Prólogo

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Satoru.

Satoru..

Satoru...

Una hermosa y suave voz inundó mis pensamientos.

Mis ojos se abrieron con lentitud y pude apreciar un cálido aroma a frambuesas llegar directamente hacia mis fosas nasales. El ambiente era acogedor, todo mi cuerpo sintiéndose tan ligero como una pluma.

Mi vista se nublo y delante de mi yacia un pelo largo, liso y negro. Su voz repitiendo mi nombre, cada vez con un tono distinto que me provocaba escalofríos.

Intenté alcanzarla, levantando mi brazo hacia su dirección, pero era demasiado tarde, la silueta ya se había perdido.



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— Satoru, te estoy hablando. No te puedes dormir en clase.

Solté un quejido por el repentino cambio de luz y de escena. Aún seguía con sueño. Pero, sabía que Nanami no me dejaría descansar por más tiempo.

Me estiré sobre mi asiento y bostece con todas mis ganas, sintiendo como mis ojos se humedecian y toda mi espalda crujía. ¿Hace cuánto que no me ocurría eso? Probablemente desde el año pasado.

— ¿Qué ocurre, Nanami? — Pregunté, acomodando mis lentes y peinandome un poco.

— Nada. Pero hoy viene un nuevo modelo, así que te pido de favor, que está vez, no la cagues. — Dijo mientras revisaba su teléfono, esperando alguna respuesta de la persona con la cual estaba hablando.

Escuchar eso solo me revolvió el estómago.

— Sabes perfectamente que no he podido dibujar a nadie hace dos semanas. Y hoy no me siento inspirado en nada.

Bajé la mirada hacia mi lienzo sin utilizar. En mi mochila aún reposaban mis herramientas y solo tenía en claro una cosa, necesitaba encontrar a la persona que soñé.

Solo tenía en cuenta de que su pelo era muy largo, y la poca piel que llegue a ver, era muy blanca.

— Y no podrás dibujar si no te mantienes con la mente imaginando. Ya haz tenido varios bloqueos artísticos antes, Satoru. Y siempre salías de ellos sin problema.

— Eso era diferente, ahora quiero pero algo me retiene.

— ¿Qué cosa te podría llegar a retener en esta circunstancia, Satoru?

— Quizás y no saber como se ve el rostro de una persona.

Un pequeño silencio nos acompañó, seguido de la puerta abriéndose y dejando ver a Shoko Leiri entrar con una chica que no conocía para nada.

Mis pocas ganas de dibujar se esfumaron en el momento en que esa mujer desconocida se sentó en frente mío y se acomodó en una posición para nada convencional.

— Ella es Yoko. Tú nueva modelo. Es una Beta y estará aquí por el tiempo que consideres necesario. — Dijo Shoko, con un par de hojas que después me entregó a mi.

Solo eran las especificaciones sobre que se tenía y que no se podía hacer durante el tiempo en el que estuvieramos trabajando.

— Está bien, gracias, Shoko.

— Tienes dos horas, Satoru. — Dijo con cara de pocos amigos, saliendo de la habitación con Nanami detrás suyo.

Es una Alfa muy complicada.

Volviendo a mi realidad, mantuve la mirada fija en la chica que aún se encontraba firme en su lugar sin mover ni un solo músculo.
Llegando incluso a incomodarme.

— Muy bien, voy a... Comenzar. — Murmuré, acomodando todo lo necesario en mi lugar de trabajo.

Saque unos cuantos pinceles seguido de las tonalidades de pintura que ocuparía.

Primero coloque una capa de color gris para que los colores no se tornaran vibrantes, y después comencé con el boceto, mi mente para este punto estaba funcionando bastante bien a comparación de días atrás.

Así continúe hasta que por fin pude dar como finalizado mi trabajo. Desviando la mirada de mi lienzo para mirar a la modelo. Aunque algo no me cuadro del todo, su pelo no era liso ni mucho menos negro, era castaño y ondulado.

— ¿Por qué me mirá así? — Preguntó aquella Beta, con una mirada muy atenta a la mía y acomodando su cuerpo para ya no estar tan incómoda.

Lo único que pasaba por mi mente era saber encontrar la forma en decirle que la persona que había dibujado, no se parecía en lo absoluto a ella.

— Lo siento, no es nada. ¿Qué hora es?— Dije al salir de mi propia guerra mental.

— Son las once y media de la mañana. Faltan veinte minutos para que las dos horas hayan concluido, Jóven Gojo.

Lo que me faltaba.

No podía solucionar este problema en veinte minutos, lo sabía muy bien.
La pintura negra siempre ha sido un enemigo que detesto cuando se trata de errores grandes.

Lo único viable ahora era aceptar mi destino y decirle en cara a la persona frente mío que me había equivocado con el color de pelo.

— Perfecto. Solo que hay un pequeño detalle en la obra, Señorita Yoko.

— Oh, vaya. ¿Y cuál es ese problema?

— Que no te pinté a tí.

My Muse. -SatoSugu • OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora