Capítulo 1: Odiseo

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Me senté en el frío trono de oro. Las caras pulseras y joyas de mi muñeca tintineaban, y mis vestidos de seda rozaban mi suave piel. Inspeccioné la sala con mis ojos azules verdosos. Era claramente un inmenso salón al que sólo podrían asistir los ricos, los que tenían el dinero suficiente como para atreverse a entrar. El suelo, recién limpio, resplandecía con los rayos que iluminaban la estancia a través del gran ventanal. Era lo único que había allí. Mi padre había elegido un cuarto completamente vacío a excepción del trono de lujo, bastante elevado por un escalón. 


Sonreí con amargura. Un escalón únicamente diseñado para mostrar poder y que los nobles dejasen sus regalos, utilizados como ofrendas, allí, para ver quién dejaba la mejor, mostrando así su riqueza. En poco tiempo, mis pies estarían rodeados de oro, objetos divinos y cualquier cosa que dejase claro el alto poder económico con el que obtendría el derecho de casarse conmigo.


O más bien el derecho de que mi padre le permitiera obtener mi mano.


Una doncella caminó hacia mí e inclinó la cabeza.


—Señorita Helena. Su padre llegará en unos minutos, ya que no queda mucho para que lleguen los pretendientes–dijo en voz baja, a pesar de que no había nadie más en la estancia.


Asentí con la cabeza.


La mujer se acercó todavía más y bajó más la voz.


—Tenga cuidado, señorita. Los ricos son muy peligrosos—aseguró con una mirada curiosa.


—Claro–-respondí con una sonrisa.


Claro que lo sabía. Desde pequeña me habían educado para eso. Yo no solo tenía la sangre pura de la nobleza, sino también sangre de la verdadera realeza. Una realeza que los mortales no podían alcanzar.


La sangre del mismísimo Zeus. A pesar de ser su hija de sangre, mi padre siempre había sido Tindareo, mortal pero poderoso.


Sentí unas manos sobre mis hombros.


—Hoy es un gran día, hija mía—dijo mi padre con una enorme sonrisa en el rostro y apartando mi cabello rubio hacia atrás.


Muchas veces me preguntaba si realmente me amaba como un padre o si solo me quería porque era guapa, y podría utilizarme como botín.


—No te preocupes, padre. Me casaré con quien tú digas


En realidad no me importaba. Había oído mucho de princesas que se negaban a casarse porque amaban a otra persona, pero la verdad mi matrimonio no iba a cambiar si era un rico u otro. Y no tenía ningún novio plebeyo ni nada así.


—¿Vendrán mis hermanos?—pregunté con curiosidad.


La cara de Tindareo se oscureció.


—No podrán asistir—respondió secamente.

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Helena de (Troya)EspartaWhere stories live. Discover now