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15 de Septiembre del 2009

Querido diario...

Hace unos días, mi madre y yo nos mudamos de Maracaibo a Barquisimeto, y desde entonces nos quedamos en la casa de mi abuela Zenaida. Mi abuela vive en una casa abierta con matas de mango y guayaba en el patio de atrás, junto con un criadero de gallos y gallinas que me pican los talones cuando me acuesto en la hamaca a dibujar en mis cuadernos. Desde entonces, he agarrado de reflejo recogerme los pies para que no me muerdan.

La casa está llena de tías, tíos y primos que no conozco, gente que habla en un acento diferente al que estoy acostumbrado, un cantaito medio sifrino que descarta el voseo y agrega expresiones como «naguará», «si e' cará» o «¡Va, si'e!». Ese tipo de expresiones que mi mamá solía soltar de vez en cuando en la cocina de nuestro apartamento en Maracaibo. Pero ella ya ha perdido el acento con los años que llevaba viviendo fuera de Lara, y la última vez que vinimos a visitar a la abuela Zenaida yo tenía como seis años. No recuerdo nada de nadie.

Pero mis tías me conocen. Mi tía Duleidys me dice que estoy muy alto y flaco y mi tía Marifer dice que estoy muy guapo. Mis primos me llaman «el maracucho» y me invitan a jugar metras al patio de atrás. Un tío (Diógenes, creo que se llamaba, tantos tíos y con nombres tan curiosos) me ofreció sangría una vez, pero mi mamá lo regañó de inmediato.

—¡Déjalo tranquilo, Coro! —Le había dicho a mi mamá— ¡Tiene que aprender a hacerse hombre!

Ayer, mientras mi mamá y mi tía iban a comprar cosas para la casa a la que nos mudaríamos (no queda tan lejos. Sólo unas tres o cuatro casas de distancia de ésta), mi abuelo Ramón me regaló este diario. Mi mamá me había contado que él sabía hacer cuadernos, y que todos los cuadernos que ella llevaba al liceo los había encuadernado él. Mi abuelo Ramón no habla mucho, apenas y se hace oír y cuando habla es sólo con mi abuela, sentados los dos al frente de la casa con tacitas de café a ver a los muchachos jugar. Las únicas veces en las que nos dirigimos la palabra son para decir «bendición» y «Dios te bendiga». Entonces, me sorprendió que me llegara con este cuaderno de cuero con mi nombre grabado en letra cursiva. Y me sorprendió aún más verlo sonreír y emocionarse por contarme el proceso de encuadernado y los materiales que usó.

Cuando le pregunté, cortésmente, la razón del regalo, me dijo:

—Te la pasas el día en el comedor con esos cuadernos y asumí, pues, que te podría hacer falta uno nuevo. Los otros seguro los tienes todos rayados ahorita. Vale más sumar que restar ¿No?

Yo le sonreí y acepté el regalo.

La verdad sí pensé en usarlo para dibujar, pero lo vi tan bonito que decidí empezar un diario. Entonces, por eso escribo.

Mi mamá me cuenta que el fin de semana nos dan la llave para la nueva casa, y está muy emocionada por eso: —Vamos a comenzar una nueva vida tú y yo, Andrés. —Me dice. Pero no sé si es verdad. No sé si es bueno, de hecho. No sé cómo se ve la vida sin mi papá en ella.

16 de Septiembre del 2009

Querido diario...

Estaba viendo Pokémon en Televen, porque la televisión de mis abuelos sólo tiene canales del gobierno, y se encadenó en pleno episodio. Así que decidí apagarla y escribir. No queda de otra ¿Verdad?

Podría salir a jugar con mis primos, pero no sé si les caigo muy bien. Creo que creen que soy medio rarito, o algo así. Son mayores que yo, de catorce y quince años, y los demás son muchos menores que yo, de siete u ocho años. Los chiquitos quieren jugar a algo mientras que los grandes quieren jugar a otra cosa. A veces todos se ponen de acuerdo y jugamos al escondite, pero hoy no es una de esas veces. Y posiblemente no lo será mañana.

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