├┬┴┬┴ ┬┴┬┴┤
Sergio caminaba lentamente por las calles de Londres, como si cada paso lo alejase aún más de la realidad y lo sumergiera más profundamente en su propio dolor. Las luces tenues de la ciudad apenas iluminaban el camino, mientras el frío viento le rozaba la piel. Londres era su refugio, su hogar, la ciudad que siempre había amado, pero ahora solo le recordaba lo que había perdido. Cada esquina, cada calle, cada edificio parecía tener un recuerdo de Max, el hombre que alguna vez lo hizo sentir completo.
No lo sabía. Sergio nunca supo cómo había terminado ahí, caminando solo, vacío, con el corazón roto. Ese día no tendría que haberlo dejado solo. Si tan solo hubiera decidido quedarse en casa, si no hubiera salido a comprar comida... Max seguiría aquí. Esa pequeña acción, tan cotidiana, perseguía todos los días.
- Voy y vuelvo rápido, -le dijo a Max antes de salir por la puerta, besándolo fugazmente en los labios. No se imaginaba que ese sería el último beso. Max estaba tranquilo, sonriéndole como siempre, con esa calma que ocultaba tan bien sus tormentas internas.
Max había sido todo para él. Desde el momento en que se conocieron en un pequeño café en Londres, Sergio supo que su vida cambiaría para siempre. Max tenía una energía magnética, una risa que llenaba el espacio y unos ojos azules que brillaban con promesas. No había pasado mucho tiempo antes de que Sergio se encontrara completamente enamorado.
- ¿Por qué Londres? - le preguntó una vez Sergio, mientras paseaban de la mano por las calles adoquinadas, disfrutando del aire fresco del anochecer.
Max había sonreído, mirando a su alrededor como si intentara absorber cada rincón de la ciudad. - Porque aquí todo parece posible. Porque aquí te encontré a ti. - Lo dijo con tanta simplicidad, como si encontrar a Sergio hubiera sido lo más natural del mundo, como si desde el principio hubiera sabido que ambos estaban destinados a encontrarse.
Max tenía esa habilidad, la de hacer que todo pareciera fácil, que el amor fuera como respirar, algo que se hacía sin esfuerzo, con naturalidad. Sergio aún podía sentir el calor de sus manos entrelazadas, el peso de su cabeza sobre su hombro mientras miraban el río Támesis juntos, soñando con un futuro que ahora nunca llegaría.
- Te amo, Sergio, -dijo Max una noche, en voz baja, mientras estaban acostados en la cama, su respiración suave llenando el silencio de la habitación.
- Yo también te amo, -respondió Sergio, besando el dorso de la mano de Max, como lo hacía cada vez que quería recordarle lo importante que era para él.
- Prométeme que siempre estarás conmigo, -insistió Max, sus ojos reflejando algo que Sergio no pudo descifrar en ese momento. Algo profundo, una especie de miedo que no encajaba con la imagen fuerte y confiada que Max siempre proyectaba.
Sergio había fruncido el ceño, sin entender del todo de dónde venía esa súplica.
- Claro que siempre estaré contigo, Max, -le aseguró, sintiendo que tal vez era solo la presión de la boda lo que lo hacía hablar así-. ¿Por qué preguntas algo tan obvio?
Max no respondió de inmediato. Solo lo abrazó más fuerte, apretándolo contra su pecho como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. Sergio nunca supo qué tan profundas eran las sombras que acechaban en la mente de Max. Nunca supo cuánto lo estaba consumiendo la oscuridad.
Días antes de la boda, los silencios entre ellos se volvieron más largos. Max había dejado de hablar tanto sobre los preparativos, y cuando lo hacía, parecía distraído, ausente, como si su mente estuviera en otro lugar. Sergio asumió que eran los nervios, que todo volvería a la normalidad una vez que pasara el gran día. No podía haber estado más equivocado.