Capitulo 24

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Fragmentos de una Vida Desmoronada
Frederick

El silencio en la oficina era opresivo después de que Mackenzie salió, dejándome solo con el eco de nuestras palabras. Las paredes, que siempre me habían brindado un sentido de seguridad, ahora parecían cerrarse sobre mí, haciéndome sentir atrapado en una situación de la que no sabía cómo escapar.

Me dejé caer en la silla, mirando hacia la puerta como si ella pudiera volver en cualquier momento. Pero sabía que no lo haría. No después de lo que acababa de suceder. Las palabras que había dicho, las decisiones que había tomado en ese breve e intenso intercambio, todavía resonaban en mi cabeza, repitiéndose como una cinta rota.

"Estoy embarazada, Frederick."

Esa frase me había golpeado con una fuerza que no esperaba. Durante años, había construido mi vida alrededor de la lógica, de mantener todo bajo control. Pero ahora, mi mundo había sido sacudido hasta sus cimientos, y me encontré cara a cara con algo que no sabía cómo manejar. Otra vida, otro ser humano en camino, fruto de una noche en la que había bajado la guardia.

Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio, y me froté las sienes con los dedos. El dolor de cabeza estaba empeorando, pero sabía que no era solo físico. Había algo más profundo, un peso que no podía ignorar.

¿Por qué había reaccionado así? ¿Por qué no había sido capaz de manejar la situación con más tacto? Parte de mí sabía la respuesta: miedo. Miedo a perder el control de mi vida, miedo a enfrentar una responsabilidad que no había previsto, miedo a abrirme a algo más que el trabajo y mis hijos. Miedo a Mackenzie, y a lo que ella representaba para mí.

Pero en lugar de admitirlo, en lugar de enfrentar ese miedo, lo había cubierto con una capa de frialdad y rechazo. Como si al distanciarme de ella, pudiera distanciarme de la realidad.

Me levanté de la silla y caminé hacia la ventana, mirando la ciudad que se extendía bajo mis pies. Las luces parpadeaban en la distancia, y el tráfico seguía su curso como si nada hubiera cambiado. Pero para mí, todo había cambiado. Lo que había sido una situación manejable, una relación estrictamente profesional (o al menos eso intentaba convencerme), ahora se había transformado en algo que no podía ignorar.

Intenté pensar en mis hijos. William, James y Emily eran lo más importante en mi vida. Ellos ya habían perdido a su madre, y yo había jurado protegerlos, ser el padre que necesitaban. Y ahora, ¿cómo podría conciliar esa promesa con la nueva realidad? Un nuevo hermano o hermana. Otra figura en sus vidas, otra complicación que no había previsto.

¿Podría realmente hacer esto? ¿Podría soportar la presión de criar otro hijo, mientras intentaba mantener una relación profesional con Mackenzie, o peor, una relación personal que no sabía cómo manejar? Y si no podía, ¿qué tipo de hombre sería? Uno que abandonara a su propio hijo, que dejara a Mackenzie sola para enfrentar todo esto.

El teléfono en mi escritorio vibró, sacándome de mis pensamientos. Lo tomé, esperando algún mensaje relacionado con el trabajo, algo que me permitiera escapar de este remolino de pensamientos. Pero no era trabajo. Era un mensaje de Emett.

"¿Todo bien, amigo? No has respondido mis mensajes."

Eché la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos por un momento. Emett era la única persona en mi vida con la que podía ser realmente honesto, el único que sabía lo que había sucedido entre Mackenzie y yo. Había sido él quien me había advertido que no mezclara el trabajo con lo personal, pero también había visto lo difícil que era para mí ignorar lo que sentía.

"Necesito hablar contigo," respondí, mis dedos moviéndose rápidamente sobre la pantalla. "Estoy en la oficina. ¿Puedes venir?"

Unos minutos después, Emett respondió. "En camino."

Dejé el teléfono sobre el escritorio y volví a sentarme. Sabía que hablar con Emett no solucionaría el problema, pero al menos podría sacar todo esto de mi cabeza, compartir el peso de la situación con alguien que me comprendiera.

Emett llegó poco después, su presencia tranquilizadora como siempre. Entró en mi oficina y cerró la puerta detrás de él antes de tomar asiento frente a mí.

—¿Qué ha pasado? —preguntó directamente, sin rodeos.

Le expliqué la situación, desde la confesión de Mackenzie hasta mi reacción. Mientras hablaba, pude ver cómo su expresión cambiaba, primero sorprendido, luego preocupado. Cuando terminé, me miró con esa mezcla de desaprobación y comprensión que solo un amigo cercano puede ofrecer.

—Fred, esto es serio —dijo finalmente—. No puedes simplemente apartarte y esperar que desaparezca. Ella necesita tu apoyo, y ese niño también lo necesitará.

—Lo sé —respondí, mi voz cansada—. Pero... no estaba preparado para esto. No puedo arriesgarme a perder el control. No puedo...

—No puedes seguir viviendo así —me interrumpió Emett, su tono firme pero no cruel—. Siempre controlándolo todo, siempre manteniendo las cosas a distancia. Este es tu hijo, Fred. No puedes alejarte de eso, por mucho que quieras.

Sus palabras eran dolorosamente ciertas, y lo sabía. Pero también sabía que no era tan simple. Había pasado tanto tiempo construyendo barreras, protegiéndome de los sentimientos, de las complicaciones emocionales, que ahora no sabía cómo derribarlas.

Emett se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.

—Fred, tienes que hablar con ella. No puedes dejar que esto termine así. Haz lo que tengas que hacer, pero no lo hagas solo. No esta vez.

Asentí, aunque no estaba seguro de si realmente podría hacer lo que Emett me pedía. Hablar con Mackenzie, enfrentarla después de lo que había dicho, no sería fácil. Pero sabía que tenía razón. No podía seguir evitando esto, no podía seguir escondiéndome detrás de mi trabajo y de mi miedo.

—Voy a intentarlo —dije finalmente, aunque no sonaba muy convincente ni para mí mismo.

Emett me miró con un toque de compasión.

—Es lo único que puedes hacer, Fred. Intentarlo.

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