JK

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Veo a la gente moviéndose frente a mí, divirtiéndose, algunos ríen y otros solo hablan, mientras algunos están tomados de la mano o del brazo. Todas esas personas se encuentran en movimiento, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Mi mirada salta de pareja en pareja, de grupo en grupo, y, de vez en cuando, entre pobres bastardos solitarios. Los veo seguir su camino hasta perderse al final de la calle. Algunos se detienen a mirar los locales, otros paran para comprar comida en los puestos ambulantes, pero solo por un momento; luego, siguen su camino.

¿Cuántas personas hay aquí? De todas, ¿cuántas vivirán hasta el próximo fin de semana? ¿Cuántas llegarán a fin de mes, a fin de año? Todos ignorantes, caminando ciegamente hacia adelante, tanteando el terreno o avanzando de prisa, solo para llegar al final. Nadie piensa en retroceder, y aquellos que lo hacen solo lo hacen para dar un salto al vacío.

Veo cómo la gente camina con los ojos vendados, atravesando las maldiciones que sus ojos no pueden ver: tan pequeñas como inofensivas, tan inofensivas como desagradables. Son pequeños dientes con alas que flotan por ahí. Algunos son movidos por personas con pensamientos negativos; otros incluso se pegan a aquellos al borde del colapso. Pero al final de la calle se despegan, regresando lentamente.

El espectáculo desagradable terminó cuando, de repente, todos los dientes se concentraron en una sola persona.

—Por fin —bufó mi compañera.

Una mujer de aspecto demacrado, con traje, parecía salir recién de la oficina. Con la mirada perdida, chocaba de vez en cuando contra aquellos que venían en dirección contraria. Tambaleándose, se perdió entre la multitud. Solo podíamos ver cómo aquella nube de dientes flotantes se alejaba poco a poco.

Odio trabajar los fines de semana. Preferiría estar en el club divirtiéndome con los borrachos. Pero desde que la barrera de Japón cayó, el movimiento de maldiciones aumentó un 200% en el resto del mundo, o quizá solo exagero.

Antes de levantarme, me estiré lo más que pude. Varias de mis articulaciones crujieron. Una vez de pie, me incliné un poco hacia atrás, estirando mi espalda, y cuando sentí ese último crujido, solté un suspiro.

Volteo a ver a mi acompañante, mi hermana de otra madre: morena, 1.70, pelo teñido de rojo, vestida como si tu dealer intentara ser aesthetic, con unas botas que le añaden un metro más de altura, maquillaje de prostituta barata y siempre con un cigarro a medio fumar. Estaba medio inclinada, con su libreta abierta y el lápiz tocando el papel sucio.

—¿Qué te gustaría que fuera esta vez? —me preguntó sin apartar la mirada del papel.

Veamos, no importa lo que le diga, siempre se las ingenia para crear algo que me perturbe. Divago un poco con la mirada y no tardo mucho en encontrar lo que buscaba, o eso creo.

—Un churro —le digo con una sonrisa burlona.

Ella solo voltea a verme. Sus ojos pálidos se entrecierran, como si atravesaran mi alma. Se acomoda los lentes y regresa la mirada al papel.

—Una Priapúlida será.

Ni siquiera espera a que le pregunte para empezar a dibujar. Río un poco y saco mi propio cigarro. Lo sujeto con los labios y empiezo a buscar mi encendedor, sin resultado.

—Oye, ¿de casualidad no tendrás fuego?

Ella busca dentro de su gabardina y saca un pequeño escarabajo rojo con un montón de cuernos por todas partes. Este extiende sus alas y de ellas sale una pequeña llama.

—¿En serio creaste una maldición solo para usarla de encendedor?

—Así ya no tengo que preocuparme por el fuego.

Mi mirada incrédula y su mirada inocente se mantienen fijas una en la otra. Sin apartar la mirada, agarro al bicho, enciendo mi cigarro y lo exorcizo aplastándolo en mi puño.

—De cualquier manera —dice mientras se levanta y arranca la hoja en la que estaba dibujando—, ya está listo —sonríe orgullosa.

Doy una calada profunda, mantengo la respiración un momento y saco todo el humo por la nariz.

Sin decir otra palabra, ambos empezamos a alejarnos de la multitud, caminando sin rumbo, solo buscando la oscuridad. Entre calles mal pavimentadas y callejones torcidos, no tardamos mucho en encontrar un buen lugar apartado de todos.

—Bien —le di una última calada a mi cigarro—, veamos qué mierda creaste ahora.

Mientras ríe en voz baja, me dice:

—Lo que más te gusta.

Ella imbuye en energía maldita aquel dibujo y lo lanza al aire. Mientras cae, empieza a brotar un líquido negro, parecido a la brea, que burbujea y salpica. El papel se estrella contra el suelo, y la brea lo consume por completo, comenzando a crecer sin control.

Empieza a tomar forma hasta que me supera en altura. A partir de aquí, mi mirada solo se perturba cada vez más, hasta que solo puedo observar horrorizado en lo que se ha convertido.

—¡No mames, eso es un pene, wey! —le grito mientras retrocedo.

Aquella nueva maldición con forma fálica de 3 metros, llena de tatuajes tribales, nos miró babeando y moviendo la cola.

—Eso es una Priapúlida —me miraba llena de diversión—. También conocido como gusano pene.

Cuando aquella cosa mostró el interior de su boca llena de dientes, solo pude escuchar una carcajada antes de que ambos fuéramos engullidos.

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⏰ Última actualización: 5 days ago ⏰

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