Capítulo 1: El calor de la rutina

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Era una mañana de abril. De esas en las que el calor te sofoca y te sientes pegajosa, donde la brisa te pega como el aire del infierno y por más que trates, no puedes parar de sudar. O al menos así me sentía mientras tenía mi maratón del lunes por la mañana.

Hacer ejercicio no era lo mío, pero hacer ejercicio con este clima, era de otro mundo. Luego de 20 minutos de tortura y con el cabello pegado a la frente, estaba ansiosa por llegar a la ducha, asi que volví a mi apartamento jadeando y me sumergí en un relajante baño. Vivía en un país caluroso, diariamente experimentábamos temperaturas cercanas a los 36 grados y sudar era como un deporte.

Una vez me renové, busqué mi vestuario del día y opté por algo cómodo combinado con elegante, pues por más que trabajaba en una oficina poco formal, tenía que verme presentable.

Aquél día, mi novio Max estaba de viaje. Teníamos casi más de 1 año de vivir juntos y honestamente no estaba segura de cómo seguía a mi lado después de todo lo que habíamos vivido, pero de algo tenía certeza y era que su apoyo era incondicional para mí. Siempre estaba cuando más lo necesitaba.

Max y yo nos conocimos en la universidad, él siempre fue un chico con metas y muchas facetas, vivía descubriéndose a sí mismo hasta que encontró su verdadera pasión: ser periodista. Pero no cualquiera, sino uno de esos que lo daban todo, que arriesgaban su vida en zonas de guerra para conseguir la noticia, que se aventuraban con narcotraficantes para obtener información y que amaban su profesión más que cualquier cosa.

Admiraba su dedicación, lo veía tan apasionado y lleno de vida que, cuando me contaba sobre sus grandes vivencias a las 2 de la mañana, no podía detenerlo ni aunque se me cayera el celular de las manos por el sueño, razón por lo que nunca había podido confesarle que cuando se iba por más de dos semanas me sentía muy sola y vivía en constante agonía por miedo a que nunca regresara.

Por eso elegí enterrarme en mi trabajo. Yo era la encargada del departamento digital de una de las agencias de publicidad más grandes de la ciudad de Monteluna, a mis 27 años ya me encargaba de manejar toda el área, me encantaba lo que hacía y me había asegurado de obtener buenos logros a mi corta edad.

Así que se podía decir que yo también tenía una gran pasión laboral, sin embargo, ésta no llenaba todas las partes de mi vida, mucho menos el vacío que me quedaba cuando Max me dejaba por 2 meses para ser feliz en busca de su nueva historia. Pero, era una gran distracción.

Antes de pasar por la oficina, hacía mi parada obligatoria en la cafetería de Analu, quien era lo más cercano a una familia que tenía cuando Max no estaba.

Ana Laura o Analu (como siempre la he llamado), era mi mejor amiga desde que teníamos 8 años y sus padres decidieron cambiarla de escuela a mitad de año. Al principio no nos gustamos, pero cuando nos dimos cuenta que ambas odiábamos a Natasha "la niña de coletas perfectas", nuestro vínculo evolucionó en una gran amistad y fue como enamorarse a primera vista, nos volvimos inseparables.

Ahora ella tenía su propio negocio. Consistía en una hermosa cafetería donde reinaba la tranquilidad y que casualmente quedaba camino a mi oficina. Era de esos lugares que te transmitían paz, y que una vez ingresabas, querías tomarte fotos en cada esquina, se consideraba un sitio muy instagrameable.

Apenas entré me recibió con una sonrisa y un matcha latte como de costumbre.

–Hoy estás 15 minutos más tarde. ¿Todo bien?– consultó sonriendo, pues yo era conocida por tener una rutina muy puntual.

–Quise dormir un poco más hoy– mentí, porque la verdad era que hoy solo no me sentía con ánimos de nada.

–Comprendo, yo hoy casi publico en el Instagram de Cucking que estábamos cerrados por inventario, no podía salir de la cama– coincide acercándose a mí.

Nunca volveré a confiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora