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El cuerpo de Taehyung yacía en el suelo frío, enredado en las sombras de la habitación apenas iluminada por un débil rayo de luz que se filtraba entre las cortinas mal cerradas. Su piel, que alguna vez había brillado con la vitalidad de una vida más feliz, ahora estaba pálida y húmeda, cubierta de sudor y marcas apenas visibles, el rastro de cada lucha, de cada golpe. Sus ojos, entreabiertos, revelaban una mirada perdida, vacía, como si intentara aferrarse a algo que hacía mucho tiempo había dejado de existir. Todo en su interior era un caos silencioso, pero desde fuera, no parecía más que un hombre destrozado, inmóvil en su miseria.

La droga corría por sus venas, llevándolo al único lugar donde el dolor no lo alcanzaba. Su mente, envuelta en la niebla del éxtasis químico, flotaba lejos de la realidad. Allí, en ese limbo, no había violencia ni gritos, no había las manos ásperas de su esposo sujetando su cuello con fuerza, ni los insultos envenenados que lo hacían desear desaparecer. Solo había olvido.

Sentía cómo todo su ser se disolvía en una sensación de calma que bordeaba lo irreal. El vértigo que normalmente lo habría asustado ahora lo arrullaba, cada segundo lo alejaba más de ese mundo que lo mantenía prisionero. En algún rincón de su mente, sabía que esta paz no duraría, que el descenso sería brutal y doloroso, pero en ese momento, no le importaba. El suelo duro bajo su cuerpo ya no dolía, su mente flotaba lejos, donde la luz se tornaba suave y las voces en su cabeza se silenciaban.

Su cuerpo se veía frágil, casi etéreo, como si hubiera sido consumido por algo que no dejaba más que una cáscara vacía. La camisa arrugada estaba empapada en sudor, pegada a su piel como un recordatorio de la fiebre interna que lo consumía. Su respiración era irregular, a veces un jadeo, otras un suspiro ahogado, mientras su pecho subía y bajaba con dificultad.

Su cabello oscuro caía desordenado sobre su frente, pegándose a la piel húmeda, y el brillo en sus labios apenas perceptible parecía el único vestigio de lo que alguna vez fue vida. Sus manos, temblorosas y débiles, se habían enredado en la alfombra, tratando de buscar una estabilidad que ya no podía encontrar en sí mismo. Pero todo eso le parecía tan distante, tan irreal.

No había pensamientos coherentes en su mente, solo imágenes borrosas que pasaban ante sus ojos cerrados, recuerdos de una vida que parecía tan lejana que ya no estaba seguro si alguna vez fue suya. Recordaba vagamente el sonido de risas, el calor del sol sobre su piel, pero todo eso se desvanecía, como si perteneciera a otra persona, a otro tiempo. Ahora, su mundo era frío, oscuro y solitario, y el único alivio que conocía venía en pequeños frascos, en pastillas o polvos que lo llevaban lejos, donde el dolor no podía seguirlo.

Yacía en el suelo, atrapado en ese delicado equilibrio entre la conciencia y la inconsciencia, sin saber si quería despertar de esa pesadilla o seguir flotando en el vacío, donde no sentía absolutamente nada.

Taehyung seguía flotando en ese limbo entre el dolor y el olvido, cuando escuchó algo. Unos pasos, fuertes y pesados, resonaban en la distancia o tal vez cerca, pero su mente drogada no podía distinguirlo. Sus sentidos estaban adormecidos, la realidad se sentía borrosa, distante. Apenas tuvo tiempo de emitir un gemido bajo y doloroso cuando sintió un tirón agudo en el cuero cabelludo. Alguien lo había jalado bruscamente del cabello, arrancándolo de su trance, obligándolo a levantarse del suelo.

El golpe de la realidad lo dejó aturdido, y antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo fue empujado sin ceremonias hacia la cama. Su espalda se hundió en el colchón mientras su visión seguía nublada. Intentó abrir los ojos, enfocarlos, pero todo lo que veía eran sombras confusas, figuras que no lograba distinguir. Solo el olor familiar a alcohol y cigarro lo hizo darse cuenta de quién era. Su esposo.

Antes de que pudiera siquiera prepararse mentalmente, una mano áspera y pesada lo tomó con fuerza de la mandíbula, sus dedos clavándose en su piel, inmovilizando su rostro. El dolor irradiaba desde su mandíbula hasta su cabeza, haciendo que gimiera en protesta, pero no tenía fuerzas para apartarlo. Estaba demasiado débil, demasiado roto.

Oscuridad en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora