Detrás de la ventana.

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Me despierto somnoliento y, luego de lanzar un gran bostezo, volteo a un lado de mi cama para ver el reloj. Una intermitente luz rojiza formando el número 3:30 me advierte que aún es de madrugada.

Cierro los ojos e intento volver a dormir, pero es inútil. Un molesto insomnio se ha apoderado de mi mente, por lo que concluyo que no podré volver a pegar un ojo si me mantengo echado en mi cama.

Decido levantarme a servirme un poco de agua. Me dirijo a la cocina en el primer piso pero, cuando estoy bajando las escaleras, un fuerte estruendo me hace sobresaltar. Al parecer alguien acaba de golpear la puerta principal de la casa. Un poco extrañado a la hora tan tardía, me dirijo a la entrada y abro la puerta. Sólo veo las calles desiertas bañadas por la pálida luz de la Luna. Me encojo de hombros, pensando que tal vez sólo fue mi imaginación, y cierro la puerta.

Lanzo otro bostezo y llego a la cocina. Agarro una jarra de la nevera y me sirvo agua en un vaso. Estoy tranquilo haciendo eso, cuando de repente mi mirada se fija en la ventana que tengo delante mío. Allá afuera, en la oscuridad de la noche, logro distinguir una especie de rostro pegado al vidrio.

Dejó caer la jarra y el vaso por la impresión. Ambos chocan estrepitosamente contra el suelo y se hacen añicos con un fuerte sonido. Me quedo petrificado durante unos instantes y, al volver a mirar a la ventana, ya no hay absolutamente nada ni nadie am otro lado. Desesperadamente, decido volver lo más rápido posible a la seguridad de mi habitación. Cierro la puerta con seguro y me cubro con las sábanas de mi cama.

Entonces me doy cuenta de dos cosas importantes. La primera: es verano y, debido al calor, acostumbro dormir con la ventana de mi cuarto abierta. La segunda y más importante: aquella cosa, sea lo que sea, está justo detrás de la ventana.

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