Prólogo

9 0 0
                                    


 Nunca pensé que volvería a Woodrow Hollow. Mientras el tren avanzaba a través de la niebla, sentía cómo cada kilómetro me arrastraba de vuelta a una parte de mí que creía haber dejado atrás. Todo aquí parecía atrapado en el tiempo: los árboles oscuros que se alzaban junto a las vías, las colinas que se desdibujaban en el horizonte, y ese aire espeso que lo cubría todo, como si el mismo paisaje supiera lo que estaba a punto de ocurrir.

La llamada llegó hace apenas tres días. Mi madre, muerta. No sé si fue el shock o la indiferencia lo que sentí primero. Supongo que, en el fondo, siempre esperé esa llamada. Desde que me fui de casa, sabía que no volveríamos a vernos, y que cuando lo hiciera, sería demasiado tarde. Aun así, el vacío me sorprendió, como si parte de mí también hubiera desaparecido con ella.

El tren se detuvo con un chirrido agudo. Agarré mi maleta con fuerza, respiré hondo y me preparé para enfrentar todo lo que había enterrado en mi memoria. La estación estaba tan desolada como la recordaba, con ese viejo reloj oxidado marcando una hora imposible, como si el tiempo no funcionara igual aquí. No me sorprendió no ver a nadie esperando. Desde que papá murió, mamá y yo dejamos de mantener contacto, salvo por algunas postales esporádicas. La última vez que recibí una fue hace más de dos años, y no me molesté en contestar.

Caminé hacia el pueblo, con la casa Blackwood esperándome al final de esa carretera empedrada que había recorrido tantas veces. Cada paso que daba resonaba en mis oídos, como si el mismo suelo susurrara secretos que prefería olvidar. Cuando la vi, ahí en la colina, sentí un nudo en el estómago. La casa se erguía entre la niebla, tan imponente como siempre, pero el paso del tiempo había dejado cicatrices en las paredes de piedra. Las ventanas parecían ojos vacíos, observándome, esperando mi regreso.

No pude evitar recordar la última vez que crucé esa puerta. El sonido de las voces elevadas, la sensación de estar atrapada en una vida que no era la mía. Y el fuego... aunque, por más que trataba de recordar los detalles de esa noche, siempre había algo borroso, como un espacio en blanco en mi memoria.

Respiré hondo, intenté mantener la compostura y abrí la puerta. El crujido de las bisagras me puso la piel de gallina, como si el eco de mi pasado se despertara con mi llegada. El olor a humedad y polvo llenó mis pulmones, pero lo ignoré. Sabía que no sería fácil volver a esta casa, pero tenía que hacerlo. No solo para despedirme de mi madre, sino para enfrentar todo lo que había estado evitando durante años.

Mi madre me dejó la casa en su testamento, según el abogado, junto con una lista de pertenencias y "cosas importantes" que debía revisar. No supe si sentirme agradecida o molesta. ¿Qué demonios pensaba que iba a encontrar aquí?

Dejé la maleta en el vestíbulo y, sin perder tiempo, fui directamente a la sala de estar. Todo estaba como lo recordaba, pero con una capa de polvo que hacía que todo se sintiera ajeno, como si la casa hubiera estado esperando, en silencio, a que alguien la despertara de su letargo. Los viejos retratos de la familia seguían colgados en las paredes, sus ojos pintados siempre me habían inquietado, como si supieran más de lo que dejaban ver.

Entonces lo vi: el diario de mi madre, tirado en la mesa del salón. No lo había visto en años, pero lo reconocí al instante. Esa portada de cuero desgastada y las esquinas arrugadas de tantas veces que lo había abierto y cerrado. Lo tomé con manos temblorosas. Mi corazón latía con fuerza, aunque no sabía por qué. Sentía que algo, dentro de mí, estaba a punto de abrirse, algo que había cerrado hacía mucho tiempo.

Cuando lo abrí, encontré la primera página en blanco, excepto por una frase escrita con letra temblorosa:

"Lo que comienza con cenizas, termina en sombras."

