Era una mañana tranquila, casi rutinaria. Diana se sentía increíblemente familiar con el acto de escribir en ese teclado, después de haberlo hecho tantas veces. Sus uñas cortas, pulcras y de un hermoso color cereza golpeaban las teclas sin cesar. Cuando tenía una idea, no podía concentrarse en nada más hasta plasmarla en papel, o en este caso, en la pantalla.
El aroma embriagador del café recién hecho llenaba cada rincón de la oficina, impregnando el aire con su calidez reconfortante. Afuera, la luz del sol se colaba a raudales por los ventanales, iluminando la mañana clara y serena, bajo un cielo azul impecable que prometía un día perfecto.
La enorme oficina era un reflejo de todos sus años de esfuerzo. Como mujer en esta firma de abogados, Diana tuvo que esforzarse más que los demás para ser considerada digna de atención, y no simplemente un par de piernas largas con un hermoso cabello anaranjado. Sin embargo, a menudo sentía que muchos la reducían a eso: un vestido bonito y un rostro atractivo emitiendo una opinión. Esa percepción le ardía por dentro; era profundamente injusto y la hacía sentir como una impostora, como si en realidad estuviera fingiendo querer este trabajo. Porque, en el fondo, amaba lo que hacía... o eso pensaba. Pero, ¿de verdad deseaba todo esto? Sentía que había perdido la pasión intensa que la impulsó al inicio de este desafiante camino. Ahora, su trabajo solo le ofrecía momentos fugaces de felicidad. Aunque sabía que era talentosa, sentía que se esforzaba demasiado solo para recibir miradas coquetas y comentarios inapropiados.
Una voz familiar la sacó de sus pensamientos, y se giró para ver a su jefe, Marcus, de pie frente a su escritorio, con la expresión inalterable que lo caracterizaba.
—"Diana, tenemos que hablar." —Su voz sonaba ligeramente preocupada; Diana lo conocía lo suficiente para percibirlo de inmediato.
No tenía ni la menor idea de qué se trataba. No había pistas ni explicaciones; él simplemente estaba allí, observándola.
—"¿Me vas a decir algo o solo me vas a mirar?"— Diana añadió un matiz de diversión a su tono, pero Marcus no parecía estar de humor para bromas.
—"Camille Sursyki."— Fue todo lo que dijo, manteniendo sus enormes ojos castaños fijos en ella, como si ella debiera saber exactamente quién demonios era Camille Sursyki.
—"¿Y ella es?"— Frunció el ceño, cruzando los brazos en un gesto de confusión.
—"Maldita sea, ¿Cómo no vas a saber quién es?" —Marcus se acercó un poco más, su frustración palpable. —"Es la abogada más exitosa de Nueva York. Y está en camino."—
—"Y eso debería importarme... evidentemente" —murmuró Diana, como si compartiera un secreto. Claramente, no estaba comprendiendo el punto de la conversación.
—"Vas a recibirla tú, y tienes que dar una buena impresión. Ella está a cargo del caso de los Thomson, lo que significa que puede ganarte... y eso, Diana, significa que yo pierdo dinero."—
Diana dejó de escuchar en el momento en que Marcus mencionó a los Thomson. Este era un caso enorme. Su maldito caso. Y ahora esta mujer estaba en camino a su oficina, ¿Para qué?, ¿Para intimidarla?
—"No te preocupes, Marcus. Yo me encargo"— fue lo último que dijo, ya que Marcus salió de la oficina antes de que pudiera agregar algo más.
Ahora, Diana se sentía ligeramente irritada. Siempre era lo mismo, como si confiar en su criterio fuera una apuesta arriesgada. Se acercó a su escritorio, encendió su laptop y buscó a Camille Sursyki. Joder, había al menos 25 artículos hablando sobre lo talentosa que era. Primero se preguntó cómo demonios no la conocía si era tan famosa en el ámbito legal. Luego, un ligero nerviosismo la invadió al ver la magnitud del éxito de Camille. A pesar de que la única foto que encontró mostraba a una Camille más joven, sus rasgos delicados eran inconfundibles.

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Bajo Juramento
Roman d'amourDiana y Camille, dos mujeres atrapadas en una relación laboral llena de tensión y atracción, enfrentan constantes roces y malentendidos. Entre conflictos de poder y momentos de vulnerabilidad, ambas se ven obligadas a enfrentar sentimientos que desa...