Solo me hizo falta observarle durante un minuto para saber que nuestro final iba a doler. Él era justo mi tipo. Alto, moreno, rostro afilado, ojos azules. Estaba en una explanada de césped, colocando una cámara de fotos sobre un soporte.
Salí de mi escondite, atraída como un imán hacia él.
—¡Dios! ¡Qué susto! —exclamó él, pegando un salto. Me miró con una disculpa dibujada en una media sonrisa que podría enmarcar en la piedra de mi cuarto—. Perdona, te has puesto justo delante de la cámara. No he te visto llegar. Y me he asustado cuando has aparecido en la imagen.
Yo no supe qué responder.
—Me llamo Paul.
Él me miró unos segundos, divertido.
—¿Vas disfrazada de muerta? Estaba todo el pueblo disfrazado por Halloween. Yo, la verdad, no soy mucho de esas cosas.
—Yo soy Luna. ¿Qué haces aquí? —me limité a preguntar yo.
—¡Oh qué casualidad! Estoy aquí justo para fotografiar... la Luna —respondió, guiñándome un ojo—. Pero la del cielo. Esta zona es de las que menos contaminación lumínica tiene. Lo que no sabía es que había un pueblo aquí —dijo, encogiéndose de hombros y viendo el perfil de las casas que se dibujaban al final de la explanada.
—¿Fotografiar la Luna? —pregunté extrañada.
Él se echó a reír y eso desbloqueó otra necesidad en mí: pasar la eternidad escuchando ese sonido.
—No es tan raro —me explicó—. Soy fotógrafo profesional y quiero conseguir una imagen para un concurso. ¿Quieres que te explique cómo lo voy a hacer? —me preguntó, entusiasmado.
Yo asentí tímidamente y le dejé hablar sobre cosas que no entendía: diafragmas, tiempos de exposición, distancias focales... Cuando finalizó sus explicaciones, me miró con las cejas arqueadas y me preguntó:
—¿Te apetece quedarte conmigo? Aún queda un rato para que pueda lanzar la fotografía. Podemos ver las estrellas mientras me cuentas cosas de este pueblo... aunque claro, teniendo en cuenta tu disfraz, seguro que tienes planes mejores.
—No, no... me quedo esta noche contigo.
Paul terminó de ajustar su cámara y se tumbó en la hierba, mirándome desde abajo, con sus ojos azules brillando bajo la Luna. Me invitó a sentarme a su lado, y aunque los nervios revoloteaban en mi pecho, lo hice. Su cercanía era un alivio y una tortura. Sin embargo, tenía que recordarme que esta noche era solo un regalo pasajero, un susurro en la vastedad de mi silencio eterno.
—¿Luna? —dijo en voz baja—. ¿Por qué me miras así?
—¿Así cómo?
—No lo sé. Como si no hubieses visto una persona en años.
Su respuesta me golpeó como una ráfaga helada.
—Supongo que porque... en este pueblo siempre es todo igual. Siempre somos las mismas personas, es raro hablar con alguien nuevo —murmuré, sin atreverme a mirarle.
—No me extraña —dijo riendo—. Este pueblo es como una cápsula en el tiempo. Da la sensación de que nadie ni nada ha cambiado en siglos.
Sentí un escalofrío; estaba más en lo cierto de lo que creía. Pero él siguió hablando, sin percatarse de mi silencio, y el suave tono de su voz me envolvió. Me perdí en cada palabra, en cada expresión de su rostro mientras describía la manera en la que había llegado a este rincón, tan lejos de la vida y tan cerca de lo desconocido.
—Tú también pareces como... fuera del tiempo, Luna —dijo de repente, con los ojos fijos en los míos—. Como si... pertenecieras a otro mundo.
Mi corazón, si aún pudiera latir, habría acelerado su ritmo. ¿Qué podía decirle? No había palabras para que él comprendiera mi existencia, mi verdadera naturaleza. Era la primera vez en siglos que alguien se fijaba en mí.
Era la primera vez que dejaba de ser un eco atrapado en una eternidad vacía.
—Ya es la hora —le contesté, señalando a la otra Luna, la cual se había alzado completamente sobre el cielo.
Él se puso en pie de un salto y comenzó a tomar sus fotografías, inmortalizando algo que para él era belleza, y para mí, un recordatorio de cada año que pasaba sin poder tocar el mundo al que ahora él pertenecía.
Pasamos las horas mientras él seguía con sus fotografías y yo contaba los segundos con cada toma.
Al final, mientras el cielo empezaba a teñirse de un tenue color gris, él se giró hacia mí y me preguntó con suavidad:
—¿Luna... puedo verte otra vez?
Mi sonrisa se volvió amarga, aunque él no lo notó. Quise decirle que no podía, que me esfumaría como el eco de un sueño. En cambio, dije:
—Claro.
Su sonrisa fue la más honesta que nunca había visto.
—Dame un segundo, que recojo el trípode y los trastos y te acompaño a casa.
Me dio la espalda justo cuando el cielo empezaba a tornarse rosado y yo sentía el tirón que me devolvía a la tierra. Quise despedirme, quise decir cualquier cosa que detuviese el tiempo, que acabase con mi condición.
Pero para cuando Paul se giró de nuevo, yo ya no estaba. En realidad, sí estaba, pero él ya no me veía.
—¿Luna...? —su rostro presentaba una confusión enorme, mientras miraba desconcertado a su alrededor.
Comprendí su situación. No solo yo había desaparecido. Ese pueblo que tan raro le había parecido se había esfumado también, como si nunca hubiese existido. Vi cómo la incertidumbre y el miedo se apoderaban de su rostro.
El pueblo y yo éramos fantasmas. Solo nos hacíamos visibles una noche al año, la de Halloween. Pero nunca, nadie visitaba ese lugar olvidado del mundo. Nunca hasta esa noche con Paul.
Le vi salir corriendo despavorido de aquel lugar.
No me preocupé mucho por su miedo, pues sabía que la magia surtiría efecto en su memoria, distorsionando el recuerdo de esa noche. Distorsionando mi recuerdo.
Lo que siempre permanecería con él serían sus fotos de la Luna.
Esperé que ganase aquel concurso.
ESTÁS LEYENDO
Luna
ParanormalUna noche de Halloween, en un pueblo tan perdido como enigmático, los caminos de Paul y Luna se cruzan bajo el brillo de la Luna. Paul es un fotógrafo en busca de la toma perfecta y Luna, una chica que parece tener secretos tan profundos como el cie...