Leí la frase varias veces, intentando descifrarla. Las palabras parecían retumbar en mi mente, pero no significaban nada... al menos, no todavía. Sentía que mi madre me estaba hablando desde la tumba, pero de una manera que solo ella podía hacerlo: críptica, distante. Dejé el diario en la mesa, con la sensación de que pesaba más de lo que aparentaba.

Justo cuando estaba a punto de levantarme, escuché un golpe en la puerta. Un golpe firme, decidido, que resonó en la casa vacía. No esperaba a nadie, y ese hecho me congeló por un segundo. ¿Quién vendría hasta aquí? No tenía amigos en este pueblo, y todos sabían que no tenía intención de quedarme.

Con un suspiro, fui hacia la puerta y la abrí lentamente. Al otro lado, un hombre alto, de aspecto robusto y algo desaliñado, me miraba con una sonrisa forzada. Sus ojos, de un color marrón cálido, parecían reconocerme, aunque yo no tenía idea de quién era.

—Claire Blackwood —dijo con un tono que no pude descifrar del todo, entre cordialidad y curiosidad—. Ha pasado mucho tiempo.

Lo observé por un segundo, intentando recordar si alguna vez lo había visto antes. Llevaba una chaqueta de cuero desgastada, botas embarradas y el cabello despeinado, como si hubiera caminado mucho antes de llegar aquí. Su rostro tenía algunas arrugas que hablaban de cansancio, pero su expresión era abierta, como si me conociera de toda la vida.

—¿Nos conocemos? —pregunté, algo tensa. Mi cuerpo aún estaba adaptándose al regreso, y la aparición de un extraño no ayudaba a aliviar mi incomodidad.

—Soy Eddie Jackson —respondió, con una ligera inclinación de la cabeza—. Fuimos al colegio juntos, aunque... bueno, ha pasado mucho tiempo. Mi familia y la tuya eran vecinas antes de que te fueras.

El nombre me golpeó como un eco lejano, desde algún rincón olvidado de mi memoria. Eddie Jackson. De repente, imágenes vagamente familiares empezaron a formar una nebulosa en mi mente. Eddie solía ser mi compañero de juegos cuando éramos niños, hasta que todo se volvió más complicado. La última vez que lo vi, era apenas un adolescente, alto y delgado, siempre con esa sonrisa despreocupada y los bolsillos llenos de chucherías que robaba del mercado local. Pero el hombre frente a mí ahora era diferente, más serio, con una sombra en la mirada que no recordaba de nuestros días de infancia.

—Eddie... —murmuré, intentando sonar menos sorprendida de lo que realmente estaba—. No lo esperaba. Han pasado muchos años.

—Sí, demasiados, supongo. —Se encogió de hombros—. Oí lo de tu madre y pensé que vendrías. Vine a ver cómo estabas. Este pueblo puede ser... difícil, para los que vuelven.

Algo en su tono, esa mezcla de amabilidad y advertencia, me hizo mirarlo más de cerca. Había algo más en sus palabras, una preocupación que no entendía del todo.

—Estoy bien —respondí, un poco más cortante de lo que pretendía—. Solo estoy aquí para resolver algunos asuntos.

—Claro, entiendo. —Eddie metió las manos en los bolsillos de su chaqueta, haciendo crujir el cuero—. Pero, ya que estás de vuelta, pensé que tal vez necesitarías algo de ayuda. Woodrow Hollow no es el mismo lugar que dejaste.

Mi mente vaciló por un momento. No me apetecía tener compañía, menos aún de alguien a quien apenas recordaba. Pero algo en su oferta parecía genuino. Y si había algo que me había enseñado este pueblo, es que no debías subestimar a quienes sabían cómo moverse entre sus sombras.

—Quizá —dije al final, sintiendo que mis defensas empezaban a bajar un poco—. Aunque no planeo quedarme mucho tiempo.

—Nunca se sabe. —Sonrió, pero esa sombra en sus ojos seguía ahí—. Si cambias de opinión, estaré por aquí. Mi familia aún tiene la vieja granja, al otro lado del bosque. Me encontrarás fácilmente.

—Lo recordaré.

Asintió con un gesto lento, y luego, con un último vistazo a la casa, se dio media vuelta y comenzó a alejarse por el camino de piedra. Me quedé en la puerta por un momento, observando cómo su figura desaparecía entre la niebla, preguntándome si había algo que no me estaba contando. Woodrow Hollow siempre había sido un lugar extraño, pero algo en la manera en que Eddie había hablado, esa advertencia velada, me dejó intranquila.

Cerré la puerta lentamente, volviendo a sentir el peso de la casa sobre mis hombros. Todo aquí tenía un aire de secretos, de historias no contadas. Y ahora, de alguna manera, Eddie Jackson formaba parte de eso. Mientras volvía a la sala de estar, mi mirada se posó de nuevo en el diario de mi madre. Las palabras "cenizas" y "sombras" parecían adquirir más sentido de lo que quería admitir.

Con un nudo en el estómago, lo abrí de nuevo. Si había algo oculto en esas páginas, si mi madre había dejado respuestas en su extraña y silenciosa manera, tendría que estar preparada para enfrentarlas.

Porque la oscuridad en Woodrow Hollow nunca fue solo una metáfora.

Cuando volví a la sala de estar, el peso de la casa se sentía más presente que nunca. Todo aquí parecía observarme. La oscuridad se filtraba entre las cortinas, y el polvo en el aire brillaba bajo la tenue luz que entraba por las ventanas, como si el tiempo hubiera quedado suspendido. El diario de mi madre aún reposaba sobre la mesa, y a pesar de la inquietud que me causaba, no podía apartar la vista de él.

Tomé el diario de nuevo entre mis manos. Las páginas crujían al pasar, algunas en blanco, otras con anotaciones breves, pero dispersas. Nada parecía tener mucho sentido al principio, solo entradas cortas, escritas con una letra temblorosa y desordenada. Mientras leía, un escalofrío recorrió mi espalda. La voz de mi madre parecía tan cercana, tan viva en esas palabras. Algo la había perturbado, algo que no alcanzaba a entender.

La última página anotada contenía solo una fecha, sin texto, como si el pensamiento se hubiera quedado a mitad de camino: 15 de octubre. Eso fue... ayer. Mi piel se erizó. Mi madre escribió esto el día antes de morir. El corazón me latía con fuerza, como si, de repente, la casa misma cobrara vida con mis pensamientos.

Cerré el diario de golpe y me levanté, sintiendo la urgencia de escapar de esos recuerdos que me rodeaban. El aire en la sala se volvió más denso, y necesitaba despejarme. Salí al porche buscando alivio, pero la niebla que envolvía Woodrow Hollow lo hacía aún más opresivo. Aún podía ver las huellas de Eddie desdibujándose en el camino, su figura ya desaparecida entre los árboles.

¿Qué había querido decir con que el pueblo no era el mismo? Desde que llegué, sentía que algo andaba mal, pero no sabía si era solo mi imaginación, los ecos de recuerdos distorsionados o algo más tangible. Estaba a punto de dar media vuelta y volver adentro cuando oí un ruido. Algo distante, pero claro. Un murmullo, como el arrastre de una conversación apagada por la niebla.

Me quedé quieta, agudizando el oído. Lo escuché de nuevo, esta vez más claro: susurros. No entendía las palabras, pero el tono era inconfundible. Se sentía como una conversación, o varias superpuestas. Miré alrededor, pero no había nadie, solo la niebla y la brisa ligera que movía las ramas de los árboles.

—¿Eddie? —llamé, sabiendo que era absurdo pensar que seguía por allí. No obtuve respuesta, pero los susurros no cesaron. Se movían, como si vinieran de dentro de la niebla misma, cercándome.

Un nudo de miedo comenzó a formarse en mi estómago. Mi mente intentaba racionalizarlo, pero algo primitivo en mí decía que me alejara. Decidí volver al interior de la casa y cerrar la puerta con fuerza, intentando sofocar el miedo que empezaba a crecer. Me apoyé contra la madera, respirando profundamente, y los susurros se desvanecieron en la distancia, como si nunca hubieran estado allí.

"Solo es el cansancio," me dije, tratando de convencerme. "Demasiado tiempo aquí... demasiados recuerdos." Pero no podía sacudirme la sensación de que algo me estaba observando, algo más allá de lo que podía ver.

Me dirigí hacia la cocina, buscando un poco de agua para calmarme. El sonido de la llave chirrió cuando la abrí, y mientras llenaba el vaso, el teléfono de la sala sonó, rompiendo el silencio.

Me sobresalté. No recordaba la última vez que ese teléfono había sonado. De hecho, no pensaba que siquiera funcionara, con lo vieja que era la línea. Lo dejé sonar una, dos, tres veces antes de recogerlo.

—¿Hola? —Mi voz sonaba extraña, como si no fuera la mía.

Al principio, no hubo respuesta, solo un ruido de fondo. Y luego, un susurro, apenas audible al otro lado.

—Claire...

Sentí que el estómago me caía en picada. Mi respiración se detuvo por un segundo.

—¿Quién habla? —insistí, el miedo aferrándose a mi garganta.

El silencio respondió, seguido por un clic seco al otro lado de la línea. Me quedé congelada con el auricular en la mano, intentando procesar lo que acababa de ocurrir. Pero no hubo tiempo para pensar. Apenas unos segundos después, escuché el golpeteo en la puerta trasera, suave pero insistente.

Solté el teléfono y me dirigí hacia la cocina, mis pasos temblorosos. Al abrir la puerta, encontré a Eddie de nuevo, esta vez con la expresión más seria que había visto en su rostro.

—Claire —dijo, casi sin aliento—. Necesitamos hablar.

Me quedé allí, aún con el eco del teléfono en mi mente, mirando a Eddie con la sensación de que la realidad se estaba desmoronando lentamente a mi alrededor.

—¿Qué está pasando, Eddie? —pregunté, sin intentar ocultar el miedo que me carcomía.

Él me miró fijamente por un segundo antes de hablar, su voz baja, apenas un murmullo, pero cargada de una gravedad que no esperaba.

—Hay algo que no te dije antes. No solo vine a verte... Claire, hay cosas que no sabes sobre esta casa, sobre tu madre. Y no puedo dejar que te enfrentes a ellas sola.

El nudo en mi estómago se apretó aún más. Algo en su tono me decía que lo peor estaba por comenzar.

Eddie se quedó en el umbral, su silueta difusa por la luz tenue que entraba desde la cocina. Su mirada era firme, pero había algo en sus ojos, una especie de urgencia que me hizo sentir una presión creciente en el pecho. Cerré la puerta tras él sin decir una palabra, intentando procesar lo que acababa de decirme.

—¿Qué significa eso, Eddie? —pregunté, aunque no estaba segura de querer escuchar la respuesta. Mi voz sonaba más tranquila de lo que me sentía por dentro, un eco vacío de la seguridad que estaba empezando a perder.

Él avanzó hacia el salón, observando la casa como si cada rincón guardara un secreto. Sus manos seguían metidas en los bolsillos de la chaqueta de cuero, como si necesitara mantenerlas ocupadas para controlar su ansiedad.

—Mira, Claire... —empezó a decir, pero se detuvo a mitad de camino, mirando el diario que seguía sobre la mesa. Frunció el ceño y, antes de que pudiera detenerlo, lo levantó—. ¿Has leído esto?

—Lo encontré cuando llegué —respondí, tratando de mantener la compostura—. Mi madre lo dejó, pero no tiene mucho sentido. Excepto por la última página... —Me mordí el labio, recordando esa inquietante frase—. "Lo que comienza con cenizas, termina en sombras". No sé qué significa, pero no parece una simple coincidencia.

Eddie se quedó en silencio, pasando los dedos por las páginas como si estuviera buscando algo en específico. Había una tensión en su postura, como si estuviera midiendo cada palabra que estaba a punto de decir.

—Esto... —murmuró—. Esto no es solo un diario, Claire. Es más que eso.

Me acerqué a él, incapaz de contener la impaciencia. La sensación de que estaba al borde de descubrir algo mucho más grande de lo que había imaginado se intensificaba con cada segundo que pasaba.

—¿Qué estás diciendo? —insistí—. ¿Qué sabes tú de mi madre que yo no?

Él cerró el diario de golpe, el sonido resonó en la sala vacía, haciéndome dar un pequeño salto. Cuando me miró de nuevo, había una seriedad en su rostro que no había visto antes.

—No sé cómo decírtelo sin que suene a locura —admitió, frotándose la sien con la mano—, pero tu madre... ella estaba metida en algo. Algo oscuro. Y no estoy hablando de supersticiones o rumores de pueblo. Hablo de cosas reales, cosas que no deberías haber heredado.

El aire en la habitación se volvió más pesado con cada palabra. Mis ojos lo miraron fijamente, buscando alguna señal de que estaba bromeando, pero su expresión era sincera. El miedo que había estado latente desde que llegué a Woodrow Hollow comenzó a intensificarse, extendiéndose como una mancha de tinta.

—¿Qué tipo de cosas? —Mi voz sonó débil, casi inaudible. No quería preguntar, pero sentía que necesitaba saber.

Eddie respiró hondo antes de hablar, como si las palabras lo quemaran por dentro.

—Hay historias en este pueblo... sobre la casa Blackwood, sobre tu familia. Algo sobre un incendio, no sé todos los detalles. Pero lo que sé es que, antes de eso, se decía que tu madre formaba parte de algo. Un grupo, un culto, no estoy seguro. Pero lo que hacían no era solo rituales inofensivos. Algo ocurrió aquí, Claire, algo que no quedó enterrado con las cenizas. Y ese algo... te ha estado esperando.

Sentí que el mundo se tambaleaba bajo mis pies. La conexión con mi madre siempre había sido distante, pero nunca, en mis peores pensamientos, imaginé algo así. Me apoyé en el respaldo del sillón, buscando estabilidad.

—Eddie... —comencé a decir, pero las palabras se atascaban en mi garganta—. ¿Por qué no me dijiste esto antes? ¿Por qué me has dejado venir aquí sin saberlo?

—Quería decírtelo —respondió, su voz más suave ahora, pero igual de grave—. Quería advertirte. Pero, hasta que te vi de nuevo, no estaba seguro de cómo hacerlo. Y no sabía cuánto sabías. Pero no puedo dejar que te enfrentes a esto sola.

Me miró a los ojos, y pude ver la preocupación genuina en su rostro. No estaba mintiendo. Algo dentro de mí lo sabía.

—¿Qué hago ahora? —pregunté, sintiendo que una oleada de impotencia me invadía—. Si lo que dices es cierto, ¿cómo puedo enfrentarme a algo que ni siquiera entiendo?

Eddie se acercó y puso una mano sobre mi hombro, un gesto simple, pero reconfortante.

—Primero, necesitas respuestas. —Su voz era baja, casi un susurro—. Y no vas a encontrarlas solo en ese diario. Hay más, Claire. Tu madre... ella dejó cosas ocultas aquí, en esta casa. Pistas, mensajes, no lo sé con certeza, pero hay algo que no quiso que quedara a la vista. Y creo que el diario es solo el principio.

Me quedé mirándolo, intentando procesar lo que acababa de decir. Algo en la forma en que hablaba, en su convicción, me hacía creer que estaba diciendo la verdad. Mi madre siempre fue una mujer reservada, llena de secretos. Y si Eddie estaba en lo cierto, esos secretos aún vivían en esta casa.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté finalmente—. ¿Cómo puedes estar tan seguro?

Eddie bajó la mirada un segundo antes de responder, como si estuviera decidiendo cuánto contarme.

—Porque mi madre también estaba involucrada. No tanto como la tuya, pero lo suficiente para que supiera lo que estaba pasando. Y antes de morir, me dijo que si alguna vez volvías, debía advertirte.

La revelación me golpeó como un balde de agua fría. Dos familias, dos historias entrelazadas por un pasado que yo ni siquiera conocía. Pero todo parecía tan irreal, tan lejano a la vida que había vivido fuera de Woodrow Hollow. Sin embargo, algo en el fondo de mi mente reconocía el peso de esas palabras.

—Eddie, ¿qué más sabes? —dije, esta vez más decidida—. Si hay algo en esta casa, necesito encontrarlo.

Asintió lentamente.

—Vamos a buscarlo juntos —dijo Eddie, su voz firme, pero con una sombra de incertidumbre en sus ojos.

Lo seguí por la casa, observando cada rincón con una nueva mirada. Si lo que decía era cierto, entonces había algo más escondido entre estas paredes, algo que mi madre había dejado para mí, aunque yo no lo supiera.

Eddie me llevó hasta la vieja biblioteca, una habitación que apenas recordaba, pero que solía ser el refugio favorito de mi madre. Las estanterías, cubiertas de polvo, aún albergaban cientos de libros antiguos, muchos de ellos con títulos que no reconocía. Pero no eran solo libros lo que me inquietaba; había algo en la atmósfera de la habitación, como si el aire fuera más denso aquí, más cargado.

—Aquí es donde solía pasar la mayor parte de su tiempo —dijo Eddie, su mirada recorriendo las estanterías—. Si hay algo oculto, estoy seguro de que está aquí.

Me acerqué a una de las estanterías, pasando los dedos por los lomos de los libros. Algunos títulos eran ilegibles por el paso del tiempo, otros estaban en idiomas que no comprendía. Pero entonces, algo llamó mi atención: un pequeño volumen, mucho más gastado que los demás, colocado detrás de una fila de libros más grandes, como si lo hubieran escondido deliberadamente.

Lo saqué con cuidado, y al hacerlo, un sobre cayó al suelo desde sus páginas. Lo recogí rápidamente, notando que mi nombre estaba escrito en la parte delantera con la misma letra temblorosa que había visto en el diario de mi madre.

—¿Qué es eso? —preguntó Eddie, acercándose.

—No lo sé... —respondí, sintiendo un nudo en la garganta.

Abrí el sobre con manos temblorosas. Dentro, encontré una carta, escrita en la misma letra que el diario. Comencé a leer en voz baja, mientras Eddie observaba en silencio:

_"Querida Claire,

Si estás leyendo esto, significa que has vuelto a casa, y probablemente ya has empezado a sentir lo que siempre temí que sucediera. Hay cosas que nunca te conté, cosas que debí haber compartido contigo mucho antes de que te fueras. Pero tenía miedo. Miedo de que supieras la verdad sobre esta casa, sobre nuestra familia, y lo que significa ser una Blackwood.

Hay fuerzas en este lugar, Claire, fuerzas que no entenderías de inmediato. Yo misma luché contra ellas durante años, intentando protegerte. Pero hay algo que debes saber: el incendio no fue un accidente. Y tampoco lo fue lo que vino después.

No puedo explicarlo todo en esta carta, pero debes encontrar lo que oculté. Hay un libro, uno que he guardado celosamente, y que contiene respuestas. No está aquí, pero está cerca. Busca en el lugar donde la luz nunca llega. Allí lo encontrarás.

Confío en ti, hija mía. Eres más fuerte de lo que piensas.

Con amor,
Madre."_

El silencio se apoderó de la habitación después de que terminé de leer. Sentí que el aire me faltaba. El peso de las palabras de mi madre me golpeó como una verdad innegable: había algo más oscuro y peligroso de lo que jamás habría imaginado, algo que mi madre había mantenido oculto para protegerme.

—¿Dónde la luz nunca llega? —murmuró Eddie, pensativo—. ¿Sabes a qué se refería?

Me quedé quieta por un momento, buscando en mi memoria. Y entonces lo recordé: el sótano. Una parte de la casa que siempre había evitado, incluso de niña. Algo sobre ese lugar siempre me había dado escalofríos.

—El sótano —dije, sin poder evitar que mi voz temblara—. Debe estar en el sótano.

Eddie me miró con seriedad, asintiendo lentamente.

—Entonces vamos a encontrarlo.

Nos dirigimos hacia la puerta que conducía al sótano, con el corazón en la garganta y una sensación de que estábamos a punto de destapar secretos que quizá era mejor dejar enterrados. Pero ya no había vuelta atrás. Mi madre había dejado un legado que no podía ignorar, y si había algo que debía enfrentar, lo haría, aunque eso significara descubrir la verdad oculta entre las sombras.

House of AshesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora