La abogada del diablo

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Draco Malfoy, 17 años, diciembre de 1997

Fue jodidamente terrorífico.

Es decir, no se comparaba en nada a tener al señor oscuro aposentado en su casa dejando un rastro a muerte, sangre y pánico por los pasillos, pero seguía siendo terrorífico en su forma.

Entonces, se encontraba encadenado en una silla en medio de aquella enorme sala. Decenas y decenas de pares de ojos lo miraban de arriba a bajo, en vez de desvestirle para mirar su alma y revelar sus secretos, más parecía que lo arroparan con miles de prejuicios y mitos de demonios de piel blanca y colmillos creados para desgarrar gargantas.

Fueron unos meses asquerosos. Él mismo se entregó prácticamente cuando los aurores se presentaron en su casa para espiar de arriba a bajo hasta desmantelar el más mínimo guijarro del suelo. Nadie puso resistencia igualmente.

Pensándolo bien, en realidad no lo habían tratado mal. Luego fue retenido en una casa custodiada que no tenía ni idea de quien era y se le había prohibido la magia, como si fuera un crio de cinco años pero con fama de asesino en potencia, y al final casi lo llevan a Azkaban para que esperara allí por su juicio.

Increíblemente, eso nunca pasó: sabía que su madre y su padre esperaban celdas de piedra y hierro, pero por algún motivo, él nunca pisó la institución. De echo, se le había adelantado la cita y todo.

El abogado de la familia no podía llevar su caso entonces, y tuvo que buscar a otro sin demasiadas probabilidades de éxito. El hombre a su lado tenía porte elegante y un traje que gritaba caro y era una buena imitación, lo reconocía. Pero a sus ojos entrenados desde la cuna no se les podía engañar con falsificaciones de marca, por muy buenas que fueran.

-Vista disciplinaria del quince de diciembre -comenzó Precreup con voz sonora, y el escribiente del tribunal empezó a tomar notas de inmediato- por el delito contra el...

Enserio, el rubio ni siquiera podía escucharlos; no quería. Ojalá la celda en la que iba a pudrirse estuviera aseada y al manos no pasara demasiado frío en invierno. No sabía si hacían comida especial para las fechas festivas, pero dado que iba a entrar en Navidad básicamente, esperaría una tacita de chocolate caliente.

Ahora se arrepentía de no comerlo en Hogwarts para parecer el chico rudo que nunca fue. Que desperdicio de chocolate (aunque no fuera el importado de suiza que tanto le gustaba a su madre  y que siempre mantenía una pequeña reserva para cuando él se resfriaba de pequeño).

Era un juicio a puerta cerrada, menos mal. Sabía que muchas sanguijuelas querrían ir allí para atiborrarse de lo que fuera aquella matanza. Mejor, porque también sabía que algunos de sus amigos irían allí para apoyarlo, y él no podría mirarlos a la cara después de ese tiempo.

-... escribiente del tribunal, Leya Stephania Sybill Notwell -seguía el señor como una maldita cotorra. Le recordaba un poco a Granger cuando le preguntaban por el tiempo y tenía que decir incluso la creación de la lluvia la muy pesada.

Que odiosa era, pero no tanto como el pelirrojo mendigo, que a su vez no era tanto como el carajada. Menos mal que lo habían conseguido al final, los odiaría de verdad si no hubieran acabado ganando la puñetera guerra.

-Testigo de la defensa, Hermenegiliano Finles Bernabino.

¿Enserio así se llamaba el que debía abogar por su vida? Pues ya estaba el caso perdido; era imposible salir de allí con al menos tres cadenas perpetuas y alguna que otra denuncia por acoso que ni siquiera se hubiera ni pensado. Que nombre más indigno.

-No, quitad eso, me presento como Testigo de la Defensa -una voz habló a su espalda-. Lilianne  Hydra Black Snape PoisonRose.

Su cuello casi se rompió cuando giró la cabeza casi poniéndosela del revés. Le recodó uno de los momentos más humildes de su vida cuando a los seis años quería convertirse en uno de los pavos albinos de su jardín y casi se partió el cuello al imitarlos.

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⏰ Última actualización: Oct 28 ⏰

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