𝟷.𝚄𝚗 𝚍í𝚊 𝚌𝚞𝚊𝚕𝚚𝚞𝚒𝚎𝚛𝚊

11 1 0
                                    

𝘌𝘮𝘪𝘭𝘺

La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de mi habitación, creando patrones dorados sobre la alfombra. Era un día típico de verano, uno de esos días en los que la ciudad parecía un lienzo esperando ser pintado. Con un suspiro, me estiré en la cama, la mente aún aturdida por los sueños de la noche. La voz de mi madre resonaba desde la cocina, donde los aromas de café recién hecho y tostadas quemadas se mezclaban en el aire.

Me levanté, aún con el corazón ligero, mientras mis pies tocaban el suelo. Después de vestirme, me encontré en la cocina, donde mi madre estaba enfrascada en la preparación del desayuno.

-¿Tienes planes para hoy, Emily? - me preguntó, sin apartar la vista de la sartén.

-No estoy segura - respondí, sirviéndome un vaso de jugo. - Quizás pase un rato en el parque. Necesito inspiración.

Mi madre asintió, como si ya lo supiera. Ella siempre había sido mi mayor animadora, empujándome a seguir mis sueños de ser escritora.

-Recuerda llevar tu cuaderno. Nunca sabes cuándo puede llegar una buena idea - dijo, con una sonrisa.

Tomé mi viejo cuaderno de tapas de cuero y lo metí en mi mochila, junto con algunas cosas más: un bolígrafo, mis auriculares y un libro que había estado leyendo. La escritura era mi escape, mi refugio en un mundo que a menudo parecía desvanecerse a mi alrededor. Me gustaba perderme en las historias que creaba, pero a veces me sentía atrapada en mi propia mente, sin saber qué escribir.

El parque estaba a solo unos minutos de casa, un lugar lleno de vida donde las risas de los niños y el canto de los pájaros se mezclaban con el suave murmullo del viento. Cuando llegué, encontré mi lugar habitual, un banco de madera que daba al estanque. Allí, me senté y saqué mi cuaderno, dejando que el aroma de la hierba fresca me envolviera.

Sin embargo, mientras miraba a mi alrededor, me di cuenta de que algo faltaba. El parque estaba lleno de personas: familias, parejas y grupos de amigos, pero yo me sentía más sola que nunca. Abrí el cuaderno, pero las palabras no fluyeron como solían hacerlo. Me sentí estancada, como si la inspiración me estuviera eludiendo.

Decidí cerrar los ojos y escuchar. Las risas, el sonido del agua chapoteando y el suave crujido de las hojas al moverse. Era un momento agradable, pero aún así, sentía una especie de vacío.

''¿Por qué es tan difícil encontrar la chispa que encienda mi creatividad?'' - pensé.

De repente, un ruido a mi derecha me hizo abrir los ojos. Giré la cabeza y vi a un grupo de adolescentes jugando a la pelota. Sus risas resonaban en el aire, llenas de vida y despreocupación. Me sentí un poco atraída por su energía, pero al mismo tiempo, una punzada de nostalgia me recordó los días en que jugaba sin preocupaciones, cuando el mundo era un lugar más simple.

Miré de nuevo mi cuaderno. Tal vez debía escribir sobre la soledad, sobre cómo se siente ser un observador en un mundo lleno de actividad. Pero al hacerlo, la idea me pareció sombría. Busqué una hoja en blanco y decidí dibujar en su lugar. Hice un pequeño boceto del estanque y de los patos que nadaban en él. La pluma se deslizaba suavemente sobre el papel, y por un momento, me sentí en paz.

Pasaron las horas, y el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. Fue entonces cuando escuché un sonido diferente, un clic que resonó en el aire. Giré la cabeza, intrigada, y vi a un chico con una cámara. Su rostro estaba concentrado, buscando el ángulo perfecto para capturar el momento. Algo en su expresión me pareció familiar, como si ya lo conociera, aunque no lo había visto antes.

Mientras seguía observándolo, el chico se dio cuenta de que lo estaba mirando y me sonrió. Fue un instante fugaz, pero suficiente para que mi corazón latiera un poco más rápido. Era como si, por un breve momento, el ruido del parque se desvaneciera y solo existiéramos él y yo.

Antes de que pudiera pensar en nada más, el chico giró de nuevo hacia su cámara, y la conexión se desvaneció. Sin embargo, algo había cambiado en mí. Quizás hoy no había escrito una gran historia, pero había encontrado algo que valía la pena capturar. La posibilidad de un encuentro inesperado, la curiosidad que se asomaba en el aire.

Guardé mis cosas mientras el sol comenzaba a ocultarse tras los edificios. Me pregunté si volvería a ver al chico de la cámara. La idea de cruzar caminos nuevamente me hizo sonreír mientras caminaba de regreso a casa, la mente llena de nuevas historias y posibilidades. El verano apenas comenzaba, y el futuro estaba lleno de promesas.

Junto a ti, siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora