Cuatro

17 0 0
                                    

Simón seguía pensando en la última conversación con Mateo. Hacía meses que no le pasaba: recordar a Ámbar y sentir el corazón estremecerse, un eco de aquella mezcla de dolor y ternura que había aprendido a bloquear. Era mejor así, lo había comprobado. Después de enterarse de sus mentiras, de los secretos y las promesas que se disolvieron como humo, había logrado casi olvidarla. Ahora ella era solo la exnovia de Mateo, la chica popular, y su vida estaba en paz con esa versión de la historia. Pedro había sido el puente entre ellos en el trabajo, cuidando de que casi nunca tuvieran que mirarse a los ojos, mucho menos hablar.

Pero esa noche, cuando intentó dejar atrás esos pensamientos, su mente lo llevó sin querer al último recuerdo compartido, a la última cita que tuvieron antes de que su confianza se rompiera. Era de noche en la mansión de Ámbar, y ambos estaban viendo películas. La luz suave y cálida de la habitación los envolvía, mientras las risas y el diálogo de la pantalla parecían fundirse en un murmullo lejano. Las horas se fueron sin que lo notaran, hasta que, de repente, Simón se dio cuenta de que era mucho más tarde de lo que solía quedarse.

—¿Te tienes que ir? —Ámbar murmuró suavemente, sin apartar los ojos de la pantalla, aunque él notó la ligera tensión en sus manos, jugueteando con la manta sobre las piernas.

—Sí... no quiero que Sharon se moleste contigo por mi culpa —contestó él, aunque su tono era más indeciso de lo que pretendía.

—Sharon tomó unas pastillas para dormir —susurró Ámbar, girándose hacia él y clavando en él sus ojos como si intentara leer más allá de lo que él decía. Había algo inquietante en sus palabras, una especie de libertad contenida que él jamás había visto en ella.

Simón se sintió atrapado en su mirada, y sin saber por qué, todo el mundo a su alrededor dejó de importar. Era raro; Ámbar tenía la habilidad de hacer que el tiempo se detuviera. Lo había sentido otras veces, pero esta noche era diferente.

—Sabes... nunca imaginé que te abrirías conmigo de esta forma —dijo él, casi en un susurro, mientras alargaba una mano para rozar la suya. Sus dedos se entrelazaron con una suavidad que parecía frágil y a la vez electrizante.

Ella sonrió de lado, mirándolo como si intentara retener el momento.

—Tampoco imaginé que tú llegarías a conocerme tan bien... ni siquiera Mateo me conoce de esta manera —confesó, bajando la voz, pero sin apartar la mirada.

Simón la miró con asombro. Ese pequeño atisbo de vulnerabilidad en ella era un regalo inesperado, algo precioso que él quería proteger. Sin pensarlo mucho, se inclinó hacia adelante y sus labios se encontraron en un beso lento y profundo, cargado de promesas no dichas, de anhelos reprimidos.

—¿Te puedo decir algo sin que te asustes? —murmuró él, con la voz algo entrecortada.

—Dime... —respondió ella, buscando su mirada, con una expresión de curiosidad y algo que él casi podía jurar era un toque de nerviosismo.

—No sé qué es esto que siento por ti. No lo entiendo. Nunca... nunca me había pasado antes —admitió, apartando un mechón de cabello de su rostro.

—A veces, no hace falta entenderlo todo, Simón —le respondió ella con una sonrisa enigmática, deslizando sus manos por su espalda para atraerlo más cerca.

Simón la miró, sintiendo que en ese instante ella era todo su mundo.

No sabía si era la oscuridad tranquila de la habitación o la forma en que Ámbar lo miraba, pero sintió cómo algo profundo dentro de él se desbordaba. Ella entrelazó sus dedos con los suyos, acercándolo lentamente hacia ella hasta que sus respiraciones se hicieron una.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 29 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

SimbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora