillo, una figura que hace años no veía y la sangre se volvió hielo, su torrente sanguíneo parecía detenerse y su corazón también.
Lentamente giró el rostro hasta el lugar donde la figura flotante de un hombre de espalda yacía vívidamente estoico al final del pasillo bajo la luz que se colaba por las cortinas del apartamento. Sus manos temblorosas se acercaron al abrigo buscando su teléfono y llamó al primer contacto que encontró, a su hermano.
