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31 de octubre, xxxx

Los niños corrían de un lado a otro en esa noche tan particular, persiguiéndose con antorchas apagadas en sus manos, quemándose imaginariamente. Debería estar prohibido celebrar Halloween, pero en ese poblado la Inquisición había cambiado su significado: mostrar lo que le sucedía a todos aquellos considerados paganos y que se habían alejado del camino de Dios. A lo largo de la tarde habían hecho un espectáculo terrible, prendiendo hogueras con personas dentro, quemando junto a ellos sus pertenencias; la gente vitoreaba y celebraba el librarse de las brujas, ignorantes de la dura realidad que la Iglesia les ocultaba. Pero dicen que la ignorancia es el dulce castigo de los humanos, y lamentablemente es cierto.

San observaba la jaula frente a él, curioseando la nueva presa de la Inquisición. Su hermana le había dicho ya muchas veces que evitara acercarse, pues podía ser hechizado por las artes paganas de los prisioneros, pero poco le importaba a San. Claro que tenía miedo, sabía que si por alguna razón era encontrado hablando con uno de esos herejes sería quemado junto a ellos, cosa que le aterraba en demasía, mas las ganas de entender lo desconocido siempre habían sido más fuertes que sus temores. Por eso se encontraba en el patio trasero de la Iglesia, frente a la única jaula cerrada con llave, un candado mágico indicándole el peligro que era aquel extraño ser.

Si algo caracterizaba al pelinegro, era su carácter amable, incluso con el "enemigo", como solía decir su hermana. Realmente, y por muy asustado que estuviese de los herejes que eran encarcerlados, no podía evitar sentir compasión por ellos; se preguntaba si acaso manejar magia era tan peligroso como los sacerdotes predicaban, pues incluso su madre solía contarle bellas historias sobre los magos y sus dones, que ella consideraba eran algo especial, tan místico... antes de ser quemada por profesar tales falacias.

Quizá por eso San le tenía algo de resentimiento a la Inquisición, y quizá por eso mismo estaba ahí esa noche, para sentir que tenía una parte de ella en su interior. Haneul le había imprecado con rabia que desistiese en sus intentos de "hacerse el valiente", como ella decía, en el fondo temerosa de que su hermano compartiera el mismo destino de su madre, pero había sido en vano, pues San siempre hacía lo que su corazón le decía, y tal vez era lo correcto.

Se acercó con cautela a la jaula, y fue ahí que su corazón dio un brinco, paralizándose en seco.

Unos profundos ojos grises lo miraban desde hacía tiempo con cierta hostilidad, brillando y rasgando la penetrante oscuridad. Las facciones del rostro contrario eran definidas y suaves, con un lunar bajo su ojo izquierdo que le daba un aspecto coqueto, y unas hebras castañas caían delicadamente por su cara.

- Y tú, pequeño humano? Qué crees que haces aquí a estas horas de la noche? Acaso no sabes que te podrías encontrar con una bruja?- pronunció la aterciopelada voz del desconocido con un deje de ironía.

San se quedó mudo, no sabía qué decir. En primera, porque no se esperaba que el ser siquiera le dirigiera la palabra, y en segunda, porque ese chico era apuesto. Muy apuesto.

Ante el silencio, la bruja dentro rió con burla- Te comió la lengua el gato, pequeño préve?

- Brè..eh?

- Ah, hablas!- exclamó complacido- es un término que solemos usar las brujas para dirigirnos a los de su raza, préve.

- Ahhhhh... ya veo.

- Vaya, sí que eres de pocas palabras. En fin, no vas a responderme?, qué haces aquí, inmiscuyéndote en la Iglesia de la Inquisición?- preguntó, entornando los ojos con recelo y acercándose al borde de la jaula donde se encontraba San- No sabes el castigo que se les da a los de tu raza por cometer tal delito?

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⏰ Última actualización: Nov 01, 2024 ⏰

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