Capítulo XXXIII (Parte I)

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Jungkook siempre fue aquel niño que las maestras adoraban.

Era el más inteligente, el mejor portado, el de calificaciones excelentes y modales dignos de admirar. Su frente diariamente tenía la estampita de una estrella y su sonrisa iluminaba el día de sus compañeritas y compañeritos.

Todos querían tenerlo de amigo.

Pues el Jungkook de seis años, tenía la vida que cualquiera deseaba: sus padres eran empresarios exitosos, con buena posición social y económica, una vivienda con piscina, un jardín con una casa en el árbol y su propio salón de juegos.

Jeon Jinwoo y Jeon Siyeon se conocieron en la preparatoria, congeniaron enseguida y el inicio de su noviazgo se dio dos meses después, despertando la envidia de sus compañeros de clase.

Fue una relación linda que se mantuvo en su trayectoria estudiantil y hasta la graduación.

Luego, un año más tarde, las invitaciones de su boda fueron enviadas a sus familiares y amigos cercanos.

Y lo que hizo aquella unión más fuerte, fue el embarazo de Siyeon, siete meses después de contraer nupcias. Nació el pequeñín de ojos azules, la cereza en el pastel de la felicidad en la familia Jeon.

Jungkook era la luz de sus ojos, todo lo que hacían, era por él. Nunca le faltó nada, nunca lo dejaban solo, el chiquillo podía presumir de noches en las que su madre le contaba cuentos y domingos en los que su padre jugaba fútbol con él.

Vacaciones a distintos países, viajes de un fin de semana a la casa de sus abuelos, celebraciones en conjunto y fiestas de cumpleaños con millones de golosinas. Solía decir que tenía a los mejores papás del planeta, a la familia más unida y amorosa del universo.

Por supuesto que lo eran...

Una tarde, él salió de la escuela con sus manitos sosteniendo las correas de su mochila y contando los pasos que daba para llegar a la salida. Su maestra venía detrás de él, esperando que su progenitora ya estuviese afuera para recogerlo.

Ella hasta había dejado de trabajar para cuidar de su príncipe.

—¡Mami! —gritó, emprendiendo carrera hasta la mujer que le sonreía ampliamente.

—Mi tesoro —mencionó al agacharse para recibir el abrazo de su precioso hijo—. ¿Cómo nos fue hoy?

—¡Bien! Me gané una estrellita por dibujar sin salirme de la línea —alegó entusiasmado, tocando su frente—. Me la colocó la maestra Wen.

La mujer de mechones cafés, idénticos a los de su retoño, le acarició el rostro y le plantó un beso tronado en el pómulo izquierdo; sabía que su primogénito adoraba esas muestras de afecto y lo hacía constantemente.

Jungkook se rio tiernamente, bajando los párpados cuando los labios de su madre tocaron su piel.

—Estoy muy orgullosa de ti, cielo —comunicó Siyeon, antes de tomarlo de su mano y erguir su espalda otra vez, quedando a su altura común.

—Señora Jeon, ¿Cómo está? —La profesora saludó, con las manos detrás de su espalda.

—Buena tarde, maestra Wen, todo muy bien, ¿y usted?

—De maravilla, en realidad —murmuró y su mirar se encandiló en el pequeñín a un costado que jugaba con sus pies—. Su hijo nunca deja de sorprendernos.

—¿Ah sí? —Le entregó una sonrisa casta y se subió un poco más su bolso por el brazo—. ¿Qué hizo esta vez?

—Terminó antes que todos y le ayudó a dos de sus amigos a colorear, Jungkook tiene un sentido de compañerismo muy marcado, siempre que puede, les ayuda —Con dulzura, la educadora comunicó lo suscitado en clases—. Lo han educado excelente, felicitaciones.

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