Parte 1

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Pipe dejó caer el celular que segundos atrás había sostenido contra su oreja izquierda, cuando escuchó esas palabras fulminantes.

No sería hasta mucho tiempo después cuando podría hilvanar coherentemente fragmentos y retazos de esa noche, la peor de sus vidas.

Algunas palabras sueltas retumbaban en su aturdida cabeza y él no era capaz de darles sentido en medio del shock y el pánico.

"Margarita Calderón de la Hoya".

"Accidente".

"Hospital".

"Familia cercana".

"Grave".

Primero despertó a Jano y entre los dos se encargaron de comunicarle la dolorosa situación a sus padres.

Aún podía retroceder y visualizar las imágenes fugaces que se sucedían sin pausa. Un auto acelerando a toda velocidad. Su mamá llorando desconsolada y pidiéndole a su papá que le jurara que todo iba a estar bien. Las manos temblorosas de Jano, tratando de sacarle más información a la policía sobre el lugar al que la habían trasladado. Sirenas. Luces destellantes. Médicos entrando a las corridas al quirófano.

Todo era un revoltijo de fotogramas sacados de la peor pesadilla jamás soñada.

El mundo pareció detenerse y reiniciarse de un sacudón cuando, varias horas después, un médico con una visible cara de cansancio apareció. El hombre se quitó la cofia y el barbijo y se dirigió a ellos.

-¿Familia Calderón de la Hoya? -preguntó-.

Florencia fue la primera en saltar de su incómodo asiento de plástico.

-Sí, somos nosotros -escuchó decir a su padre-.

-La operación fue exitosa, pero la paciente aún está luchando por su vida.

Flor se desarmó en los brazos de Max mientras Jano lloraba agarrándose la cabeza.

-¿Pero cómo doctor? ¡Si fue exitosa tiene que estar bien! Dígame que mí condorita va a estar bien. DÍGAME -resopló la mujer en una crisis de llanto mientras Max trataba de acallarla y acurrucarla contra su cuerpo.

-Señora, lamento no poder asegurarles eso. Solo nos queda esperar y ver cómo evoluciona. Cada hora es fundamental. Las cosas no son tan simples y más en su condición.

-¿Condición? ¿Qué condición? -intervino Pipe, quién había escuchado todo a una pequeña distancia de sus padres-.

El doctor levantó la vista y observó a los dos jóvenes muchachos con pesar.

-¿Ustedes no saben? -preguntó el profesional recorriendo con su mirada los cuatro rostros que lo miraban confundidos-.

-¿Saber qué? ¡Por favor, doctor, hable! -exigió Máximo-.

El hombre sacudió su cabeza con preocupación y prosiguió:

-¿Usted es el papá de la paciente? -dijo dirigiéndose al Conde-.

-Sí, soy Máximo Augusto Calderón de la Hoya.

-Por favor, acompáñeme -pidió el hombre, señalando hacía la puerta de un consultorio-.

Fue difícil convencer a Florencia de quedarse tranquila y esperar en la sala mientras Máximo escuchaba lo que el doctor tenía para decirle, pero finalmente, y con la ayuda de Jano y Pipe (quienes prácticamente la retuvieron contra su voluntad) el hombre pudo seguir al cirujano.

Una vez en el interior del consultorio, el médico señaló a la silla y el Conde se ubicó frente al hombre, un escritorio entre medio de ambos.

-Cuando llegaron los servicios de emergencia a la escena del accidente Margarita estaba todavía consciente. Un poco hipotensa, por la pérdida de sangre, pero todavía lúcida. Ella fue la que se encargó de advertirle a uno de los paramédicos...

Cuando llegue tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora