El aroma del café por la mañana me recuerda a él, sirvo una taza caliente y tomo asiento en el comedor como lo hacíamos cada mañana, hace ya un tiempo la casa se siente vacía, el único sonido es el del reloj, tik, tak, tik, tak. ¡Ah! Doy un sorbo y cierro los ojos...
-No pedí a la mesera un café. – Digo molesta cuando el joven frente a mí lo deja sobre la mesa.
-Es de mi parte, se nota que lo necesitas, un agua con gas no te quitará la resaca. – Dice mientras lo llaman de otra para hacer otro pedido. -Tómalo, en unos minutos te traeré una aspirina, ¿de acuerdo? – Asiento. Tiene razón, cada sorbo me conectaba más. Al cabo de unos minutos el chico regresa, trae un vaso con agua y la aspirina. -Ya puedes tomarlo. – El chico se va y minutos después me levanto del asiento, voy a pagar a la cuenta y la cajera me dice que ya está paga. -Alex la pagó, ya acabó su turno, te dejó esto, llámalo si quieres agradecerle. – Dice entregándome un papel con su número anotado.
Después de tomarme mi café matutino arregló mi cama como cada mañana, tomo una ducha, al vestirme me quejo constante de lo que es ahora mi cuerpo, lo demacrado que lo dejó los años, limpio mis lentes antes de usarlos, tomo mi bolso, saco las medicinas dejándolas sobre la mesita de noche, miro la receta "tomar cada cuatro horas", una última mirada al espejo trae a mi mente su voz, "ese vestido te queda estupendo, ¿ya te lo había dicho?" Salgo de casa dejando la llave en el matero derecho del pórtico.
Aquella tarde mis padres celebraron mi cumpleaños número diecinueve, al llegar la noche mientras organizaba mis cosas saque del pantalón el número del chico de la cafetería. Tome el teléfono y gire cada número hasta oír que timbraba, y contestó.
-¿Aló?
-Hola. Soy Nadia, la chica de hoy, quería agradecerte por la aspirina.
-¿Y el café?
-¿Ah?
-¿No me agradecerás por el café?
-Oh, si, lo siento. Gracias por el café, espero tengas una buena noche.
-¡Espera!
-¿Sí?
-¿Quieres tomar un café conmigo mañana? – Pregunta con voz nerviosa.
-De acuerdo, ¿dónde?
El café Ofiuco, es aquí donde tuvimos nuestra primera cita, recuerdo a mi padre traerme, cuando llegó se presentó muy cortés. El café se ha caracterizado por su temática de signos zodiacales, esa noche mientras bebíamos café nos dimos cuenta de que soy un signo de agua y él, un signo de fuego.
-¡Nadia, hola! ¿Cómo has estado? – Pregunta la dueña. -¿Un chocolate con extra de canela? – Asiento y se dispone a prepararlo mientras tomo asiento. Veo un cuadro frente a mí. -¿Aún guardas sus pinturas? – Continúa mientras se acerca con chocolate.
-Sí, decía que esta era su favorita.
-Por eso siempre estará en esa pared. – Dice con agradecimiento. -Es una parte de Alex y tuya.
Esa noche Alex me habló sobre su amor al arte, cursaba tercer año de arte mientras yo me encontraba decidiendo que estudiar.
-¿Qué opciones tienes? – Pregunta.
-Quiero ser maestra de primaria.
Alex era sencillo, su extraordinario era el arte. Las siguientes semanas continuaron nuestras citas en el Ofiuco, en ese tiempo quien nos atendía era la hija de la dueña, luego tomaría su puesto.
Llevábamos tres meses saliendo cuando tomó la decisión...
-¿Qué tal conduzco? – Pregunta haciéndose el valiente.
-Lo haces bien. – Contesto sin prestarle importancia a como sus rodillas tiemblan. -¿Qué le dijiste a tu padre para que te prestara su auto?
-Le hice una promesa. – Detiene el auto frente a un mirador, desde allí se ve toda la ciudad. Salimos del auto para observar la vista.
-¿Cuál es la promesa?
-Debo regresar con una novia. – Se sonroja. -¿Tú... quieres? – Le respondo con un beso.