III

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27 de Octubre del 2009

Querido diario...

Te estoy escribiendo esto de noche, muy de noche, a las 12 de la madrugada antes de irme a dormir. Hoy visité Santa Rosa con Víctor. Se parece un poco al casco central pero, a la vez, es totalmente diferente ¿Hace sentido?

Esa tarde, como siempre, fuimos a su casa y nos quedamos un rato jugando en su cuarto, como siempre. Debería describirte su cuarto: Tiene las paredes blancas con un papel tapiz de Spiderman a mitad de la pared. Su cama es más grande que la mía, y tiene sábanas celestes con un edredón azul y varios dibujos de pelotas de diferentes deportes en ella. Su televisor está puesto encima de una mesa con un espacio debajo de ésta en la que guarda su play y su reproductor de DVDs. Tiene dos gavetas a los costados: En una guarda sus juegos y en la otra sus películas. Su ropero está lleno de variados conjuntos, uniformes de béisbol y equipamiento de éste: dos bates, dos guantes y dos pelotas guardadas en una caja de zapatos. Así como un balón de fútbol y uno de basketball, además de su guitarra acústica. En sus paredes hay múltiples pósters de todo tipo: De jugadores de béisbol, como Luis Aparicio. De artistas alternativos ochenteros, como Freddy Mercury y David Bowie. De películas y anime, tiene uno de Los Vengadores y otro de One Piece. Y tiene un mapa colgado en la pared sobre su escritorio con varios pines puestos en diferentes lugares del mundo.

Le pregunté qué significaban, y me dijo: —Son los lugares que visitaré cuando sea mayor.

Vi la estrella dibujada con un marcador junto a Nueva York en Estados Unidos.

—¿Y por qué estrellaste éste?

—Porque ahí voy a vivir ¿Sabes que ahí están los mejores jugadores de béisbol?

—Sí. Los he visto en las películas.

—Ajá, bueno, yo voy a convertirme en un jugador famoso, y me voy a comprar una casa frente al Central Park. Una casa enorme. Y con ese dinero voy a viajar por todo el mundo.

Quería preguntarle: ¿Y en dónde estaré yo? Pero me dio vergüenza. No quería saber la respuesta, porque no quería que fuera otra cosa que no sea: «conmigo».

La tarde del viernes volvimos de la escuela directamente a su casa. Había agarrado la costumbre de hacer la tarea en su comedor, ya que sabía que mi mamá estaría en su turno en el hospital. Su mamá tampoco estaba la mayoría del tiempo. Y hasta ahora nunca he visto a su papá, según trabaja de Guarda Nacional en Caracas y vuelve cada tanto, como cada mes o dos. Entonces, la casa era nuestra y de Sofía. La mayoría del tiempo nos la pasamos jugando en la play, o viendo televisión, o en el patio de atrás jugando con su balón de fútbol. Era curioso, porque la primera vez que lo conocí estaba jugando béisbol con los otros niños, y ya no parecía mostrar interés por ellos. Ni en el liceo ni en la casa.

De hecho, un día se mostraron frente al portón de su casa. Víctor me dijo: —Quédate aquí. Yo lo resuelvo. —Y me dejó al otro lado de la puerta, asomándome por el hueco entreabierto.

El niño (creo que se llamaba Luis Alberto, lo había visto en el liceo) le dijo: —Vamos a la cancha. Hace rato que no jugamos.

Víctor contestó: —No puedo. Mi mamá no está.

El niño ladeó la cabeza. —¡Pero nunca está, y aún así siempre sales!

—Bueno, ahora se dio cuenta de que estaba saliendo solo y me castigó. No me deja salir. Y si me ve mi tía Fabiola le va a decir y me van a regañar.

Eso era mentira. Víctor y yo habíamos salido varias veces a la tienda a comprar chucherías con el dinero que nos deja su mamá a veces. Pero ellos no tenían que saber eso, aparentemente.

Orquídeas Moradas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora