historia del rey shahryar y de su hermano el rey shahzaman

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primero en hacer lo que ésta manda.» El otro repuso: «No lo haré sin que antes me des el ejemplo tú, que eres mayor.» Y ambos empezaron á invitarse mutuamente, haciéndose con los ojos señas de copulación. Pero ella les dijo: «¿Para qué tanto guiñar los ojos? Si no venís y me obedecéis, llamo inmediatamente al efrit.» Entonces, por miedo al efrit hicieron con ella lo que les había pedido. Cuando los hubo agotado, les dijo: «¡Qué expertos sois los dos!» Sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con sellos, y les preguntó: «¿Sabéis lo que es esto?» Ellos contestaron: «No lo sabemos.» Entonces les explicó la joven: «Los dueños de estos anillos me han poseído todos junto á los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me vais á dar vuestros anillos.» Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo: «Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza. Ya lo dijo el poeta:

¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen ó mal humor depende de los caprichos de su vulva!

¡Prodigan amor falso cuando la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente las palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que expulsaran á Adán por causa de la mujer!
¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al amor puro una pasión loca!
Y no digas: «¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los enamorados!» ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un prodigio único ver salir á un hombre sano y salvo de la seducción de las mujeres!

Los dos hermanos, al oir estas palabras, se maravillaron hasta más no poder y se dijeron uno á otro: «Si éste es un efrit, y á pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que á nosotros, esta aventura debe consolarnos.» Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno á su ciudad.

En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar á su esposa, así como á los esclavos y esclavas. Después ordenó á su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche arrebataba á una su virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba que la matasen. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban. En la ciudad no había ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este cabalgador.

En esta situación, el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste á su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Schahrazada, y el nombre de la menor era Doniazada

La mayor, Schahrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes á los pueblos de las edades remotas, á los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oirla.

Al ver á su padre, le habló así: «¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de pesadumbres y aflicciones?... Sabe, padre, que el poeta dice: «¡Oh tú que te apenas, consuélate!... Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida.»

Cuando oyó estas palabras el visir, contó á su hija cuanto había ocurrido, desde el principio al fin, concerniente al rey. Entonces le dijo Schahrazada: «Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata, seré la causa del rescate de las hijas de los muslemine y podré salvarlas de entre las manos del rey.» Entonces el visir contestó: «¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca á tal peligro.» Pero Schahrazada repuso: «Es imprescindible que así lo haga.» Entonces le dijo su padre: «Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador.

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