Lo había sentido acecharme desde aquella noche en su club.
Justo cuando empezaba a preguntarme si todo estaba en mi cabeza, lo vi entre las sombras frente a la puerta de mi balcón cuando entré en mi dormitorio. Se estaba volviendo descuidado. Así que decidí darle una lección. Al menos eso me dije a mí mismo. Temía examinar más a fondo el razonamiento de por qué había hecho lo que había hecho. Lo achaqué a un ataque temporal de locura. O tal vez sólo anhelaba sentirme vivo. Y lo hice, por un momento. Mi piel se erizó al saber que me estaba mirando. Los orgasmos siempre fueron difíciles de alcanzar para mí, pero con sus ojos clavados en mí, no tardé en llegar. Sentí su presencia como si realmente me estuviera tocando. Gemía con cada roce de sus dedos contra mi piel, burlándose de mis pliegues hinchados. Me retorcía en la cama y mi corazón latía tan fuerte que estaba seguro que él podía oírlo. En algún momento, dejó de ser un espectáculo para él y empezó a ser una cruda necesidad para mí.
Debería haber sabido que sólo estaba avivando el fuego. Aun así, continué, acariciándome el miembro y metiéndome un dedo en el trasero hasta que me quedé completamente agotado. No me sorprendió que se quedara. Después de todo, siempre le habían gustado los retos. Casi podía imaginarme sus rasgos afilados y su presencia oscura, que lo hacían parecer un demonio listo para atacar. Ignorando mi instinto de acobardarme, me giré hacia un lado, asegurándome que mi respiración se estabilizaba. Esperé. Dejé que el cabrón pensara que estaba dormido. Con suerte, el pervertido no me vería dormir toda la noche, porque tenía muchas ganas de follar con él. Observándolo a través de mis pestañas, vi que la sombra oscura se movía, dándome la espalda. Sin perder tiempo, agarré la pistola que tenía guardada en la mesita de noche y me puse de pie de un salto, esperando ser tan silencioso como mi hermano siempre decía. En un instante estaba en la puerta del balcón, abriéndola de un tirón. Tenía la mano en la barandilla y estaba listo para saltar.Demasiado tarde. Tenía mi pistola apuntándole a la sien.
—¿Qué carajo? —Le miré la boca mientras giraba lentamente la cabeza hacia mí.
Sonreí maliciosamente, arqueando una ceja.
—¿Listo para volar? —dije en señas, forcejeando un poco ya que sólo tenía una mano libre. Pero no había nada en este maldito mundo que me hiciera bajar el arma—. ¿O quieres morir?
Me observó atentamente, con la mano acariciando el balcón a un ritmo lento. Se soltó de la barandilla y se giró para mirarme de frente y, de repente, sentí que yo era la presa. No importaba que yo tuviera la pistola, no había duda que yo era el vulnerable.
—Me has dado un buen espectáculo —dijo en señas, con una sonrisa en los labios—. ¿Cómo sabías que te estaba mirando?
Ignoré su pregunta.
—¿Por qué me sigues?
Enarcó una ceja.
—¿Quién dice que lo hago?
Su Lenguaje de señas era jodidamente bueno. Demasiado bueno. Probablemente otro truco. Apreté con más fuerza el cañón de la pistola contra su sien.
—Deja de joderme.
Sus labios se abrieron en una sonrisa perezosa, mostrando sus hoyuelos, la que solía encantarme. La que ahora odiaba.
—No lo hacía, pero si esto es una invitación, diente de león, me apunto.
Era el apodo más estúpido en esta maldita tierra. Por supuesto, de alguna manera me lo darían a mí. Maldito sea. Me recordaba a sus gruñidos, a su cuerpo apretado contra el mío, a la forma en que su presencia llenaba mis venas de suficiente calor y tensión como para provocar fuegos artificiales. Él era la razón por la que me costaba llegar al orgasmo.
—Prefiero que me torturen a tocarte.
Me tomó la mano libre y se la llevó a la cara, con mi pistola aún pegada a la sien. Se metió los dedos en la boca, aún empapados de mi excitación. Su lengua se arremolinó entre ellos, lamiendo, chupando, y yo estaba a punto de explotar de nuevo. Sentí la vibración de su gruñido o gemido, no estaba seguro. Sus dientes rozaron mi piel cuando los sacó bruscamente de su boca.
—Creo que te gustaría que te tocara, Jin. —Tragué fuerte, leyendo sus labios, mi cerebro enviando tantas señales contradictorias.
Siente sus manos en tu piel.
Retrocede.
Deja que te folle.
Empújalo por el balcón.
Tenía que alejarme de él antes de cometer una estupidez.
Click. Nunca volvió. Click. Nos abandonó. Click. Me rompió el corazón.
Tiré de mi mano hacia atrás, mirándolo fijamente mientras mis mejillas ardían. Fue el último recuerdo lo que me hizo dar un paso atrás, la vieja amargura y el dolor serpenteando por mis venas. Jeon Namjoon era un mentiroso y la reencarnación del diablo, -con los putos colores grises, tal vez incluso negros-, y una personalidad peligrosa. Ya no quería su atención. Lo odiaba, y me odiaba a mí mismo, por tener que preguntarme siempre por qué se fue y no volvió nunca. Así que sí, había terminado con él. Había aprendido la lección, y mi curiosidad por aquel hombre oscuro y peligroso se había saciado, casi destruyéndome en el proceso.
—La próxima vez que te vea acechándome, te voy a pegar un tiro. Mantente alejado de mí y de mi hermano —dije en señas, y volví a entrar en mi habitación sin mirar atrás, cerrando la puerta con llave y corriendo las gruesas cortinas.
Estaba poniendo fin a su perversión acosadora a pesar del anhelo que sentía en lo más profundo de mí.
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Dulce, letal y silencioso amor.
FanficEmocionalmente inasequible y ligeramente trastornado, era un desamor a punto de ocurrir. Otra vez. Hui. Él me persiguió, y mi destino quedó sellado.