1. BARCELONA I.

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(ENERO, 2023)
Miércoles 18, 10:30h.

A las diez y treinta de la mañana del miércoles, Tomás Gutiérrez reunió a cinco de sus empleados en su despacho para comunicarles su decisión final sobre el puesto de trabajo que estaba en disputa entre los empleados de Aura. Juanjo era uno de ellos, y antes de que su jefe comenzara a hablar, él ya intuía que sería su nombre el que escucharía acompañado de la esperada enhorabuena.

En el catálogo de cualidades de Juanjo, la observación se coronaba como una de las más desarrolladas a lo largo de sus veintiséis años, ocupando los primeros puestos de su lista personal. Tomás, su jefe, era para él sencillamente decodificable.

Durante las últimas semanas, Tomás se había inmerso en un estudio exhaustivo del desempeño de Juanjo en la empresa, formulando algo así como un informe mental con los resultados de cada sesión de análisis. Mientras tanto, Juanjo seguía descifrando el aparente interés de su jefe hacia él, actuando simultáneamente como observado y observador en cada uno de sus intercambios.

El señor Gutiérrez había puesto especial atención a sus intervenciones en las reuniones de la plantilla de marketing, felicitándolo en pequeñas dosis por su ingenio. Le preguntaba acerca de sus objetivos profesionales a largo plazo y, con fingida indiferencia, apuntaba la respuesta en un papel, incapaz de ocultar su satisfacción. A lo largo de los días, Juanjo respondió más de una veintena de preguntas "casuales," cuyas respuestas Tomás pretendía registrar en la base de datos de su perfil de empleado en AURA.

Por eso, Juanjo mentiría si dijera que le sorprendió ver a Tomás extender en su dirección el dossier de documentos con el contrato de trabajo. Aun así, para alimentar la sensación de logro personal de su jefe, vaciló un momento, arqueando las cejas y llevándose una mano al pecho, fingiendo confusión.

—Enhorabuena, Juanjo. El puesto es tuyo, si lo quieres. Necesito una respuesta pronto.

Tomás asintió firmemente, con orgullo, como si estuviera realizando el mayor acto de generosidad desde su posición privilegiada, rodeado de un séquito de desgraciados que soñaban con ocupar su lugar. Era como si le regalara a Juanjo un puñado de billetes que no le cabía en la cartera.

Juanjo, sin embargo, no sentía especial simpatía por su jefe. Tomás era un hombre blanco, cincuentón, asquerosamente rico y sarcástico. Tenía los dientes desordenados, las encías hinchadas y, sobre el labio, asomaba un bigote grisáceo que se entremezclaba con las greñas de la nariz, componiendo una sonrisa terrorífica que apenas sacaba a pasear. Su aspecto era desagradable, y su carácter, aún más grosero.

Tomás era de esos hombres cuya personalidad parecía girar en torno a debatir sobre las mujeres como seres de segunda categoría. Intentaba sonar muy convincente, con un puro entre los labios, su risita socarrona y esa actitud de soberano, sentado en su silla acolchada mientras leía las noticias, burlándose de los planes de igualdad del gobierno. Mientras tanto, su esposa, embarazada de su segunda hija, lo esperaba con los brazos abiertos en casa.

Tomás se echaba las manos a la cabeza cuando alguien insinuaba su misoginia interiorizada y el personaje retrógrado que encarnaba en la sociedad. ¿Cómo podía alguien pensar que Tomás era machista? ¿Quién podría ser tan ignorante? Él, que tenía esposa, una hija de seis años y otra en camino. "Qué barbaridad, solo mencionarlo", decía. "El feminismo va a acabar con todos nosotros."

Juanjo no disfrutaba de su compañía. Se limitaba a intercambiar las palabras mínimas con él durante las mañanas en la oficina; el resto del día, ignoraba su existencia. Tenía bloqueado su perfil en Facebook y nunca respondía a sus mensajes de WhatsApp. De no ser porque su trabajo no le desagradaba, habría renunciado hacía meses.

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