capitulo 2

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El *Island* surcaba las aguas con elegancia bajo un cielo despejado y una brisa serena. Sin embargo, la mente de Sam era todo menos tranquila. A diferencia de la calma del mar, la mención de "La Perdición" había despertado un torbellino de pensamientos que no podía silenciar. Sentía que aquel nombre antiguo traía consigo un presagio, una advertencia enterrada en las historias que su padre le había contado de niña. Siempre lo había considerado un mito, un cuento para mantener a los marineros alejados de lo desconocido. Y sin embargo, allí estaba la posibilidad, repentinamente real, plantada por un joven polizón de mirada desafiante.

Se decía que solo un marinero había logrado escapar de la isla, después de ver a su tripulación desaparecer una por una sin dejar rastro. Las criaturas mágicas de La Perdición eran tan letales como el propio océano. Pero, ¿y si Dorian no mentía? ¿Y si aquel mapa, en efecto, señalaba la ubicación de un tesoro perdido? Sam estaba dividida: la curiosidad tiraba de ella como un ancla, mientras la razón la empujaba a dejar al muchacho en el siguiente puerto y olvidarse de toda esa locura.

—¿Te imaginas? —la voz juguetona de Edward rompió el trance de Sam.

Instintivamente, le lanzó un puñetazo que él apenas logró bloquear, riendo al hacerlo.

—Lo siento —murmuró ella, pasándose la mano por el rostro con gesto cansado.

—No hay cuidado. Pero, ¿adivina qué? Hablé con Dorian.

—Ni lo pienses —lo interrumpió Sam antes de que pudiera continuar.

Edward soltó una carcajada ligera, sin inmutarse. Ella ya sabía que insistiría. Ese brillo en sus ojos—el mismo que aparecía cada vez que algo prometía aventura—delataba su emoción. Era como un niño esperando un nuevo juguete, ansioso por explorar las posibilidades.

Sam intentaba convencerse a sí misma de que aquello no era más que una historia absurda, sin pruebas tangibles. Pero ¿y si no lo era? ¿Y si estaba dejando pasar la oportunidad de encontrar algo realmente valioso? Las leyendas eran solo eso, leyendas... pero la duda persistía. Si todo resultaba una mentira, perdería tiempo y algunos recursos, nada más. ¿Pero podía vivir con la incertidumbre de no haberlo intentado?

Suspirando, apoyó los brazos en el borde del barco y miró el horizonte, dejando que la brisa marina acariciara su rostro. El cansancio pesaba sobre sus hombros, pero más que eso, la incertidumbre la desgastaba.

—Entiendo tu duda —comentó Edward, apoyándose a su lado, con los codos en la barandilla.

—Ni siquiera nos ha mostrado el mapa —protestó Sam.

—Tienes razón. Pero, ¿qué tal si esta vez la leyenda es cierta? Podríamos ser los primeros en encontrarla.

—Eres imposible —murmuró ella, incapaz de contener una sonrisa.

Él se rio entre dientes y le dio un suave apretón en el hombro. La calidez de su mano, curtida por el trabajo, la hizo sentir un poco más tranquila.

—Sea cual sea tu decisión, estaré contigo. Siempre.

—Eso es fácil para ti decirlo. A veces me pregunto si realmente merezco un amigo como tú —dijo Sam, intentando sonar severa, pero sin lograr ocultar su afecto.

—Hemos pasado por mucho juntos, Sam. No somos tan distintos.

Ella exhaló lentamente, dejando que un atisbo de alivio se filtrara en su voz.

—Lo pensaré —decidió finalmente.

—Eso es todo lo que pido —respondió Edward, con su sonrisa traviesa. Luego se enderezó y añadió—: Iré a ver a nuestro prisionero. Quién sabe, tal vez intente algo interesante.

—Definitivamente un tipo peligroso, pero con una cabeza dura —murmuró Sam mientras lo veía alejarse.

Edward bajó por la escalera que conducía a las celdas del barco. Al entrar, no se sorprendió al encontrar a Dorian intentando alcanzar el anillo de llaves que colgaba de la pared frente a él. Estaba tan concentrado que no notó la presencia de Edward hasta que fue demasiado tarde. Con un movimiento rápido, el joven le arrebató las llaves y las guardó fuera de su alcance.

—¿Así que ese es tu plan? —dijo Edward, tomando asiento en un pequeño banco junto a la celda, observando al prisionero con diversión.

—No me malinterpretes, chico, pero no somos amigos —respondió Dorian, con una sonrisa burlona.

—Vaya, parece que alguien está de mal humor. Qué sorpresa.

—No esperaba que un mocoso como tú me atrapara —espetó Dorian.

—Lo tomaré como un cumplido —dijo Edward, riendo suavemente. Luego se inclinó hacia adelante—. Hablando en serio, ¿puedo ver el mapa?

—¿Por qué debería mostrártelo? —preguntó Dorian, arqueando una ceja.

—Porque si no lo haces, quizás solo recibas un estofado mediocre. Pero si me lo muestras, te prometo que lo tendrás de vuelta y sabré si vale la pena que sigamos esta historia... o si estamos buscando mosquitos en lugar de tesoros.

Dorian soltó una carcajada, su sonrisa arrogante nunca abandonando su rostro. Después de un momento de duda, sacó el mapa de entre sus pertenencias y se lo entregó.

—Ahora estamos hablando, amigo mío —dijo Edward, con una sonrisa triunfante. Guardó el mapa con cuidado antes de añadir—: Te traeré algo de comer. No queremos que quien posee tan valiosa información muera de hambre, ¿verdad?

—Oye, chico lindo —llamó Dorian mientras Edward se alejaba.

—¿Sí?

—No pierdas el mapa.

Edward giró levemente la cabeza y sonrió de lado.

—Tranquilo. No pienso perderlo. Si este mapa es lo que dices, tal vez incluso considere sacarte de aquí.

Dorian lo observó marcharse con una mezcla de recelo e interés. La primera jugada estaba hecha, pero la partida apenas comenzaba.

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⏰ Última actualización: Oct 27 ⏰

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